martes, 9 de junio de 2020

POSIBLE


La pasada semana volví a enviar una carta, una carta de las de siempre. Con su sobre, su sello, sus palabras escritas a mano, y todo eso. Porque una carta tiene su intendencia, su faena, sus previos, su durante, que es la inquietud de saber si va a llegar a su destino -nunca dejaremos de poner en entredicho a Correos, a pesar de su manifiesta eficacia-, y la espera de la respuesta, si es que se produce. ¿Hay algo más intrigante que una carta sin respuesta? En estos tiempos de emails como churros, guasás a cascoporro y demás servicios de mensajería, todos ellos instantáneos, claro, y supuestamente gratuitos, enviar una carta tiene mucho de afecto, tacto, dedicación y hasta de resistencia. Sí, resistencia, porque requiere de esfuerzo, de entrega, de tiempo, porque se trata de un acto artesanal, que hacemos con nuestras propias manos. Algo que choca con este tiempo no veloz, atropellado más bien, atolondrado por ello, que premia lo instantáneo, lo fugaz, el falso brillo de un segundo. Ya no hay sitio para el humor, gusta más la ocurrencia, la risotada. Por eso, en este tiempo, como en los anteriores, y como en los que hayan de venir, ya sean nueva normalidad o vieja normalidad revival, yo siempre centraré mi atención y admiraré a todas aquellas personas y expresiones que me ofrecen algo emocionante que ha nacido del trabajo, del talento y de la dedicación. De ahí mi admiración por Clint Eastwood, que hace unos días celebraba su noventa cumpleaños y sigue ofreciéndonos historias. Y bien que podría haber dejado de complicarse la vida rodando una película cada año, como sigue haciendo, y limitarse a vivir de la gloria alcanzada tras haber firmado unas cuantas obras maestras. Estoy convencido: quien está infectado con el veneno de la creación, no puede renunciar a ella, y no quiere que le suministren el antídoto.
Enrique Bunbury es otro magnífico ejemplo de artista comprometido y entregado a su propia creación. Y no solo eso, también es ejemplo de inquietud, de búsqueda constante, de permanente inconformismo. Porque el auténtico creador nunca siente que ha llegado a ningún sitio, no se encuentra realmente cómodo en ningún lugar; está plenamente convencido de que siempre hay algo más allá, en ese territorio que desconoce o que nunca ha visitado. Musicalmente, Bunbury es un explorador, un errante, un peregrino, siempre a la búsqueda de un nuevo sonido, de un nuevo camino, de una manera distinta de ofrecer sus canciones. Posible, su último disco, de reciente aparición, es uno de los trabajos ofrecidos por el aragonés, en solitario, que cuenta con una mayor personalidad y franqueza. Un álbum transparente, que en gran medida pone al músico al descubierto. Diez canciones -once en la edición especial-, en las que podemos encontrar al Bunbury más electrónico que hayamos escuchado hasta el momento, ofreciendo así una nueva versión de él mismo. En algunos temas, como es el caso de Cualquiera en su sano juicio, puedes encontrar ecos de los mejores Depeche Mode, los de Violator, incluso de Ultravox, aquella banda británica tan fugaz como brillante. Y en algunos momentos, también crees escuchar un susurro de Bowie, especialmente en Mis posibilidades (Interestellar), que puede entenderse como la deliciosa lectura musical que el aragonés realiza de la fabulosa película de Christopher Nolan. Y como en sus anteriores obras, de la mano de Jose Girl, Bunbury ofrece una obra global, donde la imagen, los videoclips, el diseño o el vestuario forman parte de una misma intención.
Pero, ante todo, y sobre todo, Posible es un disco muy Bunbury. Su sello y su personalidad están presentes en todas y cada una de las canciones. Canciones que, y es la primera impresión que me transmitieron, rezuman trabajo, dedicación, laboriosidad, que no hay nada dejado a la improvisación. Y es que Bunbury es talento, es obvio, pero también la suya es una carrera muy trabajada, muy obrera en cierto modo, yo lo sigo contemplando como un artesano de la música. Siempre habrá que agradecerle al zaragozano que nunca haya sentido la fácil comodidad del oro pasado, y que siga buscando nuevo oro, su nuevo Dorado en cada disco. Nada más que con lo ofrecido hasta ahora, tendría para componer un repertorio que le permitiría girar hasta que las fuerzas le flaquearan. Pero, sin embargo, como en Posible, Bunbury sigue demostrando que es un creador en permanente construcción, un proyecto muy vivo, piel con capacidad de transformación. Y como en esa carta que mencionaba en el principio, Bunbury forma parte de esa resistencia que nos sigue explicando que el talento sin trabajo, esfuerzo y tiempo no pasa, en demasiadas ocasiones, de un levísimo brillo que no tardamos en dejar de contemplar. La resistencia es Posible.

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