lunes, 1 de noviembre de 2010

SINCERAMENTE










Existe un tipo de persona que cada día llevo peor, que me cuesta más entender: el “sincero inconsciente”. Me explico, este tipo de persona suelta por su boca lo primero que se le ocurre sin tener en cuenta la conveniencia del momento, de quién tiene enfrente, de los posibles daños colaterales, etc. El “sincero inconsciente”, que suele ser reincidente, todo hay que decirlo, una vez que se ha percibido de su metedura de pata, bien por reflexión propia o bien por indicación de un segundo –normalmente cabreado-, suele excusarse en frases tales como “yo soy así”, “es que yo siempre digo lo que siento”, “es que no me las pienso”, y demás coletillas que compondrían un catálogo tan amplio que bien podrían rellenar todas las páginas de este periódico. El que les escribe, que no es tan “sincero”, cuando tiene enfrente a uno de estos “sinceros inconscientes”, le gustaría por unos segundos contar con la habilidad de los citados y decirles algo parecido a “tu sinceridad me importa menos que cero y lo que deberías ser es un poquito menos “sincero” y un mucho más educado”, por ser suave. Pero bueno, también es verdad que la inmensa mayoría de estos “sinceros inconscientes” nos dejan de ser fernandosalonsos de la palabra, y la prudencia y las ideas y la velocidad los atropellan en la primera curva. Si a estos “sinceros inconscientes” cada día entiendo menos, existe otro tipo de “sincero”, el que bien podríamos clasificar como el “sincero energúmeno”, que ya no es que escape a mi entendimiento, no, es que rechazo de plano, incomodándome tanto su presencia y discurso como para hacer todo lo posible para no querer sentir ni a kilométrica cercanía su presencia. Porque este caso de “sincero” dice lo que piensa, lo que ha masticado, lo que respira, y lo dice con orgullo, con arrogancia, aunque la suya sea una verdad horrenda y despreciable.

Dicho esto, hablemos del todavía –más que nunca en minúscula- alcalde de Valladolid. En nuestra sociedad, a pesar de lo que ha llovido, hay quien no cree en la Igualdad, y muy especialmente en la Igualdad que debe existir entre hombres y mujeres. La violencia de género es la plasmación más feroz y trágica de esta evidencia, ya que no deja de ser la representación más tácita de la desigualdad. La gracieta de este individuo sobre la nueva Ministra de Sanidad, Leire Pajín, no es que me parezca desgraciada, errónea, maleducada y demás adjetivos, muchos otros de mayor fuerza expresiva, es que lo entiendo como un desproporcionado ejercicio de machismo troglodita. Porque si la nueva Ministra de Sanidad no fuera una mujer y joven, sino un señor cincuentón con chaqueta y corbata, les puedo asegurar que no habría padecido semejante ataque. No, seamos sinceros, no habría sido insultado de esta manera, no. Y es que hay quien cree que una mujer, y especialmente una mujer joven, es una diana fácil sobre la que clavar sus vomitivas y energúmenas sinceridades. Bibiana Aído, es un magnífico ejemplo; estrujando mi memoria como una esponja no puedo recordar una figura política que haya sido tan vilipendiada en la historia democrática de nuestro país. Menos mal que nació muchos años después de que Manolete falleciera en esa agosteña tarde de Linares.

Puede que este sujeto de Valladolid consiguiera parte de sus objetivos, el hacerse notar y el que al día siguiente fuera el gran protagonista en la toma de posesión de la nueva ministra. Porque los medios nos transmitieron las ideas de Rubalcaba, la emocionada despedida de Moratinos, las intenciones de Jiménez, las cualidades del nuevo ministro de Trabajo, de todos ellos tuvimos su voz política, salvo de Leire Pajín, eclipsada por la bruma acida que desprende un ataque machista. Desgraciadamente, creo que el todavía alcalde de Valladolid dijo lo que realmente pensaba, que no fue un “sincero inconsciente”, que no metió la pata, que se podrá disculpar mil veces, pero que piensa lo que piensa, lo que siente. En los últimos días, y tras los exabruptos escuchados, y no sólo me refiero al alcalde vallisoletano, también Dragó o Pérez Reverte se han añadido a tan dudoso y poco selecto club, me temo que si estableciéramos el Día Mundial del Energúmeno Mental unos cuantos se sentirían especialmente identificados, y hasta puede que lo celebraran descorchando una botella, de cava o de lo que sea. Sinceramente, la sinceridad del “inconsciente” no me interesa, por maleducada e inapropiada, y la sinceridad del “energúmeno” me repugna, por su propia naturaleza.

El Día de Córdoba