martes, 9 de abril de 2019

MÁS LIBROS EN ABRIL



Y seguimos recorriendo este abril primaveral, con su recién estrenada oscuridad y luz, con sus promesas electorales en esta precampaña permanente en la que estamos instalados durante los últimos tiempos, y con más libros, que no falten. Aliento contra la ignorancia y la ceguera, voz en el silencio. Y hablando de voces, comenzamos con una de las más personales, referenciales y brillantes que nos ha ofrecido la narrativa española de los últimos años: Ray Loriga. Tras la distópica Rendición, de 2017, que obtuvo el premio Alfaguara Internacional, ahora entrega Sábado, domingo, una novela en la que el autor madrileño despliega buena parte de sus argumentos habituales, muy fiel a su estilo y marca –de la casa-. O sea, es un texto muy Loriga. Legible, directo, carvesanio (por Carver), y Cheever a la vuelta de la esquina, Sábado, domingo te hipnotiza desde las primeras líneas y es casi imposible abandonar su lectura. Un elogio que, aunque manido, es el más deseado por todo novelista. Una noche de sábado, Chino y Federico se enfrentan a un hecho que marca sus vidas, y que no descubrimos hasta que llega el domingo, 25 años después. Más que creíble el cambio personal que descubrimos en Gini y Federico, que casi los hemos visto crecer ante nuestros ojos, a pesar de que no lo han hecho. Y como suele suceder en las novelas de Loriga, lo mejor de Sábado, domingo lo encontramos en esa coda deliciosa y mexicana, emotiva y emocionante, con la que concluye. Una obra que, en cierto sentido, es casi una metáfora de la propia trayectoria de Loriga. Su obra, como los personajes de su última novela, continúan 25 años después, y como el propio escritor, siguen siendo reconocibles, manteniendo su propia personalidad, a pesar de los días transcurridos y sus cosas.

Desde que nos sorprendiera a la mayoría con la inmensa Las máscaras del héroe, he leído todos y cada uno de los nuevos títulos de Juan Manuel de Prada. Sí, lo he hecho. A pesar de que, durante un tiempo, ha sido más conocido por el personaje que por el escritor. Un asunto que él mismo pone de manifiesto en Lucía en la noche, y lo hace “resucitando” al que cabría entenderse como su alter ego literario, el escritor Alejandro Ballesteros, protagonista de la soberbia Mirlo blanco, cisne negro, su anterior novela. En Lucía en la noche encontramos a un Ballesteros en plena resaca del éxito, o en las cloacas de la resaca, ha abandonado la Literatura para convertirse en un tertuliano malhumorado en los platós televisivos a cambio de dinero. En esa tesitura, entra en escena Lucía, provocando un cisma en su vida, como consecuencia de la poderosa luz que desprende y, también, de las sombras que alberga. Con estos mimbres, de Prada nos ofrece una inquietante historia, con claras referencias al mundo de Hitchcock, construida en torno a ese estilo tan personal como artesanal, tan cargado de tradición, capaz de hilvanar algunas frases e imágenes que me atrevería a calificar como memorables.
Reconozco que mantengo una relación bipolar, de amor y odio, con Haruki Murakami, algunas de sus novelas me fascinan y otras me aburren hasta extremos insospechados, dando por finalizada su lectura apenas leídas cincuenta páginas –en el mejor de los casos-. En su última obra, publicada en dos entregas, La muerte del comendador (libro 1 y 2), he vuelto a resucitar esa bipolaridad que citaba, pero, por primera vez, al mismo tiempo, en un mismo texto. A pasajes que devoro les suceden otros que estoy tentado a pasar de largo, sobre todo cuando aparecen esos elementos tan característicos de la narrativa de Murakami, o eso dicen, y que tanto aborrezco. En cualquier caso, el Murakami real predomina en la novela y la bipolaridad, con frecuencia, solo es un amago del pasado. Y seguimos avanzando este mes de abril, con más libros e historias, tan cercanas y tan lejanas como nosotros queramos. Basta con dejarse atrapar.

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