Si fuéramos capaces de pesar los días/momentos/minutos realmente vividos, ¿cuál sería el resultado? ¿En kilos, en toneladas, en gramos?
Ya
estamos en diciembre, aquí, ya, sí, con sus antigripales y sus fiebres, y sus
narices entaponadas y su tonelada de pañuelos de papel, pero también con sus
mantecados y sus anuncios, con sus loterías y encuentros familiares, con sus
regalos y sus centros comerciales a reventar, sin su paga extra, me temo, que
eso era de cuando estábamos de fiesta, aunque muchos jamás nos enteramos en
dónde se celebró la fiesta. Cómo pasa el
tiempo, es que ni te enteras, que hace tres días estaba guardando el árbol del
año pasado, me espetó la vecina en el ascensor y agradecí, muy
sinceramente, no compartir la sensación. Hago, y alguna vez consigo, que los
días pesen, cuenten, que no pasen por mi vida como si tal cosa, como si no
importasen, como si no fueran uno más entre otros muchos idénticos. Porque todos los días son diferentes,
especiales, o al menos hay que salir de la cama con esa pretensión, porque lo
cierto es que abundan los feos, pero feos de narices, y hasta los espantosos,
para qué nos vamos a engañar, que por ocultarlos no van a dejar de llegar,
ojalá pudiéramos. Con frecuencia, a colación, recuerdo la teoría que se
despliega en Smoke, la película de
Paul Auster, que teorizaba sobre el peso del humo, y que lograba a adivinar tras
calcular la diferencia entre la suma de la colilla y la ceniza obtenida y el cigarrillo inicial. Más o menos. Hay
días, muchos, desgraciadamente, que apenas han aportado unos insignificantes
gramos en el peso de nuestras vidas. Esos días, no necesariamente feos o
espantosos, planos, vacíos, huecos, que el corazón ha mantenido inalterable,
flemático, aburrido, el ritmo de su latido, sin variar uno solo de ellos. Como
un metrónomo anestesiado e inflexible, robotizado. Si importáramos la teoría de
la película de Paul Auster tal vez nos sorprendería comprobar lo poco que hemos
vivido, lo poco que hemos consumido, gastado, de nuestros días, lo poco, sí.
Y
cuando me refiero a días gastados no me refiero a todos esos días en los que no
hemos plantado nuestra bandera en la cúspide del Himalaya, que no hemos
debutado en el Bernabéu, que no nos ha tocado la Primitiva, que seguimos sin
cambiar de coche, moto, smartphone o
piso; ya sabe, esos días que el reflejo que nos ofrece el espejo es el mismo y
hasta va a peor –arrugas y canas-, y el sonido del despertador sigue siendo la
gran puñalada que da al traste con el sueño por alcanzar. Esos días, muchos
días, ya sabe. Indudable y afortunadamente, no todos situamos nuestras metas en
el mismo lugar, y no todas, necesariamente, están relacionadas con algo
material, superficial, que se puede contabilizar en cifras. Es más, las metas
que mayores beneficios y felicidad nos reportan son aquellas que conectan
directamente con nuestras emociones, con los que tenemos más cerca.
Sentimientos, sí, tan bellos y olvidados. Sí, hay vida, y mucho más hermosa,
más allá de la cuenta del banco, y seguramente esa obsesión por la cuenta del
banco, que tan fácilmente aceptamos y asumimos, es el gran mal de nuestro
tiempo.
Caigo
en estas cosas, no sé si divago, incluso deambulo, en diciembre, que es como el
mes Selectividad del año, ya que
enero es el mes “primer día de clase”, chispa más o menos. Ahora que los
periódicos, las revistas y los programas más variopintos, elaboran todas esas
listas, los mejores libros, películas, canciones o concursos del año, pero también
los frikis más frikis de 2014 –dura pugna me temo-, o los corruptos más corruptos
–más dura si cabe-, o los más populistas entre los populistas –desafío total-,
ahora que repasamos lo que han dado de sí estos 365 días que buscan su pañuelo
para despedirse de nosotros, tal vez sea bueno repasar cómo nos ha ido, cuánto
tiempo le hemos dedicado a ser felices, o por lo menos a intentarlo, o a los
nuestros; cuánto tiempo hemos amado, deseado, besado, acariciado, cuánto tiempo
hemos reído, y a lo mejor sería bueno olvidar el que le hemos dedicado al
llanto. ¿Somos capaces de recordar todos esos buenos momentos? Espero que no,
que sería la señal más evidente de que han sido pocos, muy pocos, como para
poder retenerlos con exactitud en la memoria.
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