miércoles, 31 de octubre de 2012

FILMOTECA




Hace años, conocí un hombre, con buena posición por aquel entonces –cuando la “buena” posición social era igual que tener dinero-, en el taco, entacado, como usted prefiera, su buen coche con  más airbags que una película de Stallone, pedazo de apartamento en Benalmádena, con todos sus aliños, tampoco me quiero entretener explicando una imagen que todos conocemos desgraciadamente muy bien, que me confesó que jamás había visto una película en su vida y que, por supuesto, tampoco había leído un libro –“ni una página”-. No fue una confesión de insatisfacción, avergonzada o penosa, para nada, justamente lo contrario. Este hombre se enorgullecía de haber dedicado todo su tiempo, todos los días de su vida, a trabajar y a ganar dinero, considerando tanto la lectura como el cine dos actividades tan absurdas como innecesarias que nada nos aportan y reportan. “Yo no sé como nadie se puede permitir el lujo de perder el tiempo de esa manera”, argumentó en un momento concreto de la conversación, crecido. Evidentemente, me limité a escucharlo, simplemente, no entramos en discusión, ¿para qué?, jamás podríamos llegar a cohabitar en algún espacio común, por microscópico que éste fuera. Eso sí, me habría encantado preguntarle, puede que por algo más que curiosidad, colindante con el masoquismo, qué pensaba de los escritores, ya que si consideraba inútiles a los libros no quiero ni imaginar su opinión respecto a sus creadores. Tendría que habérselo preguntado.
Este desprecio por la cultura cuando tiene lugar desde un ámbito privado me preocupa, me apena, temo que se convierta en pandemia, pero cuando se produce desde un espacio público me escandaliza y, sobre todo, me avergüenza. Porque vergüenza –y mucho más- es lo que he sentido en lo últimos días cuando se ha jugado, como si se tratara de ese absurdo Monopoly en el que estamos instalados, con la Filmoteca de Andalucía. La quito y la pongo en donde sea, la utilizo cuando me convenga, la cierro, la pisoteo, y si te he visto no me acuerdo, total, sólo es la Filmoteca. Una ficha más en la ciudad de las maquetas –que nunca dejarán de serlo-. Si una institución cultural ha cumplido con su función real y verdadera –esa definición tan bonita que raramente escapa del papel-, de servicio a la sociedad, de pluralidad, de vanguardia pero al mismo tiempo de memoria visual, de formación, de encuentro, ha sido la Filmoteca de Andalucía, que por suerte se encuentra en nuestra ciudad y que por suerte está dirigida por Pablo García Casado. Ya alguien habrá exclamado, “qué va a decir, si es su amigo”. Le aclaro, Pablo García Casado no es sólo mi amigo, es mi compadre, a la antigua usanza, además. Pero este hecho, que yo entiendo como un regalo, no me impide ni me imposibilita para opinar sobre un tema tan acuciante, desde mi punto de vista, para Córdoba.
La Filmoteca de Andalucía, como les decía, no sólo ha cumplido amplia y sobradamente con su función esencial –ahí están los datos objetivos-, también ha sido ese “jarrillo de mano” sobre el que se han apoyado la inmensa mayoría de los eventos culturales con cierta relevancia de nuestra ciudad: Cosmopoética, Eutopía, Cinemacor, Festival de Cine Africano, etc. No me cabe duda de que es el corazón cultural más sano con el que contamos en Córdoba. Y, curiosamente, tras “dejarnos” la vida por ser Capital Europea de la Cultura durante años, ahora nos dedicamos a ningunear a la Filmoteca, que es de Andalucía, cierto, pero que yo y muchísimos cordobeses reconocemos como nuestra. Y así un día escuchamos que puede ser una ampliación del Palacio de Congresos, otro que lo puede ser ocasionalmente, y seguro que llegaremos a escuchar que los bajos del Arcángel o una carpa en El Arenal –con autocine y burguer, eso sí-  son lugares idóneos y hasta excelentes para acoger a “nuestra” Filmoteca. No caben diálogos, no valen las medias tintas ni titubeos. Y volvamos al principio, a ese hombre que se vanagloriaba de no haber “perdido el tiempo” leyendo un libro o viendo una película. Cada cual, en su privacidad, que emplee su vida en lo que se le antoje, siempre que no invada la del que tiene al lado, pero quien ostente una representación pública y/o colectiva, me da igual el ámbito, como mínimo se le debe exigir que, al menos, disimule un cierto interés por la cultura y sus instituciones. Aunque sólo sea un poquito.

El Día de Córdoba

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