lunes, 25 de junio de 2012

LA HUELLA DE SERGIO


En estos tiempos ingratos y devastadores estamos asistiendo a la destrucción y desmantelamiento de lo que durante dos décadas hemos conocido –y ahora nos dicen que también “disfrutado”- como Estado del Bienestar. Sanidad, Educación y Protección Social universal, pública y gratuita. Pero yo ampliaría el concepto de Estado del Bienestar e incluiría, porque es lógico hacerlo, el avance que en este tiempo se ha producido en el Deporte, con la indiscutible mejora de instalaciones, en la Investigación, donde somos una referencia –aunque pronto dejaremos de serlo-, en Medio Ambiente, que ha pasado de ser un adorno casi superfluo a una prioridad, o en Cultura, que si bien nunca ha dejado de ser el área peor tratada en cualquier presupuesto público, hemos de reconocer que durante los últimos años se han creado multitud de eventos, se han potenciado sus espacios y se han multiplicado las acciones y las oportunidades. Nuevamente, puestos a prescindir, y no sólo me refiero a las administraciones públicas, que también, las empresas privadas, las fundaciones y hasta nosotros mismos como consumidores hemos comenzado a recortar por la Cultura. Seguimos creyendo que es de lo primero que podemos prescindir, seguimos sin reconocerla y, sobre todo, disfrutarla como un elemento de primera necesidad. Sin apoyo público y sin consumo privado es imposible mantener el sector cultural –o cualquier otro sector-, y cada día un nuevo nombre, una editorial, un medio de comunicación, una sala de arte o una discográfica, se añade al parte de bajas y nos anuncia su desaparición. Y estas bajas deberíamos asumirlas como un fracaso social, ya que nos empobrecen como colectividad, nos hacen peores.
La pasada semana, Sergio Gaspar, director, fundador, propietario, alma y no sé cuántas cosas más de DVD Ediciones, remitió un correo electrónico anunciando la desaparición de la editorial para el próximo otoño. La noticia, y me coloco bajo la piel de lector, me parece terrible, ya que DVD Ediciones cabe entenderse como el escaparate, la referencia y hasta la cuna de las propuestas literarias españolas más interesantes de las dos últimas décadas. La obra completa de Pablo García Casado, poemarios de Manuel Vilas, Agustín Fernández Mallo, Elena Medel, José Daniel García, Antonio Lucas, Jorge Riechman o Luna Miguel, o magníficas traducciones de Bukowski, Simic o Dylan Thomas forman parte del amplio catálogo de esta editorial que desde sus comienzos se convirtió en una ventana abierta, aire fresco y nuevo, de la Literatura española e internacional. Sergio, además de los títulos individuales, tuvo la habilidad de publicar dos de las antologías más interesantes de los últimos años: Feroces y Golpes, en las que un buen número de poetas y narradores tuvimos la oportunidad de mostrarnos al exterior. Porque aunque se haya destacado siempre la vertiente poética de DVD Ediciones, no nos podemos olvidar de su apuesta por la narrativa. Y ahí podemos encontrar los nombres de Vicente Luis Mora, Javier Sebastián, José Luis Cancho. Pérez Álvarez o Diego Doncel.
Además, Sergio Gaspar y DVD Ediciones han constituido un faro para un sinfín de nuevas editoriales, convencidas plenamente de un modelo caracterizado por la independencia, la calidad y la contemporaneidad. Como autor, qué decirles, el sentimiento que me acoge es el de orfandad. He publicado tres novelas en DVD Ediciones, que es un dato meramente numérico, las que me supusieron adquirir una nueva dimensión, coger músculo, ser más yo. Pero por encima de la edición, Sergio Gaspar ha ejercido sobre mí una influencia decisiva, ya que nos encontramos ante uno de los últimos editores de la Literatura española. Editor en el sentido amplio e histórico de la definición. Un confidente, un amigo, un corrector, un tutor, el crítico más severo, un psicólogo, un representante, un estímulo, todo eso y mucho más ha sido Sergio Gaspar en mi trayectoria literaria. Le debo mucho, muchísimo a DVD Ediciones y, por tanto, a Sergio Gaspar, ya que en este caso hablamos de sinónimos perfectos. No soy capaz de predecir cuál sería mi situación actual, si no habría arrojado la toalla, si podría haber tenido acceso a otras editoriales que han contemplado mi paso por DVD como un factor determinante, muy positivo. Seré escritor el resto de mi vida, qué remedio me queda, es una enfermedad incurable, y siempre la huella y el aliento de Sergio Gaspar permanecerá a mi lado. Y no soy el único.

