martes, 29 de abril de 2014
domingo, 27 de abril de 2014
ALEX KATZ
Por una vez se cumple ese dicho que habla de las cosas, el sitio y el tiempo. Le ha costado al genial Alex Katz demasiado tiempo ocupar el sitio que realmente se merece. Fuera de modas, certero en el instante, observador incisivo, el fascinante universo de Katz nos muestra la transparente visión de la realidad. El tiempo, las cosas y su sitio.
El País
martes, 22 de abril de 2014
LIBROS
Envidio
Sant Jordi, esas calles colmadas de flores y libros, esas colas multitudinarias
a la caza de una dedicatoria, las cifras de ventas, las pilas de títulos que menguan
conforme pasan las horas. Envidio esa tradición de convertir el libro en un
objeto de consumo, de regalo, que se compra, que se paga. Envidio esas ferias
del libro rebosantes, de codazos, de rebuscar en las mesas esa nueva entrega
del autor favorito. Envidio todos esos momentos, tan escasos, tan
irregularmente desperdigados en el tiempo, en los que el libro es el gran
protagonista, el tema de conversación. Si comparamos todos los eventos,
fiestas, tradiciones y demás celebraciones multitudinarias, las que se celebran
en torno al libro son las más desangeladas, las más tranquilas, las menos
bulliciosas. Y sin desmerecer ninguna celebración, creencia o inquietud,
faltaría más, se nos llena la boca exaltando las bondades del libro, todo lo
que supone para nuestra construcción personal, todo lo que nos aporta, el
alimento que recibimos, pero a la hora de verdad nos esmeramos, y pagamos, para
que nuestros hijos luzcan la camiseta oficial de tal o cual equipo o porque
estrenen un vestido de faralaes, compramos a plazos caras videoconsolas o los
apuntamos a tal o cual cofradía, y no nos gastamos el dinero en un libro. Tampoco
los incitamos a leer. Y los libros no son caros. Es más, me atrevería a decir
que es el elemento cultural más barato que existe, baratísimo en determinadas
ocasiones, si tenemos en cuenta todo lo que recibimos a cambio, el tiempo que
permanecemos a su lado. Hay libros, pocos, contados, que permanecerán dentro de
nosotros el resto de nuestras vidas. Que influirán en nuestra personalidad, en
nuestra manera de entender el mundo y sus cosas. Pero, claro, tenemos que darle
una oportunidad y abrirles la puerta de nuestra rutina.
A
pesar de las campañas institucionales -o no-, a pesar de los cambios en los
sistemas educativos, ya he perdido la cuenta de los que llevamos, a pesar de
que, en teoría, somos más avanzados –que no es sinónimo de “cultos”-, el libro
sigue siendo un elemento extraño, ajeno, en nuestras vidas. Ese tiempo que
calificamos como de ocio, y que en multitud de momentos bien podríamos
calificar como de alcantarilla, preferimos emplearlo en contemplar tóxicos programas
de televisión que nos muestran esa parte del decorado donde se extiende, como
una hiedra salvaje, el cartón piedra, todo es mentira. Necesito desconectar,
nos repetimos, para justificarnos de lo que no tiene justificación, se mire por
donde se mire. Y los libros ahí, arrinconados, esperando ese día de puertas
abiertas que en demasiadas ocasiones solo es un débil e imperceptible hilo de
luz, que la oscuridad del olvido no tarda en devorar. A veces pienso que
tememos a los libros, que sentimos una especie de miedo o de repulsión hacia
ellos. Y escuchamos: a mí la lectura me aburre, a quien generalmente nunca lo
ha intentado o que, como mucho, se quedó en una rocosa lectura de la infancia o
primera juventud, obligada por el profesor de turno, con su mote y sus cosas.
Los libros no cuentan con segundas oportunidades, no. Una vez aborrecidos,
aborrecidos serán para el resto de la eternidad.
Disfruto
el 23 de abril, me esfuerzo en disfrutarlo y en vaticinarle un futuro más
halagüeño, más cálido, a los libros. Puede que se trate de mi particular
utopía, ya que eso significaría que tenemos una sociedad más libre, más culta,
más abierta, más sana, menos intoxicada. Quien lee, crece, y si todos los
hacemos, si pasa a convertirse en una cotidianidad colectiva, todos seremos más
grandes. Es tanto el placer que me reporta la lectura que me cuesta entender
que no haya quien, al menos, se haya interesado alguna vez, por lo menos una vez.
