
lunes, 28 de septiembre de 2009
EL ORDEN DE LA MEMORIA EN MC GREGORADAS 2009

domingo, 27 de septiembre de 2009
POR QUÉ NO DECIR BASTA

Negar que en los últimos años se ha avanzado en la igualdad entre los géneros, sería negar lo evidente. También es cierto que ha sido mayor el avance legislativo o normativo que el social, donde la desigualdad sigue siendo un asunto desdichadamente rutinario. Me temo que habrán de pasar algunas generaciones hasta que la igualdad real, en todos los aspectos y ámbitos de nuestras vidas, constituya el cotidiano, y la desigualdad una excepción. Aún queda mucho, mucho por recorrer, mucho por rectificar, mucho por naturalizar. En demasiadas ocasiones el machismo se gesta en el mundo de la empresa, no es necesario recordar la brutal diferencia de salarios, se gesta en las organizaciones, ya sean políticas, sindicales o culturales, y se gesta, sobre todo, en la familia. Inconsciente o conscientemente, desde la naturalidad de una tradición tan excluyente como perversa, a los hombres y a las mujeres se nos educa de manera muy diferente en multitud de ocasiones, adjudicándole a uno y otra roles completamente diferentes. Mi hijo Israel juega con príncipes y princesas, Aurora, Felipe, Cenicienta o Michael, que componen el imaginario de su infantil mundo de cuento. Cuando salimos a pasear, mi hijo gusta acompañarse de alguno de sus muñecos o muñecas. Si lleva entre sus manos un príncipe, no pasa nada, todo es normal, es lo natural; pero como sea una princesa la cosa cambia, radicalmente. Les puedo asegurar que en un simple trayecto de cien metros son varios los comentarios que escuchamos, las risas que contemplamos alrededor, y no sólo de gente mayor, de personas de mi generación y, lo que más me preocupa, de niños de su propia edad. Tengamos en cuenta que mi hijo tiene cuatro años.
Curiosamente, a un amplio número de amigos de mi hijo les encantan las muñecas, pasear un carrito de bebé o hacer comiditas, y me he topado con reacciones paternas de todo tipo. Hay quien consiente que juegue con muñecas, pero sólo en casa, les prohíben exhibirlas en el exterior. Hay quien se niega a que las tengan, a pesar del deseo manifiesto de sus hijos. Hay quien lo vive como una absoluta pesadilla y te muestran dudas sobre la sexualidad de sus retoños. Yo mismo, lo reconozco, criado en el machismo de un franquismo que devoraba todo y a todos, me ha costado entender que a mi hijo le gusten por igual los muñecos y las muñecas, que le encante cambiarles de vestido, que las peine, que organice bodas entre ellos, y hasta me he obstinado en ponerle una pelota entre las piernas o en aficionarlo a la bicicleta. Y todo, trágica y sencillamente, porque no soportaba las risitas, las miradas de soslayo y los comentarios de los que me rodeaban, hasta que comprendí que la felicidad de mi hijo, su desarrollo personal, su libertad, estaban muy por encima de estos arcaicos efectos colaterales de una sociedad en la que el machismo y la desigualdad siguen siendo santo y seña. Seamos sinceros, no nos escondamos detrás de una máscara de idealismo que no existe, tal vez más de un lector esté sonriendo al leer este artículo, y hasta puede que se esté sorprendiendo, y fabrique esas coletillas que empleamos para explicarlo todo. Porque la desigualdad, la falta de respeto por la personalidad y libertad de cada cual, se construye sobre un discurso facilón, plano, tan sencillo como cruel. Porque en este país se nos ha educado a formar parte de la “moral oficial”, a respetarla, acatarla y transmitirla aunque no la compartamos, aunque nos duela, aunque nos reduzca como personas y frene expresiones muy íntimas de nuestra propia naturaleza. Y todo, en una gran mayoría de las ocasiones, por el qué dirán, que ha sido la liturgia permanente que ha repicado en nuestros oídos. Basta, ha llegado el momento de decir basta.
Las muñecas de mi hijo son un mero ejemplo de un amplísimo catálogo donde caben, desgraciadamente, mil y un ejemplos más. Seguimos manteniendo un mundo donde los hombres y las mujeres, desde pequeños, han de adoptar papeles absolutamente diferentes. Seguimos manteniendo modelos sociales, familiares, morales, que no hacen otra cosas que mermar el natural crecimiento de nuestras personalidades. Podrán cambiar las leyes, las normas, los tantos por ciento, que son necesarios, indiscutiblemente, pero mientras no lo haga la sociedad, todos y cada uno de nosotros, siempre contemplaremos la deseada meta desde el comienzo de un camino que nos da miedo recorrer. Tendremos que comenzar a decir basta.
El Día de Córdoba
miércoles, 23 de septiembre de 2009
EL ORDEN DE LA MEMORIA (un brevísimo fragmento)