El Día de Córdoba

lunes, 11 de junio de 2012

REINVENTARSE


Hay épocas del año, meses me atrevería a decir, con sus propias características y hasta con su propio vocabulario –que empleamos para definir esas características tan intrínsecas-. En junio, en Córdoba, sólo en Córdoba, es de nuestra exclusiva propiedad, hablamos mucho de reinventarnos. Puede ser que no utilicemos esa palabra exactamente, que tampoco me creo yo en posesión de nada, faltaría más, pero sí que recurrimos a equivalentes. Al junio cordobés le pasa algo parecido a lo que a los septiembres y eneros generalistas, de todo el mundo, tratamos de renovarnos, cambiar hábitos, ser más sanos, más controlados, menos nosotros en cierta manera. Indiscutiblemente, esa fiebre de cambio que nos entra de cuando en cuando, en los meses señalados sobre todo, tiene su parte positiva, sus connotaciones adecuadas, porque en realidad lo único que pretendemos es ser mejores, aunque la mayoría de las veces nos quedemos atrapados en los baches y laberintos del camino. La intención es lo que cuenta, eso dicen. Con intentarlo no basta, dicen otros. Nunca terminamos de saber si el vaso se encuentra medio lleno o medio vacío. Aunque puedan entenderse como términos similares, reinvención y adaptación comparten elementos comunes pero no son exactamente lo mismo, porque la adaptación puede derivar en una reinvención obligada, por la coyuntura, por las posibilidades, por lo que sea, que los motivos pueden ser muchos y algunos incontestables. Unos días atrás, en este periódico, pude leer como los tradicionales establecimientos, tan característicos en nuestra ciudad, de merchandising –según las nuevas nomenclaturas-, de recuerdos para entendernos todos, han comenzado a renovarse y modernizarse con el objetivo de adaptarse a los nuevos tiempos y ofrecer un producto más actualizado, así grosso modo y para no complicarnos con explicaciones excesivamente extensas.
Es decir, prefiero ahondar con el pretexto de la claridad, que el torito de terciopelo negro -que se vuelve canoso con el paso del tiempo y sus velos de polvo-, la “gitanita” pizpireta que los plasmas están exiliando de su hábitat habitual y el cartel de toros personalizado –yo una vez toreé con Manolete y Belmonte- están en vías de extinción, ya que una nuevos recuerdos de nuestra ciudad, más elegantes y contemporáneos –en resumidas cuentas-, se están imponiendo en este sector. Es como lo de la manzana mordisqueada y tecnológica que ha acabado con el célebre Tío Pepe madrileño. Reinventarse o morir, podría ser un nuevo lema para estos tiempos convulsos y convulsionantes que nos han tocado vivir. Porque dicen que los tiempos de crisis, tal vez la palabra más empleada en los últimos años, si se cuenta con grandes dosis de imaginación y de atrevimiento, propician un sinfín de oportunidades. Sobre el papel esta canción tiene una música más que agradable, pero me temo que la letra ya no me gusta tanto, y si ya me detengo en la “pequeña” –la letra, me refiero- es como para ponerse a temblar. Tal vez alguna vez oportunidad ligó con crisis, pero en la actualidad no me atrevería yo a ser tan optimista, y para no ahondar en el desánimo no repito las palabrejas que sí encajarían bien en esta canción sin sensibilidad poética.
En este mes de junio que nos acoge y que a ratos, muchos, nos acecha, la reinvención empieza a plantearse no como una utopía, no, como la única salida posible. En todos los aspectos, en economía, en política, en representatividad, en valores, seguimos alimentando al animal que nos devoró –y que nos devora cuando le damos un metro-. No nos planteamos un cambio radical, construir nuevos cimientos, un nuevo camino. Retrocedemos sobre nuestras propias pisadas con la única ambición de volver a hacerlo de nuevo en el futuro, aún a sabiendas de que es un camino cortado, de que ya sabemos lo que nos aguarda al final. Queremos ser de nuevo lo que fuimos y vivir como vivimos en el pasado, en vez de comenzar de cero y construir un nuevo edificio en el que todos podamos vivir a cubierto, todos, y no sólo unos cuantos. Lástima que la reinvención en estos días de este junio acechante y de récords negativos la sigamos considerando como una fábula peregrina sin visos de realidad. El torito de terciopelo negro canoso por el tiempo busca una nueva dehesa y la “gitanita” pone pies de bailarina para resistir sobre el estrecho borde del plasma. Nosotros permanecemos, permanecen, hasta que ya no tengamos ni la opción de intentar reinventarnos.   