He viajado, amado, padecido, reído, llorado, he sentido miedo, atracción, pena,
alegría con un libro entre las manos, sin necesidad de despegar los pies del
suelo. Adoro los libros, como objetos, como contenedores, por su aliento, por
su compañía, por su presencia. Y les debo mucho, mucho, en todos los aspectos,
vitalmente, me han educado, me han formado; emocionalmente, creo que soy mejor,
o lo intento, gracias a ellos. Tal vez me hayan salvado, incluso resucitado. No
imagino una vida sin ellos, entre ellos, con ellos. Por eso el 23 de abril es
para mí una fiesta, pero también una necesidad, de reivindicación, admiración y
reconocimiento.
El Día de Córdoba
lunes, 14 de abril de 2014
miércoles, 9 de abril de 2014
HANNIBAL
La segunda temporada no defrauda, todo lo contrario, protagonistas y guionistas han tomado el pulso adecuado a personajes e historia y se desenvuelven con mayor agilidad que en la primera temporada. Impecable, a ratos apabullante, Mads Mikkelsen como el Doctor Lecter. No es fácil, si tenemos en cuenta que Hannibal germina de la maravillosa semilla que es El silencio de los corderos. Prueba superada, y con nota.
domingo, 6 de abril de 2014
LA CALLE GREAT JONES
Joe
Strummer, el líder de los míticos The Clash, solía esconderse/refugiarse en
España cuando en España sólo cuatro locos conocían a los The Clash. De hecho, en
más de una ocasión tuvo Joe Strummer que enseñar su documentación o cantar una
canción para intentar convencer a su compañero de farra de que realmente se
trataba de él mismo, que sí, tío, que soy
Joe Strummer. Esos tiempos sin Google y sin Youtube.
Mientras
leía La calle Great Jones me he
acordado de ese Strummer invisible y anónimo en España, que huía de su gloria, y
también me he acordado de Palmolive,
su novia española. Paloma/Palmolive,
tras participar en unas cuantas bandas punkarras
de aquel Londres equino y afilado, desapareció como si nunca hubiera existido.
La leyenda habla de sectas, entre praderas y reses comilonas, a lo postal de
John Ford, tal vez en la Comuna Agrícola
del Valle Feliz. Quién sabe.
No
hay lecturas limpias, las partículas del ambiente se cuelan en nuestra
percepción y establecen criterios de memoria que no teníamos previstos. Nada
más concluir la novela de DeLillo comencé la autobiografía de Johnny Ramone, Commando, y en ocasiones sentí que
seguía leyendo al primero, que permanecía en La calle Great Jones, encerrado junto a Johnny, contemplando el exterior a través de la nebulosa
de su flequillo. O puede que fuera junto a Bucky
Wunderlick.
Podemos
disfrutar ahora, cuarenta años después de su publicación, de la estupenda
traducción, una vez más de Javier Calvo, de La
calle Great Jones, la tercera novela de Don DeLillo. La historia de una estrella
del rock, en esa América de Apocalipsis
Now, que decide recluirse del mundanal ruido, de la gloria, de las groupies, de sus compañeros de banda, de
los medios y de todo lo demás, en la calle que reproduce el título, y donde
comienza a establecer relaciones con una serie de personajes tan extraños como
turbadores.
La
conexión rock-literatura se caracteriza por su escasez y por sus
cortocircuitos, raramente encontramos algo de luz. En este sentido, La calle Great Jones es una excepción. Una
maravillosa excepción. No hay secuencias de conciertos, ni desmanes en los
camerinos ni eternas noches multicolores ni locales de ensayo, no, pero hay
mucho rock. En sus tripas, en las entrañas mismas del propio rock, la verdad
que se esconde tras la leyenda. Definición del abismo que se atisba tras la
gloria. La fama requiere toda clase de
excesos.
Olvide
lo de los cuarenta años, sólo es una anécdota. DeLillo nos demuestra en esta
novela que estableció las fronteras de su propia narrativa muy pronto. Es él,
sí, al auténtico DeLillo, el que ahora conocemos. Delirante en su concepción,
irónico en su laberinto, lúcido en su caos, perverso en esa inocencia suya tan
oscura, tan desafiante con lo establecido. Recorra La calle Great Jones junto a Bucky y deje que la música fluya.
miércoles, 2 de abril de 2014
FOBIAS
¿Conoces las tuyas? ¿Volar, besar, nadar, respirar? Dicen que todos tenemos alguna...
