domingo, 11 de marzo de 2012

22F


No me cabe duda de que si tuviera que vender un producto, cualquier tipo de producto, me valdría de Twitter para hacer conocer mi producto e incluso para diseñar el propio producto. Y es que una de las grandes cualidades/habilidades de esta red reside en que se trata de un termómetro/barómetro social casi instantáneo. Lo que intuía lo comprobé directamente en la pasada entrega de los premios Goya, constatando como las tendencias del momento –los ansiados TT- aparecían, subían, bajaban y desaparecían según transcurría la gala. Y así supimos al instante que Santiago Segura divirtió mucho más que Eva Hache, que el peinado de Belén Rueda no causó sensación, sino todo lo contrario, que el ministro Wert tiene mala cara, que María León emocionó y que las palabras de Isabel Coixet causaron rechazo y admiración en idéntica proporción. Sólo un día después, tras los incidentes acaecidos a las puertas del instituto Luis Vives, logramos colar desde España en lo más alto del TT mundial el lema #primaveravalenciana. Sólo un día después, se coló en el TT nacional un lema incipiente, pero que merece le prestemos la mayor de nuestras atenciones: #igualdadsalarial. Desde hace unos años, pocos, se ha establecido la fecha del 22 de febrero como el Día Internacional por la  Igualdad Salarial entre Hombres y Mujeres. Así, a estas alturas, hay quien pueda llegar a pensar que se trata de una campaña más de feministas aburridas y trasnochadas, y no, ni mucho menos. En primer lugar, porque el movimiento feminista es más necesario ahora que nunca, que la crisis y sus recortes –justificados o no- comienza a cebarse especialmente con las mujeres; y en segundo, porque la desigualdad salarial es una realidad que escapa de las normas, de las leyes y hasta de la lógica.
Unos datos muy simples y concretos para ilustrar la cuestión. El Tratado de Roma, embrión de lo que hoy conocemos como Unión Europea, incorporó la igualdad de salario entre todos los trabajadores sin tener en cuenta su sexo, como uno de sus principios fundacionales. Cincuenta y cinco años después, que ya son años, la realidad es la siguiente: las europeas ganan un 15% menos que los europeos por realizar un mismo trabajo. En España, esta cifra alcanza el 22%, mientras que en Andalucía se sitúa en un 19%, más baja, afortunadamente, que la media nacional. Algunos datos más a considerar: de cada 100 personas que tienen un contrato a tiempo parcial, 76 son mujeres, porque 80 de cada cien mujeres se ocupan al mismo tiempo de su “empleo” que de “trabajar” en casa, en lo que denominamos dulcemente “tareas del hogar”, y que en la mayoría de las ocasiones es un “trabajo” más que duro –y que convierte a las mujeres en trabajadoras de “guardia” durante las 24 horas del día-. Y esta reducción salarial por un mismo empleo, esta reducción de la jornada laboral, este trabajo permanente en la casa, es una cruda y casi esclavista realidad en el presente, pero que se amplifica y aumenta en el futuro, cuando las mujeres se enfrentan a jubilaciones infinitamente inferiores que las de los hombres ya que, legalmente, han cotizado mucho menos que ellos, aunque en la mayoría de los casos hayan trabajado mucho más.
El Día por la Igualdad Salarial se fijó en el 22 de febrero por un cálculo tan simple como horripilante: una mujer europea tiene que trabajar 418 días para cobrar lo mismo que un hombre en 365. Como antes comentaba, legalmente no podría ser posible, y de hecho en determinados sectores no sucede, pero se emplean determinadas artimañas de falsas categorías profesionales, inferiores a las reales, que propician la reducción salarial. La crisis actual está siendo especialmente dañina con los jóvenes y con las mujeres, y me temo, espero no acertar, que la recién aprobada reforma laboral constituya un tobogán que acelerará aún más estas desigualdades. No es lícito recortar derechos con la excusa o pretexto de esta crisis, de la que nunca acabaremos de salir, teniendo en cuenta que es el enfermo el que alimenta al cirujano, y muy especialmente si esos recortes los vuelven a padecer con mayor intensidad las de siempre. Porque ya nos dicen que no es el momento de más escuelas infantiles, de ampliar el permiso de paternidad, de aplicar la Ley de Dependencia tal y como se había previsto, de planes de igualdad. No, ahora es tiempo de esta peculiar austeridad que no es tan austera para todo el mundo. Sería maravilloso que el 22 de febrero perdiera sus apellidos conmemorativos, pero el nublado horizonte no parece alumbrar ese camino. Ojalá no fuera TT el año que viene.

El Día de Córdoba

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