El Día de Córdoba

lunes, 4 de junio de 2012

PRINCESAS



El otro día tuve la ocurrencia de preguntar por qué es famosa Kate Upton. Menuda ocurrencia. ¿Porque su bisabuelo inventó la lavadora? Es cierto que la inventó, o por lo menos estuvo en el grupillo. La lavadora le ha hecho muy bien a las mujeres, y no es éste un comentario machista, todo lo contrario. Muy realista. Si los hombres, mayoritariamente, nos dedicáramos o compartiéramos las tareas del hogar, sí podría decir que la lavadora nos ha venido bien a todos y todas, pero no. La lavadora posibilitó que muchas mujeres despegaran las rodillas del suelo y no les salieran callos en los dedos. No creo que el bisabuelo de Kate inventará la lavadora por un sentimiento o impulso feminista, más bien por vender electrodomésticos a espuertas, y si lo hizo por tal motivo, que seguro que no, puede que no estuviera muy contento con la trayectoria de su bisnieta. Evidentemente, Kate Upton no es célebre por el supuesto invento de su bisabuelo, pero lo curioso es que necesitaría una docena de artículos y hasta puede que un ensayo de tamaño enciclopédico para explicarlo. Porque para poder explicar la celebridad de Kate tendría que explicar esta sociedad que convierte en celebridad a personas como Kate, y además, que ya es más duro, tendría que explicar por qué lo hace, por qué lo necesita, porque realmente lo necesita. Muy dura la cosa. Se podría llamar Kate, Kim, Paris, Belén o Ginna, en los últimos años asistimos a la elevación de una serie de estrellas, la mayor parte de ellas femeninas, de las que desconocemos su talento o sus habilidades para alcanzar tal notoriedad. Son las nuevas princesas.
Desde hace ya algunos años se ha insistido en la necesidad de acabar con determinados estereotipos que perjudican la imagen de la mujer y que influyen de forma negativa en las adolescentes, especialmente. Trastornos como los de la conducta alimentaria, anorexia o bulimia, o depresiones a edades muy tempranas son la cara b de un disco que repite a diario cómo ser la chica diez, una nueva princesa, la mujer perfecta, bajo los parámetros de la belleza, estrictamente. Acomplejarse, sentirse pequeña, diminuta, gorda o fea –sólo el 3% de las mujeres están contentas con su físico- en esta falsa realidad teñida de pasarela es fácil, muy fácil: cualquier medida que se aleje de la repetida 90-60-90 es sinónimo de fracaso. Hemos entendido, o así lo quiero