domingo, 1 de febrero de 2009

SE LLAMA MARTA


Se llama Marta del Castillo Casanueva y tiene 17 años. Sus ojos son verdes y su cabello rubio, es una chica de rasgos agradables, propietaria de una bonita sonrisa –se deja querer por la cámara-. Desde el pasado día 24 de enero, sábado, a las nueve y media de la noche, que un amigo la acompañó hasta las inmediaciones de su casa, cerca de la estación de Santa Justa, en Sevilla, no se sabe nada de ella. Ha desaparecido sin dejar rastro. Una vecina, que la saludó en el portal de su casa, y un grito que un vecino escuchó, son los últimos acontecimientos que se relacionan con Marta. Desde entonces, desde el día 24 de enero, un amplio dispositivo policial, social y comunicativo –sobre todo en Andalucía-, hacen lo posible por encontrarla. Se llama Marta, y sus compañeros del colegio San Juan Bosco nos la muestran como una chica afable, buena amiga, cariñosa, sin conflictos personales, sin cuentas pendientes. Esos mismos amigos le dedican horas a buscar a Marta en esos nuevos pasadizos informáticos y comunicativos que los jóvenes tan bien manejan. El Tuenti, el Facebook o el Messenger exhiben miles de fotografías de Marta en la Red. Una breve pausa, para alertar de los peligros que se esconden tras estas herramientas informáticas: no siempre sabemos quién se encuentra al otro lado de la pantalla. De momento, según podemos leer en los diferentes medios de comunicación, la policía no descarta ninguna posibilidad. Se llama Marta del Castillo Casanueva y tiene diecisiete años. Desde que desapareció su teléfono móvil permanece apagado o fuera de cobertura. El pasado jueves, el Arzobispo de Sevilla ofició una misa en su recuerdo, sus compañeros de clase se concentraron pidiendo su inmediato regreso, sus padres recibieron la visita de Juan José Cortés, desgraciadamente popular desde los últimos meses por el asesinato de su hija, Mariluz.

Se llama Marta, y se llama Yeremi, y Sonia y Pedro, Carlos, Dunia, Sara, Juan Pablo… En nuestro país, en la actualidad, existen más de doscientas desapariciones de menores sin resolver. Doscientas fotografías que componen el álbum más macabro, más punzante. Doscientos teléfonos esperando una llamada que no termina de producirse. Doscientas familias destrozadas, doscientos enigmas sin resolver, doscientas casas de noches en vela, de lágrimas permanentes, de dolor, de tragedia. Doscientos casos que, en demasiadas ocasiones, por unos u otros motivos, apenas cuentan con trascendencia social, no ocupan las portadas de los periódicos, no rascan en nuestros estómagos, mientras contemplamos las fotografías de los desaparecidos, cómodamente tumbados en el sofá del salón. Entiendo que la visibilidad de estos casos debería ser más elevada, tenemos que familiarizarnos con las caras de esos menores que bien podrían ser nuestros hijos; asumir ese dolor, imaginar ese dolor, tratar de compartir ese dolor. En este sentido, jamás podré comprender aquellas voces que han criticado la exposición y posición de Juan José Cortés. Un padre maltratado por un grotesco error judicial y, sobre todo, por el salvajismo de un tarado, que ha sabido amplificar su voz y contagiarnos de su tragedia, que, no olvidemos, puede ser la tragedia de cualquiera de nosotros.

Ojalá que este artículo caduque en la misma mañana de este domingo que se despereza de tanto invierno, que la noche del sábado nos traiga la buena noticia del regreso de Marta. Sana, a salvo. Cuánto me alegraría perder la actualidad, que este artículo nos relatara un hecho del pasado. Se llama Marta del Castillo, tiene 17 años y vestía un pantalón vaquero, una jersey blanco de mangas rosas y una chaqueta de pana negra, en el momento de desaparecer. Un grito en la noche adelantó la pesadilla. Desde Madrid han llegado especialistas en la materia, por fin los medios nacionales se hacen eco de la noticia, la búsqueda se intensifica, cualquier prueba, cualquier dato, por nimio que pueda parecer, es un tesoro, es una luz. Las horas pasan, los días se retuercen. La rumorología fabrica sus propias teorías, descabelladas en su mayoría; los videntes se ofrecen como mercaderes de lo que no podemos ver. Las concentraciones y actos de apoyo a la familia se sucederán en los próximos días; son muchos los que la echan de menos. Se llama Marta del Castillo Casanueva, y sólo deseo que el verbo siga manteniendo su presente, que no hablemos de ella en pasado. Y tiene 17 años, ojalá dentro de unos meses cumpla los 18, y lo celebre con su familia y amigos.


El Día de Córdoba 

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