Hace
años, conocí un hombre, con buena posición por aquel entonces –cuando la
“buena” posición social era igual que tener dinero-, en el taco, entacado, como usted prefiera, su buen
coche con más airbags que una película
de Stallone, pedazo de apartamento en Benalmádena, con todos sus aliños,
tampoco me quiero entretener explicando una imagen que todos conocemos
desgraciadamente muy bien, que me confesó que jamás había visto una película en
su vida y que, por supuesto, tampoco había leído un libro –“ni una página”-. No
fue una confesión de insatisfacción, avergonzada o penosa, para nada,
justamente lo contrario. Este hombre se enorgullecía de haber dedicado todo su
tiempo, todos los días de su vida, a trabajar y a ganar dinero, considerando
tanto la lectura como el cine dos actividades tan absurdas como innecesarias
que nada nos aportan y reportan. “Yo no sé como nadie se puede permitir el lujo
de perder el tiempo de esa manera”, argumentó en un momento concreto de la
conversación, crecido. Evidentemente, me limité a escucharlo, simplemente, no
entramos en discusión, ¿para qué?, jamás podríamos llegar a cohabitar en algún
espacio común, por microscópico que éste fuera. Eso sí, me habría encantado
preguntarle, puede que por algo más que curiosidad, colindante con el
masoquismo, qué pensaba de los escritores, ya que si consideraba inútiles a los
libros no quiero ni imaginar su opinión respecto a sus creadores. Tendría que
habérselo preguntado.
Este
desprecio por la cultura cuando tiene lugar desde un ámbito privado me
preocupa, me apena, temo que se convierta en pandemia, pero cuando se produce
desde un espacio público me escandaliza y, sobre todo, me avergüenza. Porque
vergüenza –y mucho más- es lo que he sentido en lo últimos días cuando se ha
jugado, como si se tratara de ese absurdo Monopoly
en el que estamos instalados, con la Filmoteca de Andalucía. La quito y la
pongo en donde sea, la utilizo cuando me convenga, la cierro, la pisoteo, y si
te he visto no me acuerdo, total, sólo es la Filmoteca. Una ficha más en la
ciudad de las maquetas –que nunca dejarán de serlo-. Si una institución
cultural ha cumplido con su función real y verdadera –esa definición tan bonita
que raramente escapa del papel-, de servicio a la sociedad, de pluralidad, de
vanguardia pero al mismo tiempo de memoria visual, de formación, de encuentro,
ha sido la Filmoteca de Andalucía, que por suerte se encuentra en nuestra
ciudad y que por suerte está dirigida por Pablo García Casado. Ya alguien habrá
exclamado, “qué va a decir, si es su amigo”. Le aclaro, Pablo García Casado no
es sólo mi amigo, es mi compadre, a la antigua usanza, además. Pero este hecho,
que yo entiendo como un regalo, no me impide ni me imposibilita para opinar
sobre un tema tan acuciante, desde mi punto de vista, para Córdoba.
La
Filmoteca de Andalucía, como les decía, no sólo ha cumplido amplia y
sobradamente con su función esencial –ahí están los datos objetivos-, también
ha sido ese “jarrillo de mano” sobre el que se han apoyado la inmensa mayoría
de los eventos culturales con cierta relevancia de nuestra ciudad:
Cosmopoética, Eutopía, Cinemacor, Festival de Cine Africano, etc. No me cabe
duda de que es el corazón cultural más sano con el que contamos en Córdoba. Y,
curiosamente, tras “dejarnos” la vida por ser Capital Europea de la Cultura
durante años, ahora nos dedicamos a ningunear a la Filmoteca, que es de
Andalucía, cierto, pero que yo y muchísimos cordobeses reconocemos como
nuestra. Y así un día escuchamos que puede ser una ampliación del Palacio de
Congresos, otro que lo puede ser ocasionalmente, y seguro que llegaremos a
escuchar que los bajos del Arcángel o una carpa en El Arenal –con autocine y
burguer, eso sí- son lugares idóneos y
hasta excelentes para acoger a “nuestra” Filmoteca. No caben diálogos, no valen
las medias tintas ni titubeos. Y volvamos al principio, a ese hombre que se
vanagloriaba de no haber “perdido el tiempo” leyendo un libro o viendo una
película. Cada cual, en su privacidad, que emplee su vida en lo que se le
antoje, siempre que no invada la del que tiene al lado, pero quien ostente una
representación pública y/o colectiva, me da igual el ámbito, como mínimo se le
debe exigir que, al menos, disimule un cierto interés por la cultura y sus
instituciones. Aunque sólo sea un poquito.
El Día de Córdoba
No hay comentarios:
Publicar un comentario