jueves, 8 de enero de 2009

UN GRAN CHICO, NICK HORNBY


¿Es posible combinar sentido del humor, actualidad, reflexión, ironía, literatura –incluso- en una misma novela? Es posible. Los ejemplos, lamentablemente, no abundan, pero nos encontramos ante un autor que lo demuestra, obra tras obra. Que suenen los tambores y las trompetas, que el pirotécnico se queme los dedos. Nick Hornby irrumpió en el permanentemente alicaído panorama literario europeo hace ahora diecisiete años, en 1992, con la delirante y deslumbrante Fiebre en las gradas, alucinógena y ensayística recreación del mundo de los hooligans –aparentemente-. Prosiguió Hornby su andadura con la musicoemocional Alta fidelidad y la sugerente Érase una vez un hombre, posteriormente. En Cómo ser bueno, Hornby se vuelve adulto, demasiado serio a ratos y 31 canciones cabe entenderse como un íntimo catálogo de su banda sonora más personal. En picado, lejos de como su propio título indica, supone el regreso de Hornby a las alturas, que ya transitó en sus dos primeras obras. Suicidios y delirios, para volvernos a hablar de este mundo extraño y veloz que nos ha tocado vivir.

Si la adaptación cinematográfica de Alta Fidelidad te empujaba a la novela, no se puede decir lo mismo de Un niño grande (la tragedia comenzó con el título), una comedieta edulcorada y previsible que para nada hace justicia al texto de Hornby. En Un gran chico podemos encontrar, de nuevo, tres de los grandes temas que con frecuencia y maestría recorre el escritor británico: la figura del padre, el ocaso de la juventud y las relaciones de pareja. Will, el protagonista de Un gran chico, es como el propio Nick Hornby, el hijo de un hombre que ha alcanzado una buena situación económica gracias a un golpe de fortuna. El padre de Will compuso una ridícula canción de Navidad, que le permite al hijo vivir de forma desahogada gracias a los derechos de autor. Pero, sobre todo, Will es un enorme y evidente peterpan, una figura que Hornby sabe manejar, explotar, ilustrar y definir como nadie. Consumado especialista en la materia, Will lo intenta todo por ser siempre, y sobre todo parecerlo, un chico joven, aun a costa de ofrecer una imagen entre esperpéntica y peripatética de él mismo. Qué más da. Y, por supuesto, una de las grandes asignaturas pendientes de cualquier peterpan que se precie son las relaciones de pareja, escapar del compromiso a toda costa, huir, aunque el abismo o la soledad se perciba a menos de un palmo.

Nick Hornby, desde el humor, desde una ironía con tintes melosos, pero no por eso menos incisiva, nos habla de los temores que a muchos nos afectan. Su literatura, envolvente, deliciosamente divertida, sólo es el jocoso disfraz con el que nos invita a su particular fiesta. Una fiesta plagada con los grandes iconos que a todos –los menores de cincuenta años- nos siguen influyendo y atrayendo. Una novela saludable, a ratos delirante, siempre atractiva, de una de las voces más inquietas de la narrativa europea.


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