Llegábamos a Marte –o lo hacía el aparatejo- y Paquito el
Chocolatero sonaba a todo volumen en la plaza del barrio. ¿Evolución,
involución? Brindemos con ponche sacado de la tinaja por la nueva conquista
tecnológica. Chicos y chicas que pernoctan por primera vez hasta la madrugada,
y que tras tomarse una cola y un montadito se atreven a bailar como Shakira
ante unos sorprendidos padres; adolescentes con las hormonas revolucionadas que
se pierden por las callejuelas de arriba; matrimonios que celebran sus cincuenta
años de casados bailando ese pasodoble que les rejuvenece y normaliza con el
tumulto; disparos miopes y desviados entre las botellitas de vino peleón,
Bisbal reconvertido en el Manolo Escobar de esta nueva época que nunca ha
conseguido ser nueva. España sigue siendo como esa canción de Radio Futura.
Usain Bolt corría casi a la velocidad de la luz, los tuiteros de referencia
informaron con retraso de su proeza. La leyenda, el hombre bala, el rayo,
apodos circenses. Alguien se pregunta por la composición del agua en Jamaica, y
eso que esa tierra es más famosa por sus aliños tabacaleros. Buscamos agua en
Marte, quién sabe la de poderes que recogerá el que la beba. Usain Bolt es una
mezcla entre Bob Marley, Bill Cosby y Carl Lewis, desenfadado y vacilón, y,
sobre todo, muy veloz, tanto que convierte el deporte en incredulidad.
Emocionante carrera la que nos regaló, enmarcada ya para siempre en la historia
más gloriosa y épica del atletismo. Homérica, y también épica, en este país
nuestro de secano e incendios, Mireia Belmonte, compitiendo contra sus
adversarias y la tradición. Un brillo plateado en este lúgubre erial
londinense. Y volvió a sonar Paquitero el Chocolatero, ese himno con millones
de letras que a muchos les gustaría escuchar mientras Sergio Ramos dirige la
mirada hacia el infinito. La fiesta no tardará en acabar, el camión de la
orquesta ya prepara el regreso, apuremos esa balsa de ponche que sobrevive en
el fondo de la tinaja.
Rajoy y los suyos suspenden en agosto, no tienen que
llegar a septiembre para recibir sus correspondientes y más que merecidos
cates. Pretenden que los inmigrantes paguen 700 euros al mes por la sanidad,
todo tiene su precio, hasta la enfermedad. O, más que la enfermedad, el precio
lo fija la raza, la procedencia, el habla, la cuenta corriente, más bien.
Porque cuando llegan a nuestro país en jet privado, y no en patera, ya no son
moros, ya son jeques. Aunque luego den una patada y dejen al equipo de fútbol y
a la ciudad a dos velas. Acabaremos venerando a Abramovich a este paso. Las
noches de agosto cuando se funden con los Juegos Olímpicos dan para mucho.
Aprendes reglamentos y leyendas de deportes que jamás te plantearías en
dedicarles ni un segundo de tu tiempo, te reafirmas en tu patriotismo, y
blasfemas cuando no alcanzamos esa medalla que jamás habíamos deseado. En las
noches de agosto se aprende y se recuerda mucho. Evocamos a Marilyn y Elvis,
que habrían constituido un matrimonio con un glamour infinitamente superior al
de José Alfonso y Cayetana, que ya es decir, que es un listón elevado. Elvis
agarrado a la cintura de Marilyn, tal vez protegiéndola de esa bocanada de aire
salvaje que pretende mostrarnos los entresijos de la leyenda.
En una noche de agosto alcanzamos Marte, y muchas noches
de agosto antes, en Hiroshima, el hombre mostró su faceta más asesina y
destructiva. Enola Gay se llamaba el avión que transportaba la bomba y años
después, hace ya unos cuantos años, OMD le dedicó una canción repetitiva y
aguda que muchos bailamos tal vez en una noche de agosto. Recuerdo una noche de
agosto en vela, el niño insomne, nervioso y ansioso por ver y, sobre todo,
estar en la playa. Una playa de arena negruzca y chiringuitos con sardinas
carbonizadas y esos chanquetes que antes eran una bendición y ahora son una
salvajada, pero seguramente seguirán estando igual de deliciosos. Queda un
restillo en la tinaja y la orquesta obedece a los cuatro pesados beodos de las
primeras filas: suena de nuevo Paquito el Chocolatero y algunos hasta derraman
una lagrimilla de alcohol o de patriotismo incierto. Brindemos con este
restillo de ponche antes de que la Prima, de Guindos, la Merkel o Gordillo y
sus saqueos robinhoodnianos vuelvan a anunciarnos que el barco se hunde,
este Titanic de bodegas sin oro. Brindemos por esta noche de agosto y por las
que vendrán. Porque seguro que otras vendrán, quieran o no los de siempre.
Salud.
El Día de Córdoba
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