sábado, 19 de septiembre de 2009
DE EL ORDEN DE LA MEMORIA HAN DICHO:

“Es así como el autor nos demuestra cuán habil y eficaz es con el don de la palabra... ¿Lectura recomendada? Sin duda: ¡sí!”.
Culturalia
“Muchas son las virtudes de esta novela, como la primorosa construcción de cada uno de los integrantes de su nutrido corro de personajes… Pero sin duda la más llamativa de sus bondades es su originalísima estructura…”
Félix Palma, Revista Mercurio.
“Estamos ante una obra de altas ambiciones literarias, excelentemente narrada, y dotada de una gran fluidez.
David G. Panero, Prótesis.
“Así que ya lo saben, ¿andan en busca de cuál será su siguiente libro a devorar?, El orden de la memoria de Salvador Gutiérrez Solís es una adquisición indispensable.
Sergio Mendoza, Gaceta Editorial.
“Con todo esto, tenemos motivos de sobra para salir corriendo a conseguir este soberbio título, porque si destacamos estas tres cuestiones, es porque son tan evidentes que no podemos obviarlas, destacan muy por encima de la media; pero tengan a buen seguro que el resto acompaña perfectamente. Un gran libro”.
El Placer de la Lectura
“Un retrato de personajes sencillos y la búsqueda de recuerdos olvidados en viejos negativos fotográficos. El autor nos recuerda que a menudo la mejor inversión es el tiempo que uno dedica a sí mismo. Parte de esa inversión puede empezar con la lectura de este libro”.
A mí me gusta leer
“El orden de la memoria es una gran novela de ahora mismo que se leerá bien siempre, es la precisión y es la sugerencia en el relato, esa sutileza que narra en los detalles de tantos personajes verdaderos pura vida cierta, una fotografía del desastre”.
Joaquín Pérez Azaústre, Grupo Joly.
“Con El orden de la memoria (2009) Gutiérrez Solís da un salto vertiginoso en su trayectoria narrativa, no solo a nivel editorial, mucho más comercial y de mayores posibilidades, sino en el planteamiento de la propia historia”.
Pedro M. Domene, Cuadernos del Sur.
“Hay que reconocer la evidencia: Gutiérrez Solís sabe perfectamente lo que se hace; el pulso sereno y la fría constancia que antes citaba son muestras de un creador en plenas facultades, maduro, con oficio y sabiduría”.
Juan Gómez Espinosa, La Tormenta en un Vaso.
“Un monumento al flashback y a la estructura cinematográfica… Salvador Gutiérrez Solís escribe su Ciudadano Kane”.
Elena Medel, Calle Veinte
“Así proseguimos la lectura, siempre cautivados por las oscuras pasiones, la perversidad o la aquiescencia de personajes que también abundan en estos tiempos de prelava apocalíptica”.
Roberto Loya, Sierra Albarrana
domingo, 13 de septiembre de 2009
HERMANOS POR CONDENA

