lunes, 10 de enero de 2011

VIDA NUEVA


















No me termino de creer todo lo que ha aparecido en los papeles secretos del Estado de Oriente, que si Gaspar se queda con la mitad de los regalos para venderlos en el mercado negro, que si Melchor es un tipo muy maleducado que se pasa el día reprendiendo a sus pajes, que si los camellos son articulados, porque en realidad se tratan de robots de última generación. Esto de los papeles reservados, ahora filtrados, como ya les comenté, me empieza a desmoralizar, porque me reafirma en verdades que presentía pero que siempre me he negado a admitir y porque me descubre situaciones que jamás me hubiera gustado conocer. Tampoco tenemos que asumirlo como la verdad absoluta, porque en un papel se escribe cualquier cosa, todo vale. Además, entre mis propósitos de año nuevo se incluye el no aceptar cualquier afirmación que no pueda contrastar con meridiana claridad. Eso de que cuando el río suena, producto malajoso del puñetero refranero popular, me aburre y escuece, y es que en demasiadas ocasiones el río arrastra en su superficie las malas babas de los tarados, envidiosos, rencorosos y demás sujetos empeñados en no dejarnos vivir en paz. Este zoológico en el que habitamos es un tanto injusto, determinadas especies deberían estar entre barrotes para que la inmensa mayoría pudiéramos pastar sin temor a ser atacados en un descuido. Lo de pastar es una expresión metafórica, que nadie se me moleste, y lo de los barrotes también. Mis queridos Reyes Magos me han traído este año tres regalos, tres deseados regalos que van a propiciar mi vida nueva. Tres regalos esenciales para construir al nuevo hombre que pretendo ser, porque todos, como los vinos, como los coches, como las canciones, como la televisión, somos mejorables si nos retocan –retocamos- convenientemente, o eso tengo entendido, o eso quiero creer, menudo lío.

El día 6 por la mañana fui feliz, ¿feliz?, cuando encontré el carro de la compra que encargué a mis queridos Reyes Magos. Estos pasados años devoradores nos mostraron la cara más atroz del consumo, hasta el punto de aceptar que todo era de un solo uso, que ya no merecía la pena reutilizar o reparar absolutamente nada. Que la tele se rompía, una tele nueva, que sale más barata; que un zapato perdía la suela, zapato nuevo, cómo lo vas a llevar al zapatero; me bebo una cerveza y tiro la botella. Añadamos las bolsas, que además cuentan con el maligno componente medioambiental, porque una bolsa no se reintegra, no se transforma, simplemente nos envenena. Ya no quiero bolsas, tengo mi carro de la compra, como lo tuvo mi madre y yo me agarraba a su asa cuando nos dirigíamos a la Corredera. Carro que en multitud de ocasiones se rellenaba con los cascos de gaseosa o cerveza, cascos que si no aportabas a la tienda de turno tenías que pagar de nuevo y no eran precisamente baratos, recuérdelo. Eso sí que era un impuesto medioambiental en toda regla. Fuera bolsas, me anticipo en el tiempo. Segundo regalo: un cigarrillo electrónico. Aprovechemos la ley que entró en vigor el dos de enero para aportar salud futura y presente a nuestro organismo.

Respecto al tabaco, a pesar de mi propósito inicial, sigo pensando lo mismo: si es un veneno que mata, que prohíban su venta de inmediato. No me vale con la prohibición o la restricción de su consumo. Si les soy sincero, tampoco me hizo mucha ilusión el cigarrillo electrónico, y muy especialmente cuando me lo metí en la boca. Cómo explicarlo, es cómo ese régimen alimenticio que te indica que te comas un huevo duro nada más levantarte, pues mire usted, prefiero no comer nada; algo parecido pasa con el cigarrillo electrónico: mejor nada, ¿no? El tercer regalo es aparentemente muy simple: una libreta en blanco. Cien hojas que rellenar durante este año aún bambino, un espacio concreto en el que dejar constancia de mis días y sus cosas, que insignificantes o inmensas son mi propia vida. Si la empleo con inteligencia, si no soy autocomplaciente, por no decir mentiroso, me ayudará en mi objetivo de ser un hombre mejor y, por tanto, nuevo. Erradicaré mis defectos y potenciaré mis virtudes, ahí es nada. Estoy enfrente de mis tres regalos, ha llegado el momento, comienza la cuenta atrás, los motores arrancan, mi nueva vida me espera al otro lado, más allá de mis hábitos. Quiero y tal vez pueda, pero es una auténtica lástima que el cigarrillo electrónico esté estropeado, dos caladas me ha durado, y que, para colmo, la garantía la tirara a la basura sin darme cuenta. El carro sí que funciona como debiera, cómo se desliza en el pasillo, esperemos que pronto deje de llover y pueda estrenarlo como se merece, con unos cuantos kilos de patatas y naranjas que examinen a conciencia su resistencia y versatilidad. De momento, me queda la libreta, cien hojas en blanco, cien. Escribo la primera palabra.

El Día de Córdoba


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