domingo, 17 de abril de 2011

LIBERTAD, ÉTICA Y OPINIÓN


















Arranco este artículo con una aclaración: yo no soy periodista. Tengo la fortuna de escribir desde hace más de diez años un artículo de opinión en este periódico pero eso no me habilita como periodista. No poseo el título, jamás me matriculé en la Facultad, desconozco los mecanismos, la técnica, no cuento, en definitiva, con las habilidades y requisitos para considerarme periodista. Y me hubiera encantado ser periodista, nunca lo he negado, me arrepiento de no haber escogido esa opción universitaria. La entiendo como una profesión honorable y necesaria, custodia de libertades, centinela de abusos, memoria de nuestros días. Es tan clara y nítida mi percepción del periodismo que jamás me he sentido como un intruso por cohabitar con excelentes y reputados profesionales de la materia en este periódico. Esta percepción mía se ilustra a la perfección en la división que efectúa el periódico, éste o cualquiera, de sus secciones. En la que me acoge, que es la de opinión, como es lógico, caben, como no podía ser de otra manera, los propios periodistas, así como escritores, políticos, cantantes, pregoneros de fiestas varias, banqueros, intelectuales polifacéticos, toreros retirados o en activos vigilantes jurados, cocineros, etc, etc. No hablemos de Literatura, que estamos en otra cosa. Y eso que yo siempre he proclamado que la Literatura puede respirar en multitud de medios, y sin detenerse en las secciones, más allá de la que conocemos como opinión. He leído y leo monumentales ejercicios literarios en las secciones de deportes, cultura o crónica política, y también en la de opinión, faltaría más.

El periodista tiene un deber supremo al que jamás debería faltar: informar. Que se puede informar de muchas maneras, que se puede virar de un lado a otro, que se puede poner el foco u ocultar determinado sujeto o suceso, evidentemente. La misma noticia tratada en dos periódicos diferentes puede llegar a convertirse en dos noticias completamente diferentes. Cierto, pero el periodista debe informar, por encima de todo. Y me pregunto yo, ¿cuál es el deber supremo de un opinador/articulista/relator -o cómo demonios nos queramos denominar todos aquellos que nos atrevemos a escribir un artículo de opinión-, debemos aceptar unas determinadas reglas, tenemos que acogernos a una serie de principios, dónde está el límite? Es decir, ¿puedo escribir todo lo que se me pasa por la cabeza? Yo lo hago, sí, lo hago, de verdad, y otros muchos articulistas/opinadores también lo hacen, con mayor o menor éxito o/y maestría. Pero claro, y por favor no entiendan esto como un ejercicio de soberbia, hay cabezas y cabezas, de la misma manera que hay pensamientos y también hay vomitonas, opinión o intoxicación, intención o manipulación. Si uno pasea por las secciones de opinión de los diferentes periódicos se puede encontrar con un poco de todo –hasta puede que necesite un traje de neopreno, cuidado-. Hay quien utiliza su artículo para verter su opinión personal, acertada o no, compartida o no, sobre cualquier tema; pero también hay quien utiliza su artículo para beneficio personal, o como venganza, o como escaparate o como un ejercicio de terapia emocional.

Pero todo no vale, no todas las opiniones son respetables y, por tanto, reproducibles. La semana pasada un hecho lamentable y bochornoso copó buena parte de la actualidad periodística, cuando un sujeto –opto por un calificativo aséptico y tal vez no merecido-, famoso por sus manifestaciones delirantes a lo largo de los años, justificó en su columna de opinión la violencia de género, justificó un macabro asesinato. Penoso y delictivo por su contenido, y penoso por su redacción, terrible. Como me niego a reproducir ni una sola palabra de ese miserable artículo, tampoco lo voy a analizar –no hay nada que analizar-, simplemente indicar que este sujeto no traspasó una delicada línea, no se sobrepasó, no, mucho más, cometió un delito, un delito en toda regla perfectamente tipificado en el Código Penal. Apología. El director del periódico lamentó lo sucedido, esbozó justificaciones peregrinas y retiró el penoso artículo de la edición digital. Para sorpresa de muchos, el sujeto ha vuelto a publicar su artículo esta pasada semana, como si tal cosa; leve tirón de orejas, que hubiera sido una sanción mayor si, por ejemplo, hubiera firmado un artículo contra Esperanza Aguirre o detallando las bondades de Rubalcaba. Sucesos como éste no ensucian una profesión tan digna y necesaria como la del periodista, aunque sí ponen en evidencia los intereses, ocultos o no, que se esconden en la tramoya de determinados medios de comunicación. Libertad, ética y opinión, es posible la combinación, claro que sí, y es lo habitual, afortunadamente, salvo para aquellos que utilizan su columna como una arma con la que disparar.

El Día de Córdoba

http://www.eldiadecordoba.es/article/opinion/953279/libertad/etica/y/opinion.html


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