Transitaba en esa placentera duermevela que llega nada más acabar de almorzar. No estás dormido, pero tampoco estás despierto, aunque a veces se tengan los ojos abiertos. Voces, pisadas, puertas cerrándose con violencia, acabaron con mi feliz estado. Qué pasa, me pregunté sin levantarme del sofá. Las pisadas y las voces, ya griterío, comenzaron a crecer, cada segundo las intuía más cerca de mi puerta. Pude escuchar con meridiana claridad los gritos de un vecino –tal vez el del cuarto derecha, ese que saca el perro a pasear cuando concluye el Telediario-: el de ese piso es. A continuación, el timbre sonó. Intrigado, corrí a abrir la puerta, y nada más hacerlo una poderosa luz me cegó durante unos cuantos segundos, en el que las voces me parecieron irritablemente atronadoras. Cuando por fin pude abrir los ojos, descubrí que la luz procedía del foco que coronaba una cámara de televisión. De repente, como si formara parte de un truco de David Copperfield, apareció una chica vestido de rojo, de un rojo intenso que trasladaba a sus labios, que sin mediar palabra me plantó una maleta en mi mano. Aquí cuenta con todo lo necesario, me dijo antes de besarme con fría dulzura y posar con descaro dentífrico ante la cámara. Pepe, un vecino del tercero, famoso por sus gritos cada vez que el Madrid cuela un gol –dice que estuvo de baja durante quince por este motivo, el hombre es profesor de inglés-, con gesto lastimero, o puede que con algo de miedo, se me acercó para decirme: te votamos por unanimidad en la última reunión de la comunidad. Y tras decir esto, como si formaron parte de una secta secreta, todos los vecinos desaparecieron, dejándome solo con el cámara y un muchacho de pinta estrafalaria que comenzó a hablarme como si me conociera de toda la vida.
El recién llegado me agarró de la muñeca con fuerza, no había cariño en su apretón, no, más bien dirigismo, ya que me acercó hasta él, para decirme: entramos en cinco segundos. Y, de repente, como si hubiera sido poseído por el hada madrina más bondadosa de los cuentos infantiles, su gesto tosco se tornó en una simpatía chorreante. Y dinos, ¿qué se siente al ser escogido para una nueva edición? Nada más escuchar la pregunta, sentí como toda la fuerza desaparecía de mis piernas, mis rodillas se transformaron en un muelle que ha perdido la tensión; deseé que ante mí, en el suelo, se abriera el más profundo túnel que me conectara con las Antípodas, y desaparecer. Sobrecogido, horrorizado, enmudecido por ese instante que jamás habría podido imaginar, fui incapaz de articular palabra, pero también fui incapaz de resistirme, y cuando me quise dar cuenta ya estaba en el interior de un vehículo que nos aguardaba en la calle. Durante un segundo creí ver el rostro de mis vecinos, en el portal, que me animaban con tristeza, como esos familiares que despiden a los jóvenes soldados que marchan al campo de batalla.
Un muchacho con pinta de haber sacada docena y media de matrículas de honor en la Universidad me ofreció su mano al tiempo que se presentaba: soy Ricardo y soy su redactor/psicólogo. Empezó a decirme que estuviera tranquilo, que podía contar con él para lo que quisiera, que no me sintiera presionado y demás, tampoco podría contarles mucho porque yo estaba en otra cosa, en otros mundos. Cuando ya me pude centrar, ya se veía la famosa casa al final de la carretera, le dije al conductor que parara de inmediato. Que no, que yo no quiero participar en ningún concurso, que conmigo no cuenten. Es la ilusión de miles de españoles, dijo un tipo que estaba sentado junto al conductor y que se presentó como representante de la productora. Pues llamad a uno de esos, dije e hice el ademán de abrir la puerta. Podemos hablar de dinero, me propusieron casi al unísono. No es cuestión de dinero, les grité. El psicólogo y el de la productora se miraron en silencio durante unos segundos antes de romper a llorar. No nos hagas esto, por favor, eres el quinto de esta mañana que nos hace lo mismo, tres de tu misma calle, ya no sabemos a quién buscar. Me disponía a responderles, cuando sonó el despertador. Toda esa mañana la pasé en una nebulosa, afectado por un sueño que viví como si fuera una cruel realidad. Todavía hoy, cuando me dispongo a irme a la cama, un temor me invade; simplemente pensar que la pesadilla vuelva a repetirse me altera sobremanera. Y eso que ya han pasado cuatro años.
El Día de Córdoba
jueves, 10 de septiembre de 2009
viernes, 4 de septiembre de 2009
EL ORDEN DE LA MEMORIA EN LA REVISTA PRÓTESIS

