domingo, 17 de octubre de 2010

PATRIA CERVANTES


















Es muy complicado determinar en algunos escritores, muy pocos, los elegidos, la línea que separa la vida de la obra, o la obra de la vida, como ustedes prefieran, que el orden de los factores proyectan el mismo asunto. Escritores que construyen su propio mundo, su propia patria, un lugar en el que encerrarse y crecer, para hacernos soñar a su lado. Uno de esos escritores, enfermo, atragantado, manantial, océano, esclavo de Literatura, es Mario Vargas Llosa. Llevamos unos días hablando sin parar del genial escritor peruano, hemos recuperado su obra, sus grandes títulos, los puntos cardinales de su existencia, sus frases más notables, al hombre, al autor, desde que le concedieron el Nobel de Literatura. Un premio que entiendo tardío, que hubiera merecido hace ya muchos años, muchos, cuando su colección de hipopótamos apenas contaba con media docena de ejemplares, quince o veinte años antes. No pudo ser más acertado el consejo de su tío Lucho, un consejo que es la señal de dirección sobre la que Llosa ha dirigido sus pasos. Sonó el teléfono, de madrugada, el escritor y su esposa creyeron que les despertaba la tragedia, a esas horas el teléfono suele tener línea directa con el dolor. Después pensaron que se trataba de una broma, de algún descerebrado que había conseguido su número de teléfono. Hasta que certificaron la noticia, pasaron catorce minutos, tiempo que el escritor empleó en trazar el flashbacks literario y personal de su vida. Las palabras del tío Lucho en primer lugar, aquel concurso literario de juventud, la llegada a España, las tardes con Carlos Barral, el temple de la visionaria Carmen Balcells, París, Madrid, Londres, el enfrentamiento a Fujimori, el sueño conquistado.

Desde hace años, he celebrado con ímpetu festivo cada nuevo título de Mario Vargas Llosa, al que siempre he considerado como uno de los grandes autores de la Literatura mundial. Más allá de sus posicionamientos ideológicos –que han oscilado a lo largo de los tiempos-, adentrarme en una nueva obra de Llosa, especialmente novela, es sentir muy cerca, frente a tus ojos, el pálpito inimitable del talento en estado puro, sin disfraz, sin la hipocresía de una impostura pretendida, sólo Literatura, pura Literatura. El que Llosa adquiriera la doble nacionalidad, peruana y española, y que ingresara en la Academia de la Lengua lo entendí como un verdadero halago a nuestras letras, un lujo, todo un placer. Además, Vargas Llosa ha contado con la capacidad de construir una brillante y luminosa carrera literaria sin caer en la tentación, tan extendida, por otra parte, de escribirse mil veces y volver a reescribirse. No se ha detenido en los géneros, en las temáticas, humorístico o intimista, su voz siempre se ha impuesto por encima de las posibles etiquetas. Debo de reconocer que tengo una especial predilección por el Vargas Llosa sarcástico, por ese niño de Miraflores que, curioso y atrevido, se asoma al balcón del mundo y nos muestra todos sus descubrimientos. Más allá de los Andes, Miraflores o Madrid, Vargas Llosa es un honorable morador de la patria que un día delimitó Cervantes, una patria común, construida alrededor de nuestro idioma.

Una patria que tras el autor del Quijote han engrandecido otros escritores, Valle, Delibes, Cela, Umbral, Cortázar, y que se mantiene viva, floreciente, gracias a una lengua dinámica y permeable, evolutiva y acogedora. Vargas Llosa, especialmente, ha contribuido a la elasticidad del castellano, adaptándolo al cariñoso abrazo de las emociones transmitidas, encajándola hasta mostrar la imagen precisa, el recuerdo en su plena nitidez. Este insigne poblador de la patria Cervantes debería haber ganado el Nobel mucho antes, pero como nos indica el refranero nunca es tarde si la dicha es buena. Tal y como señalaba anteriormente, enfermo de Literatura, el escritor hispanoperuano ya ha advertido que seguirá en activo, que entiende el galardón como un aliciente y no como un homenaje, que seguirá regalándonos historias, baile de palabras, esa música que te atrapa desde el primer renglón y que no deja de ser su ADN literario. Vargas Llosa tuvo un primer recuerdo para el tío Lucho mientras esperaba la confirmación del premio, y yo le agradezco al tío el consejo y al sobrino que lo siguiera con tanta obediencia.

El Día de Córdoba

1 comentario:

José Luis Castro Lombilla dijo...

Magnífico artículo, Salvador.