creer, la necesidad, acaso “hipócritamente correcta”, de criticar revistas, series, películas, spots publicitarios y demás soportes que nos muestren a una mujer que sólo destaque por sus cualidades físicas. Esas nuevas princesas de serie y saldo, barbies del siglo XXI sin oficio reconocido y con muchos Ken a su alrededor. Paris, Kim o Kate son las gurús que inspiran la vida de millones y millones de adolescentes atraídas por la fama, por la vida fácil que viene de la mano de un físico perfecto. La belleza, o una forma de belleza –para gustos, colores-, como una llave maestra que abre todas las puertas.
Pero esta realidad no se detiene entre las páginas de esas revistas que denominamos rosas o en la televisión, desgraciadamente trasciende al exterior. En casa, los que somos padres, tenemos que vencer o esquivar a toda esa poderosa intoxicación mediática para que nuestras hijas no se sientan prisioneras en su propio cuerpo. Para que crezcan seguras, fuertes, sin complejos; para que sean mujeres reales y que no sufran por algo tan frío y superficial como el físico, porque, desgraciadamente todavía hoy, demasiado les tocará luchar y padecer en el futuro por el simple hecho de ser mujeres. Con frecuencia, pienso en cómo afrontaré esta cuestión con mi hija. Ella es aún pequeña, tan sólo cuatro años, y creía que era pronto para que mensajes de estas características llegaran a su cabeza y, lo que es peor, surtieran efecto. Estaba equivocado, porque a pesar de su temprana edad ya hay toda una serie de elementos que sin duda pueden modelar su escala de valores. Y no sólo hablo de los juguetes y su importante carga sexista, que no deja de ser una lamentable realidad que mantenemos entre todos. En el colegio, algunas de sus compañeras empiezan a celebrar sus cumpleaños en esos centros donde las chicas son “princesas” durante todo un día. Embutidas en fluorescentes batas rosas, son maquilladas y peinadas a conciencia, no falta la manicura, y la sesión concluye con un deslumbrante desfile ante la atónita mirada de padres y madres. Tan pequeñas les marcamos el camino: la felicidad consiste en desfilar convertida en una princesa teñida de rosa. Tal vez Kate Upton jugara a esto de pequeña, soñaba ser una princesa, y si no lo hizo doy por hecho que le habría encantado. Y mientras, la lavadora que supuestamente inventó su bisabuelo sigue girando. Al centrifugar, los colores se convierten en uno solo.