El lector ocasional podrá sorprenderse por la exhaustividad, rayana en lo maniático, con que El orden de la memoria relata todo lo referido a su protagonista, el joven empresario Eloy Granero. En poco menos de 300 páginas conoceremos sus gustos, sabremos cuál es su prostituta favorita, a qué local va a tomar las copas después del trabajo, cuantas baldas de la estantería dedica a archivar esas revistas de decoración que lee en sus días libres, mientras pica de un plato de frutos secos… También le conoceremos a él, y sabremos de su indiferencia hacia casi todo, de la distancia que le separa de los demás, de su propio trabajo. Pero la memoria impone un orden determinado, pone a cada uno en su sitio, y llevará a Eloy Granero a asumir partes de su pasado, esas partes que él pensaba que habían quedado enterradas, y que, en cierta manera, siguen ahí.
Con esta novela, Salvador Gutiérrez Solís sigue el camino marcado por tantos escritores norteamericanos, que nos quieren convencer del realismo y la verosimilitud de sus trabajos literarios. Ahí es nada. Escritores como Truman Capote, Raymond Carver o Bret Easton Ellis tienen en común el realismo. Y aunque no siempre hayan basado su obra en hechos reales, se suelen servir de su capacidad de convicción para hacernos creer que lo narrado sucedió tal y como se cuenta, que es parte de la vida cotidiana, que pudo pasar ahí mismo, a tiro de piedra.
Por otro lado, Gutiérrez Solís no quiere desvincularse de su tradición continental, al dar preponderancia al ambiente social en el que se enmarca su protagonista, dando lugar a interesantes apuntes costumbristas. De las novelas de Simenon a las películas de Chabrol, de las novelas de Thierry Jonquet al cine social de Tavernier, todas ellas son referencias que planean sobre El orden de la memoria. No espere el lector explicaciones muy evidentes, justificaciones mecanicistas o alusiones a traumas infantiles; habrá de implicarse para profundizar en el personaje y comprenderlo.
Resulta muy clarificadora la afición de Eloy Granero por la fotografía, y ahí podríamos tener la clave de la novela. Acumula montones de carretes que nunca revela, quizás pensando que si no llegan a verse esas fotografías, los hechos retratados en ellas desaparecerán, como si nunca hubieran tenido lugar. Pero la memoria, insistimos, impone su propio orden, y emergerán las viejas culpabilidades. Y si no culpabilidades, sí al menos asuntos molestos o comprometidos, que obligarían a dar más explicaciones de las necesarias. Otra baza de la novela, claro está, es su falta de moral didáctica. Salvador Gutiérrez Solís no pretende aportar un ejemplo a seguir ni ilustrar las consecuencias que acompañan a determinados comportamientos.
El autor, muy acorde con lo que nos está contando, nos muestra con precisión fotográfica las entrañas de su personaje, del ambiente que le rodea. Pero quizás tanta capacidad para el detalle reste intensidad a la novela, al perderse en algunos momentos la perspectiva de conjunto.
En suma, estamos ante una obra de altas ambiciones literarias, excelentemente narrada, y dotada de una gran fluidez. Podría decepcionar a los lectores habituales de género negro, ya que en este caso, el crimen no es un fin en sí mismo, sino un punto de partida desde el cual estudiar sus implicaciones. Es más, frente a la habitual ritualización de la violencia, al aura mítica y mitómana con que se envuelve –en la ficción, y, cada vez más a menudo, en la realidad– a los asesinos, se agradecen novelas como esta, donde lo que predomina es el aspecto cotidiano del delito y su naturaleza banal, lejos de las grandilocuencias a las que estamos tan acostumbrados.
David G. Panadero
martes, 1 de septiembre de 2009
EL ORDEN DE LA MEMORIA EN LA REVISTA MERCURIO

EL ORDEN DE LA MEMORIA (un brevísimo fragmento)
