Y llegó septiembre. Septiembre de mis amores y de mis
odios más profundos. Ese mes que marca la frontera entre los años, las
temporadas y los quehaceres, en su versión más generalista. Puede comenzar una
colección con los abanicos más exclusivos y modernos que se imagina, en cómodos
plazos, multitud de colores, le quedara bien con ese vestido que se compró para
la boda de su primo o para ese traje que tiene guardado en el armario
empotrado, esa es la idea. También puede hacerse, en versión miniatura, que no
habría garaje que lo aguantara a tamaño real, con la colección de motos de
Valentino Rossi. Pronto veremos una colección con los guantes de Casillas, los
bidones de agua de Contador y con los tuits de Gasol, porque todo se
puede coleccionar, todo –hasta eso que se le ha venido a la cabeza en este
preciso momento-. Acuérdese de esa colección de cajas de cerillas, o de
billetes de metro o de entradas de conciertos que un día, escondidos en una
caja de carne de membrillo de Puente Genil, recuperó en una limpieza intensiva.
Puede que esa limpieza tuviera lugar en septiembre, que es un mes muy dado a
remover cosas y hábitos, a limpiar en definitiva. Aunque, si lo piensa un
instante, removemos más cosas que hábitos, ya que nos es más fácil variar el
decorado que nosotros mismos, que estamos más instalados (y plegados) en
nuestras cosas. Pues sí, hemos llegado a septiembre, que este año es más
septiembre que nunca, porque entre todos hemos gestado y asumido que este
septiembre es el del gran batacazo, el del cataplum, el del gran hundimiento, el
del rescate entre los rescates –los violinistas ya dejaron de tocar en este
Titanic sin tesoro en la bodega-. Amputaremos la pierna sana que nos queda y
nos sentiremos satisfechos, porque el corazón seguirá latiendo, aunque ya no
tenga miembros que alimentar. Nos diremos: demasiado bien estamos para la que
está cayendo, y a soñar con otro septiembre tras un agosto con ración de
sardinas y tres cervecitas fresquitas –con su IVA correspondiente- en el
chiringuito de los últimos años. Y que la próxima visita de la Merkel sea para
comerse una paella en un chiringuito de Fuengirola.
En este septiembre ya no tenemos derecho a tener síndrome
postvacacional –tampoco postvocacional- cuando nos vayamos incorporando a
nuestro puesto de trabajo, eso ya pasó a la historia, y emplearemos doscientas
coletillas en explicarlo, porque el trabajo es un artículo de lujo, sólo al
alcance de unos cuantos elegidos, sin derecho a protesta. Ay Cristiano, con lo
bueno que eres y qué mal mes has escogido para expulsar esa tristeza tuya tan
relativa. ¡Jugando en el Madrid!, dijo uno, ¡con lo que gana!,
dijo otro, ¡y con esa novia!, remató un tercero. En septiembre retomamos
nuestra relación con la báscula y la economía –a escala de loseta-, contamos
las calorías, los cigarrillos, los gramos de jamón york en la oferta del
supermercado, los diez céntimos de vuelta. Imposible no recordar a Sánchez
Gordillo, casualmente, de nuevo, otra vez, estrella mediática en el pasado
agosto. Lo hemos tenido por Córdoba, con ese aspecto entre el Risitas y
un turista de Arkansas en la Costa Brava, y muchos han querido ver una luz de
esperanza en la negrura del drama. Y a su lado Cañamero, ese Bakunin con gesto
de torero retirado, lanzando sus proclamas tan vaporosas como inocuas. Si
tenemos que resolver nuestras problemas asaltando/ocupando supermercados es
porque nuestra sociedad ha fracasado en todo, y yo pretendo y creo en otro tipo
de sociedad. Y es posible, claro que sí, sin que la cajera llore desconsolada
en una esquina.
Córdoba y su peor inquilino posible están siendo grandes
protagonistas en este septiembre de regresos, pero ya no quiero recordar su
nombre ni resucitar su horror. Si fuera dinero no tendría cabida ni en ese
“banco malo” que nos anuncian como un gran éxito contable. Qué pena. Y nosotros,
comunes mortales, pagando hipotecas a 30 años. Reconversión en
septiembre, basta realizar un breve estudio sociológico en los
contenedores de la basura para saber de
lo que nos desprendemos y lo que adquirimos, con el entusiasmo de eternizar en
nuestras vidas. Cuidado con las agujetas, que hacen mella en los primerizos y
pueden frenar nuestra euforia. No hay septiembre sin sus exámenes –terribles
recuerdos- y sin su vuelta al cole y sus anuncios con niños rubitos y bien
criados, como sacados de una academia sueca. Septiembre y su Velá, recuperemos
esa leyenda del caimán que ya tan pocos recuerdan. De vuelta ya, de todo o
nada. Sí, definitivamente, es septiembre, puede que sea el momento. ¿Para qué?
Escriba en su diario de sueños –por cumplir- el reto y dispóngase a lograrlo.
Es posible.
El Día de Córdoba
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