El Día de Córdoba

lunes, 28 de mayo de 2012

INCERTIDUMBRE


Hace unos días, una tarde de domingo, entre tazas de café y mantel con migas de pan, un buen amigo me dijo que, si te descuidas y lo permites, el miedo te impide ser feliz. Insistió: El miedo te bloquea, te genera angustia y te impide actuar con lucidez. Miopes o ciegos, según el grado de miedo que seamos capaces de asumir/asimilar. El miedo, en la mayor parte de los casos, viene de la mano de la incertidumbre. Es miedo a no saber qué va a pasar en determinados momentos, dentro de cinco minutos o dentro de un mes. Miedo a los cambios, a que el reloj marque las horas en lugares y situaciones diferentes. Miedo a lo que no está escrito en la agenda, a lo que no sabemos. Cuando las cartas están boca arriba ya puedes actuar, ocuparte del problema o vivir tranquilamente, pero hasta que los hechos ocurren –cuando ocurren-  la preocupación alimenta el devenir diario. Necesitamos tener, sujetar si me apuran, con las manos nuestra propia vida y realidad, que el presente sea una hoja de ruta preestablecida. Actualmente, la crisis económica, con su legión de nomenclaturas, personajes y personajillos, engorda cada día más la lista de los angustiados por el futuro. Y no nos libramos ninguno de nosotros, la incertidumbre planea sobre todos los estratos sociales. La clase media considera que puede perder su estatus, que sus hijos pueden vivir mucho peor, disfrutar de menos derechos. El rico piensa que puede dejar de serlo en cualquier momento. El pobre presiente que nunca dejará de serlo. Da igual tu trayectoria profesional, tu formación, tu experiencia, lo que hayas hecho.
Tal vez sea el desempleo una de las balas más mortíferas que se esconde en la recámara de la incertidumbre. El tener que empezar de nuevo en un contexto económico que cada vez ofrece menos expectativas, es algo que ronda cada día por más cabezas. Un pensamiento privilegiado para muchos –cada vez menos- de nosotros, en cualquier caso, ya que seis millones de españoles piensan en simplemente empezar o, mejor, en escapar. Hace muy pocos años, vivíamos en una inmensa burbuja, o eso nos siguen contando. Nada nos podía pasar. Teníamos asegurado el presente y el futuro, sueldo mensual, jubilación garantizada, sanidad pública y gratuita, educación para nuestros hijos, unos días en la playa, coche nuevo de cuando en cuando. Cuando se te planteaban problemas laborales, siempre parecía que se abría una nueva puerta con mejores condiciones e incentivos; identificábamos “cambio” con “oportunidad”. Pero la burbuja de la fantasía estalló y nos sumergió en un mar de incertidumbres. Vivíamos, hasta entonces, como juguetones niños soplando pompas de jabón y no quisimos ver que el suelo, cada vez más enjabonado, podía acabar transformándose en una traicionera trampa. Y resbalamos, cada cual tuvo su propia caída, ya que no todos construimos las mismas pompas de jabón. Las hubo enormes, colosales, de vivos colores, y hubo pompas más humildes, más pequeñitas y menos vistosas. Pompas, pero también las podemos llamar fiestas, pelotazos, tacos, especulaciones, intereses, dinero, a secas.
Y ahora, no ha pasado tanto tiempo, nos encontramos en el suelo, mojados y doloridos, maltrechos los huesos y articulaciones, y nos vemos obligados a enfrentarnos a una nueva realidad capitaneada por la incertidumbre. Incertidumbre que, como decía al principio, nos provoca miedo, angustia y dificultad para que, a nivel individual y colectivo, podamos buscar soluciones. Tenemos la impresión de que no existe el remedio o el antídoto,  ni tan siquiera un engañoso placebo que nos coloque una venda en los ojos y anestesia en el corazón. Nos encontramos en un callejón sin salida fabricado desde las sensaciones: por las declaraciones de un dirigente político, por un movimiento de bolsa, por la portada de un periódico. Parece que nos sea imposible despojarnos de este miedo que nos acecha de forma permanente. Intereses minoritarios -nada desinteresados- se han cobijado bajo la negra túnica de la incertidumbre y han conseguido que la mayoría vivamos bajo la doctrina del miedo. Insisto, el miedo nos hace torpes, ciegos, dóciles y fáciles de dirigir por esa minoría que tiene toda la certidumbre, o que ha conseguido hacernos creer que es de su propiedad. Y somos más, muchos más, somos la mayoría, tantos como para crear y defender nuestra propia certidumbre o rescatar la que un día creímos tener. Repito, somos más, muchísimos más, tantos como para agarrar a esta asfixiante incertidumbre y hacerla desaparecer de nuestras vidas. 
El Día de Córdoba