TENGO la impresión de que, tal y como nos sucede con las alergias, todos tenemos una o varias fobias. Porque todos somos alérgicos, todos, de verdad, por lo que he leído ninguno nos escapamos, aunque podemos tener la fortuna de no estar en contacto con el origen de nuestra alergia en toda nuestra vida. La naturaleza es sabia, pero también caprichosa. Me explico, usted y yo podemos ser alérgicos a un fruto originario de Guatemala, a un tipo de gato que se da en Rusia, a las gramíneas de Zambia, pero si nunca viajamos a estos lugares y si nunca estamos en contacto con el fruto, el gato y la gramínea, nuestra alergia permanece dormida en nuestro interior, nada la despierta. Descubrieron el caso de una mujer alérgica al semen de su marido, como les cuento, es un ejemplo extremo de lo selectivas y extrañas que pueden llegar a ser. Tal vez ocurre lo mismo con las fobias, que sólo conocemos las activadas, las que ya hemos reconocido, y que por nuestro tipo de vida o carácter, por nuestra personalidad e inquietudes no llegamos a conocer al resto. Por ejemplo, no sé si se habrá planteado usted alguna vez si padece aeroacrofobia, que es el miedo a las alturas, y que yo tengo según la altura, claro -el sexto peldaño de la escalera ya me impone-. Espero que nunca haya conocido a alguien que padezca ablutofobia, porque se trata de una fobia que percibimos, queramos o no, ya que se trata de la fobia a lavarse y, por tanto, podría ser una bomba de relojería si usted padece olfactofobia, que es la fobia a los olores. Seguramente la mayoría, salvo los exhibicionistas recalcitrantes, padecemos en mayor o menor medida de escopofobia, que es el miedo a ser mirados, una cosa que incomoda, y de qué manera si a continuación llega la sonrisilla de turno. Eso se da mucho en la adolescencia, aunque si usted padece efibofobia ni se enterará, porque nada más ver un adolescente saldrá pitando.
En los tiempos que corren yo creo que puede ser hasta recomendable padecer ostraconfobia, que es la fobia a los mariscos, y es que al precio que están mejor rechazarlos por prescripción que por imposición económica. La primavera, con su luz intensa, sus gusanos de seda y otros bichitos voladores, mal tiempo para los que padecen de entomofobia, fotofobia, escoloquifobia, insectofobia, cnidofobia y demás fobias de esta temporada que acabamos de estrenar, tal y como nos anuncia el anuncio de la modelo danzarina. Espero, muy sinceramente, que el Barcelona padezca, tras el partido contra el Madrid, leucofobia. Y no me cabe duda de que Rajoy y sus ministros de Nodo padecen de levofobia, verbofobia, rabdofobia, ginefobia y media docena de fobias más. Lo que no padece Rajoy, indiscutiblemente, es de emerofobia, y basta ver esa soledad parlamentaria con la que está aprobando sus medidas retrogradas, empleando la mayoría absoluta como una apisonadora. He de reconocer que yo mismo durante mucho tiempo he padecido fonofobia, que es el miedo al teléfono, y que aún me queda algún restillo en el subconsciente. Puede que haya sufrido algún ataque, breve pero intenso, de logicomecanofobia, con unas gotitas de leucofobia, pero nada grave, lo voy superando.
Pero, sobre todo, agradezco no padecer bibliofobia, que es un mal tan extendido, o laliofobia o logofobia o cromatofobia o caliginefobia y tantas y tantas fobias que me impedirían disfrutar de todos esos aspectos de la vida que me emocionan, que me llenan las horas y el corazón. Fobias innatas y otras fobias que desarrollamos a lo largo de nuestras vidas, y que se convierten en lastre, en escombros que nos manchan los pies de fango. Manténgalas dormidas. Olvidemos las fobias en la despedida, que aburren y aturden, y hasta amenazan, y pensemos en las filias, más cálidas, más placenteras, más deseadas. Enumere todas esas filias, innatas o propiciadas, que le rodean, y póngalas a pelear, a tortazo limpio si es necesario, con todas esas fobias que nos arrinconan. Mientras las fobias son hijas de la ignorancia, del rechazo, del miedo, del temor a lo desconocido, las filias surgen de la atracción, del conocimiento, del querer probar, del querer saber más, un poco más aunque sea, cada día. No lo dude, huya de las fobias, permita que sus filias ganen la batalla, no sea neutral en el combate. Lo agradecerá, en todos los sentidos, vivirá más, mucho más.
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