lunes, 19 de marzo de 2018

QUE NO SE EXTIENDA LA RABIA


Hay un colegio en el fondo del mar, y allí los "bonitos" bajan a estudiar, con estos versos comienza el poema Los peces van a la escuela de la siempre mágica Gloria Fuertes. Gabriel, Pescaíto, me ha recordado este poema, que reposaba dormido en la luminosa memoria de la infancia. Ojalá permaneciera allí, sumido en su profundo y placentero sueño. En los últimos días, hemos visto la expresión del horror, del terror y del dolor en los rostros de los padres y familia de Gabriel Cruz. También hemos visto las más nauseabundas expresiones de racismo, rencor y violencia en las redes sociales y en las patéticas reflexiones de algunos políticos, dispuestos a cosechar los votos más fanáticos de cualquier manera. Me sobrecogió escuchar el rugido del rencor en el intento de agresión a la detenida, hasta el punto que se ha convertido en una marabunta que me ha despertado alguna noche. Miedo. Y también hemos podido escuchar la voz de la sensatez, de la cordura, en quien podríamos entender como la menos capacitada para ello, dadas las circunstancias, y me refiero a la madre de Pescaíto, Patricia. Qué ejemplo. Recordaré siempre sus palabras, su firmeza, su integridad, ese saber estar en el peor momento, y que debe ser algo innato en ella si es capaz de mostrarse así en tales circunstancias. Circunstancias que a la mayoría nos transformarían en bestias, en monstruos, y solo hablaríamos y actuaríamos por indicación del rencor y el odio. Miedo. La marabunta, que ruge. Ruge y se transforma en un confuso y áspero populismo social que genera respuestas tan crueles como los hechos a los que juzga. En esas estamos, cuando el rencor es la casi repentina transformación del dolor. En un segundo, en menos, metamorfeamos los sentimientos, olvidando que los tiempos del ojo del ojo pasaron o creímos que habían pasado. Como bien ha reiterado su madre, no merece Pescaíto este debate, esta respuesta a su tragedia. No merecen esos padres, esa familia, convivir con el rugido de esta marabunta.
Nunca me he creído esas películas de horribles tragedias que supuestamente están basadas en hechos reales y que suelen emitir los fines de semana, a la hora de siesta. Pues a lo mejor tengo que comenzar a creérmelas y dejar de pensar que sus guionistas cuentan con unas mentes tan sucias y degeneradas, porque en el caso de Gabriel la realidad, lamentablemente, ha superado a la ficción. Y todos hemos podido ver esa mujer glacial que es capaz de mostrar con pasmosa naturalidad diferentes personalidades, con un oscuro pasado a su espalda. Un pasado que los medios de comunicación nos están mostrando como si se tratara de aquellas novelas por entrega de hace tantos años, y que hemos vuelto a consumir en formato audiovisual. Y es que hemos visto a la detenida solicitando el regreso del niño, como si realmente se sintiera afectada, agarrada del brazo del padre, luciendo una camiseta con su rostro, participando activamente en las batidas, una sobreactuación que tal vez se le ha vuelto en contra. Si nos paramos un instante a pensarlo, tal vez hemos visto ya demasiado, y lo que ahora toca es instaurar la calma y el sosiego, hacer todo lo posible para que esos padres y esas familias pueden seguir hacia delante, conscientes de que habrán de convivir con una herida que nunca terminará de cicatrizar. Ojalá me equivoque.
A veces tengo la impresión de que aprendemos muy poco de estas tragedias que se convierten en dolor colectivo, y que lejos de hacernos crecer como sociedad, enseñarnos a ser más consecuentes y equilibrados, lo único que consiguen es avivar los rescoldos de lo peor que llevamos dentro. Eso que no queremos apagar definitivamente. Y el dolor se convierte en rencor colectivo, y una sociedad rencorosa, una sociedad sedienta de venganza, es una sociedad enferma. Tomemos nota de la lección que nos están ofreciendo Patricia y Ángel, los padres de Gabriel, su reivindicación de la ética debe calar entre todos nosotros. Prefiero recordar a Pescaíto como si fuera uno de los personajes del poema de Gloria Fuertes, habitante en un luminoso mundo imaginario. Un mundo feliz, como es el mundo de la infancia. Que no se extienda la rabia.
 

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