jueves, 3 de mayo de 2012

PERIODISTAS (#periodigno)


Es una profesión/vocación hermosa, que siempre he admirado y homenajeado con algo de envidia, no lo oculto. Cosas de la incapacidad. Es también una necesidad, una de las patas más sólidas sobre la que ha de sustentarse la libertad, la Democracia. Y sin embargo, también es el periodismo hoy, tal vez más que nunca, una profesión peligrosa. O tal vez podamos hablar de “vocación de riesgo”. Estas afirmaciones no sólo afloran en mi interior gracias al recuerdo de Julio Anguita Parrado, nuestro paisano fallecido, del que hemos vuelto a hablar y mucho tras la concesión del premio que lleva su nombre. Por cercanía, los únicos recuerdos personales que conservo de Julio son las de un chaval moreno y menudo que jugaba por Santa María de Gracia. Ya nunca más volví a saber de él, hasta que comencé a leerlo en la prensa y, sobre todo, cuando falleció en aquella absurda e ilegal guerra en las que nos metieron por la bravucona cabezonería de unos cuantos. Contemplaba en la pantalla de la televisión su fotografía y yo seguía viendo al chaval moreno y menudo que jugaba por las callejuelas del Realejo, y con el que nunca tuve la menor relación. Julio Anguita Parrado, como tantos otros periodistas, murió en acto de servicio. Una expresión que mayoritariamente aplicamos a los militares, a los cuerpos de seguridad del estado, a los bomberos, pero que también se aplica, desgraciadamente a los periodistas, en infinidad de ocasiones. Lo hemos vuelto a comprobar en la locura de Siria, donde se juegan el tipo en las calles de Homs, mostrándonos una guerra sin orden ni concierto, si es que alguna los tiene. Hasta semana ha sido prolífica en estos tristes acontecimientos. Pero los periodistas, entendidos como un sector laboral, no sólo sufren los horrores de la guerra, padecen otros ataques, que si bien no proceden de un arma de fuego, puede acarrear el mismo final: el silencio. La ceguera.
La actual crisis económica que atravesamos, y que desgraciadamente estamos en el camino de que también sea social y generacional –lo que no deja de ser más preocupante-, se ha cebado especialmente con los medios de comunicación. Circula menos dinero y hay menos anunciantes, lo que repercute directamente en los medios, ya sean impresos, radiofónicos, audiovisuales o digitales. En estos anunciantes incluyo a las diferentes administraciones públicas, que tradicionalmente han sido buenos clientes y que hoy en día no sabríamos como definirlas. Craso error, ya que si en su momento se inyectó dinero público en el “ladrillo” se tendría que haber actuado del mismo modo con la prensa. Porque cuando los medios comunicación lo pasan mal, como ahora, no sólo estamos hablando de las dificultades que pasan sus profesionales, de la pérdida de puestos de trabajo. Hablamos de que se hace más pequeña una sociedad, un país, enmudece, pierde parte de su voz, de su transparencia. Algunos descerebrados aglutinados en torno a un supuesto grupo de comunicación que no cumple con su cometido –y que no pasaría nada si desapareciera porque no cumple con el mínimo exigible para formar parte de la definición-, han festejado con grotesca algarabía que el diario Público dejara de llegar a los quioscos. Qué pena y qué miedo me dan estos destellos de la extrema derecha.
Público no ha sobrevivido los golpetazos de esta crisis que cada vez que abre la boca consigue agitar cimientos y hasta derribar edificios que creíamos firmes y sólidos. El que un medio de comunicación desaparezca es una mala noticia que no debería celebrar nadie. El que un periodista muera es una tragedia que nos debe convulsionar, ya que nunca forma parte del conflicto, nos lo cuenta haciendo honor a su profesión. Julio Anguita Parrado murió, lo asesinaron, demasiado joven, cuando apenas nos había ofrecido un pequeño adelanto de lo mucho que nos habría de ofrecer en el futuro. Perdimos una voz u otra mirada que ya no podremos tener. Con la desaparición de Público sucede algo similar, se nos ha ido otra perspectiva, otro ángulo desde el que analizar y exponer la información. Porque esa es una de las grandezas del periodismo: la pluralidad. Pluralidad que siempre es enriquecedora y necesaria. Una palabra que molesta a algunos, a esos que festejan que un periódico no llegue a los quioscos, porque tal vez su fiesta –y hasta su orgasmo- pase por el pensamiento único, por una sola mirada. Hay quien con la ceguera es feliz, como anestesia, como estado vital. No seamos nunca una sociedad ciega, porque entonces seremos peores.

