martes, 23 de septiembre de 2014

OTOÑO, SUS COSAS

No es país para millonarios, o los millonarios no son para el otoño, escoja. Esos grandes almacenes que nos anuncian y anticipan el cambio de las estaciones están de luto, aunque seguro que hacen un poder y una chica mona, o una pareja de actualidad, es lo mismo, se asoma a la pantalla de nuestra televisión para decirnos, anunciarnos, proclamar, bailar, reír y lo que haga falta, que es otoño. Otoño, otra vez, con sus cosas. Al otoño le profeso el mismo cariño que a los lunes, al 31 de agosto, a Godín y a Piqué, y al olor de la naftalina. Ningún cariño, nada de nada, pero ya está aquí, queramos o no. Este otoño, además, me temo, será uno de esos otoños que sufro con mayor intensidad, con luz de invierno y calor veraniego, que es una combinación que detesto profundamente, de la misma manera que detesto un resfriado en verano: cada cosa a su tiempo –hagan cola, por favor-. Mis quejas no sirven de nada, los árboles clarearán sus copas, los abrigos y jerseys llamarán a las puertas de nuestros armarios y los románticos eternos sucumbirán en su tristeza romántica y premeditada, y volverán las golondrinas que sobrevivieron a la tragedia de Chernobil. Tiempos de castañas y depresiones varias, tiempo de peroles en nuestra tierra, cuchará y paso atrás, paraíso del cuñado con parcela, sofritos mareados, barbacoa de obra, nuevas parejas en la fiesta del dominó y vámonos que nos vamos antes de que el invierno nos congele las ideas y hasta la calva. Será porque nuestro clima así nos lo ha impuesto, pero lo cierto es que disfruto poco las estaciones templadas, esos breves pasadizos que nos conducen a las profundidades del verano y del invierno, estaciones puras donde las haya. Puro como decían que era Botín, que en las cuevas de Altamira, eso... sigue leyendo en El Día de Córdoba

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