domingo, 23 de noviembre de 2008

25 DE NOVIEMBRE


El próximo 25 de noviembre, martes, es el Día Mundial Contra la Violencia de Género. Una fecha que debería formar parte del recuerdo. Pero no, no; cada pocos días los noticiarios nos informan de que esa lacra, ese maldito terrorismo familiar, sigue siendo una de las mayores muestras de violencia que nuestra sociedad genera. En Córdoba, Barcelona, Madrid o Málaga, Carmen, Lucía, Marta o Ángela murieron este año a manos de sus parejas, y aún restan, desgraciadamente, muchos nombres para completar la lista. Una lista que en demasiadas ocasiones contemplamos desde la frialdad de un mero dato, con la indiferencia de la cotidianidad, porque el horror, como en tantas otras ocasiones, ha dejado de sorprendernos. En la mayoría de los casos, el trágico final fue el diabólico epílogo de una vida repleta de vejaciones, maltratos y humillaciones. La violencia de género es la expresión más nefasta de ese machismo que aún pulula en nuestras venas con tanta libertad. Un machismo generado y mantenido por unas conductas sociales que no queremos expulsar de nuestras vidas, con las que nos sentimos cómodos. Todavía hoy, en el seno de las familias se adjudican los roles de antaño, y la presencia y las funciones de los niños y de las niñas siguen siendo absolutamente diferentes. Las niñas recogen la mesa, aprenden a poner la lavadora, peinan a sus muñecas, se les instruye para ser el cobijo de los padres cuando sean ancianos. Los niños juegan al fútbol, disparan con sus pistolas de plástico. La semilla de la discriminación permanece en la esencia, y la regamos cada día para que florezca.
El Instituto Andaluz de la Mujer, para este 25 de noviembre, nos pide que reaccionemos ante los malos tratos. Lo entiendo como un lema más que acertado, a pesar de comportamientos tan ofensivos y descabellados como el de la desgraciadamente célebre Violeta Santander y su circo mediático costeado por las televisiones. Pero, ¿dónde comienza la violencia hacia las mujeres? Me temo que la bofetada, la paliza o el asesinato no son más que la sangrienta y afilada punta del iceberg, que si nos sumergimos podremos constatar que la discriminación y la injusticia hacia las mujeres comienza muchísimo antes. Un estudio nos ha revelado en los últimos días que las mujeres ganan un 26% menos que los hombres en nuestro país, lo que en términos monetarios se sitúa, en una media ponderada, en unos 5.800 euros, casi un millón de las antiguas pesetas. Hay otros muchos números, siempre negativos, que inciden muy negativamente, en la vida de las mujeres. ¿Cuántas mujeres ocupan puestos de responsabilidad, cuántas son miembros de consejos de administración, cuántas son presidentas o directoras generales de los diferentes organismos o entidades, públicas o privadas? ¿Cuántas mujeres son rectoras o catedráticas de Universidad? La vitoreada conciliación familiar aún sigue siendo una lejana utopía. En multitud de ocasiones, las mujeres han de renunciar a su trayectoria profesional o a la maternidad porque los dos términos son imposibles de encajar en el mismo renglón. Todas estas circunstancias negativas han de entenderse como expresiones reales de violencia contra las mujeres. Una violencia que también cuenta con sus propias cicatrices, con un dolor inherente, con el regusto amargo que deja la falta de libertad y la negación de los derechos. Ante esto, deberíamos reaccionar de forma conjunta y unitaria, establecer un nuevo código social. Ante el derrumbe económico, las grandes potencias no han dudado en señalar que el sistema ya no valía y que es necesario crear uno nuevo, ¿por qué no podemos actuar de semejante manera ante la evidente desigualdad que padecen las mujeres en la actualidad?
El próximo 25 de noviembre, muy pronto, este martes, nos volveremos a sobrecoger cuando los números y los nombres teñidos por el rojo de la sangre se apoderen de las pantallas y de las páginas de los periódicos. Volveremos a escuchar todas esas trágicas historias que creemos haber escuchado miles de veces con anterioridad, y que no son una repetición, son nuevas historias, otras tragedias. Supongo que habrá una época en la que no tendremos que dedicarle un día del año a la violencia que padecen las mujeres, aunque la intuyo aún muy lejana. De momento, deberíamos acordarnos de ellas, de todas las mujeres, todos los días del año, y entre todos, nosotros y ellas, establecer las bases de una sociedad en la que la igualdad plena sea una realidad y no un objetivo a alcanzar.
El Día de Córdoba

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