El Día de Córdoba

lunes, 9 de abril de 2012

LLUVIA Y RECORTES

A menudo tengo la impresión de que entre todos, comenzando por el gobierno y acabando por nosotros mismos, hemos creado una clima de incertidumbre, a ratos apocalíptico, siempre negro, que nos bloquea a la hora de tomar ciertas decisiones y, por tanto, de afrontar el futuro. Hay a quien esto de la crisis le ha venido de maravilla, que no todo iban a ser desgracias. El otro leía horrorizado que el gallego dueño de Inditex, Zara para entendernos todos, había ganado 448 euros al segundo. Sí, ha leído bien, al segundo. Es una noticia que a mi modesto entender, que no es mucho, resulta llamativa por horripilante, sobre todo ahora que tanta y tanta gente lo está pasando verdaderamente mal. De la misma manera, siento algo parecido al asco, cuando los bancos y cajas exhiben sus ganancias, y todos nosotros pagando hipotecas a cuarenta años y, sobre todo, renunciando o recortándonos derechos para que ellos puedan seguir exhibiendo sus cuentas. No olvidemos a donde ha ido a parar buena parte del dinero público –de todos-, para tapar el agujero, nos han contado, y evitar la bancarrota. Fosa Mariana, por sus tragaderas. Porque en todo esto de la crisis, como excusa o como justificación, hay mucho de ese célebre dicho que nos muestra a la pescadilla mordiéndose la cola. Nuestro poder adquisitivo se ha reducido considerablemente, si usted es una de las excepciones le felicito, pero lo normal es que comprenda mis palabras, y, al mismo tiempo, se pasan el día diciéndonos que es esencial reactivar el consumo. ¿Y eso cómo se hace? Si cobras menos y encima te repiten, cada día una y otra vez, que la cosa pinta que irá a peor, obviamente menos consumes. Y ese cambio de coche, o ese viaje soñado, o esa reformita en el cuarto baño se posterga hasta que pase la tormenta y salga un poquito el sol, aunque sólo sean cinco minutos. Hemos tenido una semana de nubes, lluvias y recortes, que aplicando el refranero de forma extensiva o metafórica, también cabría afirmar que nunca son del gusto de todos. Y a veces no son del gusto de nadie, aunque haya quien trate de justificar lo injustificable, que de todo tenemos en el corral. La austeridad no es un sinónimo de recorte, no confundamos ni nos empeñemos en fusionar los adjetivos con los verbos. La austeridad es otra cosa, y considero que siempre es buena y positiva, sobre todo cuando se relaciona con dinero público. Recortar es otra cosa, y yo siempre estaré de acuerdo si se trata de incidir en aspectos superfluos o en eliminar duplicidades. Pero no estoy de acuerdo cuando los recortes afectan a las becas, a la investigación, a la sanidad, a la educación, al conocimiento, a los idiomas, a la ley de dependencia, tal y como ha sucedido con los por fin anunciados Presupuestos Generales del Estado que nos narró el ministro Montoro, ya que nuevamente el Presidente Rajoy delegó sus funciones y adoptó la postura de la avestruz. Alguien le debería explicar cuáles son sus cometidos y que no puede anunciar, por ejemplo, presupuestos “históricos” desde su búnker de la Moncloa. Los presupuestos presentados me preocupan, mucho, porque incidirán en nuestro inmediato futuro y porque no van a generar confianza, pero sobre todo me preocupan, me alarman, por el mensaje de lluvia fina, volvamos a la meteorología, por el alimento que suponen a las posiciones ideológicas más trasnochadas y extremas. Que se maltraten a los agentes culturales, cine y libro especialmente, que se elimine el Plan Nacional contra el Sida, que se menosprecie el de Drogas, que se reduzca en combatir la Violencia de Género, que se borre el de inmigración, que se reduzca en políticas igualdad, son medidas con una profunda e hiriente concepción ideológica. Ya lo creo. Cómo le vamos a dar dinero al rojo de la pancarta, al moro, al gitano, al borracho, a la mujer maltratada, al yonqui o al maricón con la que está cayendo, nos preguntaremos y responderemos, y con la justificación de la crisis, con actuar sobre lo “verdaderamente importante”, nos daremos por satisfechos. No sabemos todavía qué es lo “verdaderamente importante”, aunque sí que sabemos quiénes son los que mandan, que es completamente diferente, y cuyos intereses y necesidades en nada coinciden con las nuestras. Y no, con la aceptación de estos mensajes, implícitos en estos presupuestos, somos mucho peores, menos justos, menos igualitarios. Y también seremos más previsibles y más manejables. La lluvia de estos mensajes está calando, y deben preocuparnos más que los propios recortes. Deseemos, tenemos que poner todos de nuestra parte, que la lluvia no se torne diluvio. Porque la tormenta ha comenzado y no habrá paraguas, tampoco salvavidas, para todos. El Día de Córdoba

