martes, 28 de enero de 2014

BOTAS DE AGUA

CUANDO era un chaval a las botas de agua las llamábamos katiuskas -hay quien las sigue denominando así-. No se acueste sin saber algo nuevo, a lo Libro Gordo de Petete, ahora que estamos en clave de recuperación memorística: se llamaban así por la protagonista de una zarzuela, ese género tan español, que lucía unas durante su actuación. A diferencia de las que hoy contemplamos, un universo de colores, diseños, serigrafías y mil decoraciones imaginables, aquellas botas de agua de mi infancia eran de un único y riguroso color, de un marrón que prefiero no comparar, vaya que usted sea de los que gusta leer la prensa mientras desayuna, ya sabemos de lo que hablamos. Las botas de agua fueron -y siguen siendo- el consuelo de las familias, la desdicha de los zapateros, el antídoto contra resfriados, catarros, pulmonías y demás estragos invernales, la armadura soñada de todos los amantes al barro. Había mucho -y sigue habiendo- de libertad, de seguridad, en las botas de agua, en las katiuskas, ya que te permitían seguir tu camino, avanzar, jugar, correr, sin temor a los charcos, al barro. Y eso que ya no nos encontramos los charcos de antaño, asfaltadas y aceradas nuestras ciudades, es difícil encontrarse con uno de aquellos descampados asalvajados y fangosos de mi infancia, en los que, por otra parte, éramos tan felices, protagonizando aventuras, explorando lo desconocido, despilfarrando tiempo y energía y alimentando lavadoras y enfados varios. Todo son ventajas en las botas de agua, se mire por donde se mire. No hablemos de olores, que eso ya es un tema personal, un daño colateral que el consumo adecuado de esos polvitos tan eficaces que venden puede aminorar, e incluso eliminar. Una pequeña incidencia que no pone en jaque la efectividad y utilidad de las botas de agua. 

Recupero la imagen, húmeda y enfangada, de las katiuskas para referirme a la reforma del aborto que pretende llevar a cabo el ministro Gallardón, ese Caballo de Troya en la progresía derechona que no ha dudado a la hora de mostrar su verdadera cara cuando ha tenido la ocasión. Una reforma que no cuenta con el consenso político, tampoco con el social. Por no contar, no cuenta ni con el propio aval de la totalidad de sus compañeros, de los miembros del partido que sustenta al Gobierno. Sin embargo, como si se tratara de una nueva Cruzada, a modo de misión sanadora y reparadora, Gallardón pretende llevar a cabo su reforma por encima de todo y todos. Y, sobre todo, por encima de ellas, de las mujeres... sigue leyendo en El Día de Córdoba

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