martes, 1 de marzo de 2016

ANDALUCÍA


Espero que no me ciegue la procedencia, el orgullo de procedencia y también de pertenencia, sí, orgullo, pero tengo la impresión de que en este tiempo de secesiones, decisiones unilaterales, consultas, referéndum y demás escenificaciones pseudopolíticas,  Andalucía, los andaluces y andaluzas, damos una lección de pertenencia y de nacionalidad, pero también de convivencia, de respeto y aceptación. Los andaluces, aún contando con un elevadísimo grado de asimilación de nuestra propia identidad, hablemos también de nacionalidad, no la empleamos para evaluar posibles incompatibilidades con otras identidades y pertenencias que asumimos con absoluta naturalidad; hablemos también de comodidad, incluso de cotidianidad. Es decir, para nosotros ser muy andaluces no choca con ser muy español, no establecemos una competición entre ambas identidades, no las echamos a pelear, no las colocamos en una balanza, conviven armoniosamente en nuestro interior. El concepto España y el concepto de Andalucía cohabitan en la misma línea, en el mismo discurso, sin necesidad de giros, ni uno ni otro están encriptados a presión en nuestra semántica emocional. No hay competencia. En este sentido, y no excuso una supuesta vanidad que entiendo como una certeza, somos un ejemplo a imitar en este tiempo de desafíos, enfrentamientos y visceralidad. En este tiempo de nomenclaturas y definiciones rebuscadas, artificiales en gran medida. En este tiempo de concepciones premeditadamente encontradas, y que en muchos casos se plantean como una auténtica guerra de sentimientos. Y los sentimientos, cuando son puros y verdaderos, no se enfrentan entre ellos, conviven. Tampoco se miden o pesan. Y no se tasan, no, por supuesto que no.
Soy consciente de que soy, somos, diferente a un vasco, un gallego, un catalán o un extremeño, evidentemente. Me expreso de diferente manera, mi ritmo, mi acento, el uso de jergas, esas vocales imposibles que hemos creado a lo largo de los siglos, me diferencian. Disfruto con fiestas y tradiciones que más allá de Despeñaperros no terminan de comprender, y viceversa; contamos con climas diferentes, la luz que me despierta cada mañana no es la misma, tampoco los olores y las tonalidades, pero nada de eso me separa, ni cultural ni emocionalmente, de un canario, valenciano o asturiano. Me, nos, diferencia, pero no me separa. No es lo mismo. Es más, disfrutamos de esas diferencias, de sus olores, de sus colores y sabores, de sus palabras, cuando las descubrimos. Del mismo modo que ellos las disfrutan cuando conocen el Sur, Andalucía. Asumo y entiendo estas diferencias como elementos enriquecedores, como los matices que podemos encontrar en cualquier imagen, en un cuadro, en una panorámica que nos emociona e hipnotiza. Y quiero seguir disfrutando y, sobre todo, compartiendo y conviviendo con estas diferencias... sigue leyendo en El Día de Córdoba

No hay comentarios: