domingo, 18 de abril de 2010

MAGIA BLANCA









Me encantaría que este artículo, a tenor de su título, estuviera dedicado al equipo de mis amores, en sincero y apasionado homenaje tras el baño que le propinamos al equipo de la Ciudad Condal el sábado pasado, pero no, nada de eso, va a ser que no. Mi blanco equipo está más para la reflexión que para los homenajes, me temo. Hablemos de otra blancura que nos es más cotidiana, y que nada tiene que ver con los colores de uno u otro equipo, y que a todos y todas nos afectan. Hablemos de las marcas blancas, que es ese fenómeno comercial que se extiende sobre las baldas y mostradores de las grandes superficies, especialmente, y gracias al cual nos ofrecen a precios más ventajosos productos que bajo su denominación original, la marca que todos conocemos, serían mucho más caros. Es decir, y pongamos un ejemplo que siempre es más ilustrativo y pedagógico: en tal supermercado, esa leche que luce en la etiqueta el nombre del establecimiento de marras, en realidad está producida y envasada por esa empresa de postín que se anuncia en televisión exhibiendo vacas orondas y verdes prados. Me acuerdo de las marcas blancas tras recibir el mismo detallado y minucioso correo electrónico por séptima vez en los últimos cinco días. Un correo en el que se identifica y facilita el listado de un sinfín de productos, de las galletas a los refrescos, del detergente a las natillas, junto a la denominación de los productores reales y las grandes superficies en las que se pueden encontrar. Porque si las marcas blancas comenzaron de una manera accesoria, hoy en día ya forman parte del guión habitual de nuestra lista de la compra. De hecho, algunas marcas blancas han triunfado de tal manera que hasta se solicitan en los establecimientos de la competencia. Piense en verde y se dará cuenta de que no exagero.

No me cabe duda de que las marcas blancas forman parte de una de las grandes estrategias de la mercadotecnia comercial, esa ciencia o método que consigue captar nuestra atención y adelgazar nuestra cartera –sin asperezas, sintiéndonos reconfortados-. Una ciencia que cada día más me fascina, porque es capaz de apuntar a la diana de nuestras sensaciones, consiguiendo despertar nuestro interés o consumismo. Si usted se detiene un instante a examinar cómo se ofrecen los productos en un supermercado, sus diferentes alturas, su orden, su situación espacial o visual, pronto descubrirá que nada es producto del azar y que, tras la aparente armonía, se esconden rocosas negociaciones financieras, concienzudos estudios psicológicos y toda una milimetrada estrategia con un solo y claro objetivo: vender. Los productos estrella, las grandes marcas, exhiben su poderío en las estanterías, de la misma manera que lo hacen en la Bolsa, mientras que las firmas más modestas tratan de abrirse un hueco a duras penas, a la altura de nuestros tobillos, o donde no alcanzamos los que no pasamos del metro ochenta. Esas mismas firmas que se entregan con frenesí a todo tipo de descuentos y promociones, que no deja de ser el precio a pagar por estar ahí, en un inmenso mostrador por el que desfilan cada día miles de futuribles consumidores.

Tal y como sucede en el correo que he recibido siete veces, todo un despliegue de investigación comercial, es fácil toparse en el supermercado con una persona que examina concienzudamente los fabricantes o, incluso, el domicilio fiscal de cualquier producto de marca blanca, esperanzado en descubrir una nueva ganga, tesoro o como se quiera calificar. La proliferación de las marcas blancas han instaurado una especie de leyenda del chollo, del ahorro inteligente, de comprar a precio muy reducido un determinado producto por el simple hecho de que muestra otra etiqueta y denominación. Truco, magia, estrategia, escoja usted la palabra. Desde pequeño, he escuchado un dicho que esconde una gran verdad: nadie da duros a pesetas, y que si lo aplico al asunto que hoy nos ocupa me genera ciertas dudas, al menos, de si el producto que adquirimos a menor precio es exactamente el mismo que el ofrecido en su envase y precio habituales. Supongo que, como se formula en otro célebre dicho, habrá una excepción que se cumple en toda regla. Esperemos, en este caso concreto, que las excepciones sean varias o muchas, que horno no está para bollos y las penas con pan son menos, sigamos echando mano del refranero que, aunque puñetero, suele ser cumplidor con la sabiduría que esconde en su interior.


El Día de Córdoba

1 comentario:

lista compra dijo...

Las marcas blancas nos invaden, sus precios son mejores para una similar calidad cada vez menos en entredicho, al fin y al cabo solo es un compromiso, un contrato de venta por cantidades.
Claro que cuestan menos de producir, porque el productor tiene que disminuir los costes para sacar el contrato adelante, tiene que contratar gente, tiene que invertir, y ay de el si en pocos años lo sustituyen.
Aunque los fabricantes de marca se quejen de los salarios de los trabajadores de empresas que producen marca blanca, esta es de momento la via para ajustar salarios en un mercado laboral lleno de prebendas.