martes, 3 de abril de 2012

ALONSO, PREMONITORIO


¿Qué pasó el pasado 25 de marzo, qué sucedió para que no sucediera lo que tantas encuestas nos había vaticinado que iba a suceder inevitablemente? La famosa servilleta de Arriola convertida en una pelota arrugada. Comencemos por las encuestas. Y hablar de encuestas es como comprarse un piso nuevo, hay que hablar mucho, pero mucho, de la cocina. Ahora, a toro pasado, nos cuentan que la encuesta del CIS sin cocinar acertó de pleno, que lo clavó, dicen los analistas más sesudos. He vuelto a repasar los datos de esa encuesta y no he encontrado por ningún lado los números que se produjeron el 25M. A estas alturas, tengo la impresión de que realizar encuestas es como predecir el parte meteorológico: son ciencias inexactas, que permiten el fallo o no acierto de sus profesionales. Lo que sí nos ha dejado claro este 25M, como siempre en Democracia, es que la única “encuesta” real, la verdaderamente fiable, es abrir las urnas y contar los votos, sobre todo aquí en Andalucía. Basta revisar la hemeroteca o hacer memoria. En 1996 hasta cinco encuestas vaticinaron una holgada victoria de los Populares, y que fue holgada, ciertamente, pero a favor del PSOE. En 2008, apenas lo recordamos, otras encuestas adelantaron un cómodo y relajado triunfo socialista, que pasó a ser un incremento más que considerable del PP, que acabó adueñándose de los cinco escaños perdidos por los andalucistas. Y es que tengo la impresión, en todo lo relativo a la intención de voto, de que ciertas percepciones, motivaciones o deseos no se pueden interpretar científicamente.

Sus propios compañeros de partido, articulistas y locutores insignes, ahora le cuestionan y reprochan a Arenas su campaña de “perfil bajo” –expresión de intencionalidad difusa-. Una campaña, es cierto, con escaso mensaje ideológico, aunque bien es cierto que esa fue una de las grandes habilidades de Rajoy, de mostrar muy poco y enseñar nada, más a lo Rajoy, y de responsabilizar al PSOE de todas las fatalidades por las que estamos atravesando, e incluso de las que atravesaremos. Con el aliño, por supuesto, de los ERE, los coches oficiales y los teléfonos móviles. Arenas ganó las elecciones, ahí están los números, consiguió los mejores resultados del PP en Andalucía en su historia democrática, más números ciertos, pero sin embargo fue la victoria más amarga. Sigamos con otros números significativos, los populares han perdido unos 440 mil votos desde el 20N en Andalucía. Son muchos votos. ¿Exceso de confianza a tenor de lo que adelantaban las encuestas, factura por las primeras medidas tomadas por Rajoy, habilidad de la Izquierda en sus advertencias, era Arenas el mejor candidato? Tal vez, con toda seguridad, un poco de todo, un combinadito con todos estos ingredientes le han dado ese toque ácido al triunfo Popular. No me atrevería a destacar ninguno de los factores, a pesar de que tengo la impresión de que, como sucede con frecuencia, el candidato estaba por debajo de la marca. De hecho, la leyenda #arenasyaestaba no tardó en ser una muletilla recurrente y habitual en las redes sociales.
No voy a analizar –tampoco interpretar, nada interpretables me temo- ninguno de los insultos que los andaluces, todos los andaluces, hemos recibido por parte de algunos sujetos que pululan –no los puedo considerar periodistas- por los medios de comunicación –o supuestos medios de comunicación-, porque lo único que se merecen es la indiferencia y el desprecio. No me atrevería a dudar o censurar el resultado de las elecciones en Castilla y León, Valencia o Baleares, ya que la Democracia es eso, la decisión soberana de los ciudadanos, los votos que se cuentan tras abrir las urnas. Regresemos al pasado 25M. Sí creo, de hecho es una técnica que se emplea con frecuencia en eso que conocemos como mercadotecnia, en los mensajes subliminales. Todos hemos escuchado la teoría del éxito de la Coca-Cola, la similitud de la botella original, de la misma manera que alguna vez nos habrán contado la eficacia de esas imágenes que se introducen entre los fotogramas y que nuestra vista no perciben y nuestro cerebro sí asimilan, o eso dicen. Pensemos en eso. Dicen que dos de los factores que pudieron incidir en la baja participación de las elecciones andaluzas son el cambio horario y la carrera de Fernando Alonso; no lo sé, habría que preguntarle a Arriola, y luego quedarnos justamente con lo contrario. Aunque tal vez sí descubrieron muchos electores ese mensaje subliminal que antes comentaba. El de rojo, que salió de los últimos, muy mal colocado, y acabó ganando la carrera, cuando todos lo daban por imposible. Qué cosas. 

El Día de Córdoba