Hay tradiciones que me gusta respetar, cumplir, perpetuar
cada año o cada vez que toque o pueda. Hay buenas tradiciones que me gustaría
cumplir cada día, pero cada día tiene sus tiempos y sus exigencias, y sus
muchas cosas en esa agenda que nos escriben. No siempre podemos, nos excusamos
constantemente, cuando las citas, las películas, los conciertos, los libros o
las exposiciones pasan de largo. Tal vez sea el tiempo el mayor tesoro de este
tiempo que nos ha tocado vivir, aunque también puede que se trate de la gran
mentira que nos hemos buscado, y encontrado, para justificar todo aquello que
no hacemos o no somos porque simple y llanamente no lo intentamos. Quién sabe,
todo puede ser, y algo más, que siempre hay un algo más bajo la alfombra o en
el fondo del armario. Aparte tres muertos y seguro que encuentra algo, ese algo
más del que le hablo. Me gusta escribir sobre la Navidad, sobre estas fiestas,
cuando coinciden en el calendario y este año coincidimos, para mi regocijo, que
es una tarea que afronto con alegría renovada, tal vez contagiada. Lo repito,
lo reitero, las navidades con hijos son más navidades, más fiesta, más alegría,
y por una vez acudamos a todos esos tópicos que cuentan y que se cumplen, para
deleite de padres y madres, de familia. Es tiempo de familia, lo queramos o no.
Yo echo de menos, mucho, a los que faltan, me arrepiento del tiempo perdido y
no compartido, no disfrutado. Y envidio a quien sí puede hacerlo. Otra
tradición que suelo cumplir, ver de nuevo Qué bello es vivir. No soy muy
original, ya lo sé, pero a mí se me siguen humedeciendo los ojos con algunas
escenas. Este año, y seguro que el año que viene también. Y es que hay
sentimientos que es bueno mantener siempre despiertos, siempre vivos, activos.
Hermosa película de frases memorables: La vida de cada hombre toca muchas
vidas, y cuando uno no está cerca deja un terrible agujero. Duele comprobar
esta certeza.
domingo, 25 de diciembre de 2016
VIDA
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salvador gutiérrez solís
miércoles, 14 de diciembre de 2016
LOS AMANTES ANÓNIMOS PLAYLIST
El silencio de
la habitación desaparece en un instante cuando comienzan a sonar los primeros
acordes de Highway to hell de AC/DC.
martes, 13 de diciembre de 2016
ESCRITORES
No puedo evitar que algo se incendie en mi interior
cada vez que me asomo a la mesa de novedades de una librería, ahora que
presumiblemente se venden libros con corbatas a juego. Siento el fuego, las
llamas, las siento muy dentro
Todo el mundo, o casi todo el mundo, quiere escribir un
libro. A veces pienso que vaya faena nos hicieron a los escritores con esa
célebre sentencia que tanto me aburre, la del hijo, el árbol y el libro. Quien
la inventó, se quedó descansando. Todo el mundo quiere escribir un libro, una
novela si es posible, o un ensayo de buen rollo, y el problema es que lo acaban
consiguiendo, o al menos publicando, que en ocasiones no es lo mismo. El deportista
tripón y retirado, el presentador de informativos varios, los periodistas de
medio pelo, el abuelo de las mil batallas, el político descerebrado, el militar
en tiempo de paz, el suegro de mi prima, el compañero de instituto, el actor
sin papeles dramáticos, el cantante de las mil canciones, el vecino del quinto,
todos quieren escribir un libro, una novela si es posible, autobiográfica o no,
eso ya se verá después, o un poemario de cinco poemas y dos mil ripios, pero un
libro, un libro con su nombre en la portada y en el lomo, que presentar y
dedicar. Esas cosas que se hacen con los libros, según cuentan. Yo no quiero
clavar mi bandera, la bandera que sea, en el Everest, ni disputar las 24 horas
de Indianápolis, ni nadar entre tiburones –pero qué cosas más raras gustan-, ni
correr el maratón de Nueva York, ni la media maratón de Córdoba, ni esculpir
una réplica exacta del David, ni presentar un programa de cocina, por mucho que
me guste comer, tampoco quiero ser Ministro de Economía, ni tan siquiera
Secretario de Estado de Hacienda, que eso sí que es mandar, ni hombre del
tiempo, nada. Y puede que no me apetezca intentar/conseguir ninguno de los
retos citados, y otros mil posibles, porque simple y llanamente no me siento
capacitado. Soy consciente de mi realidad, de mi yo, de mis capacidades, y sé
que si me sacan de mis cuatro cosas, que en realidad son dos cosas y hasta
puede que media, solamente, ya no doy la talla. Hablemos de pudor, de ser
capaces de mirarse en el espejo y asumir la realidad.
De verdad, que lo entiendo, porque lo he vivido ya unas cuantas veces,
que es muy bonito y emocionante eso de ver un libro con tu nombre en las
librerías, alucinante. Y cuando la editorial te envía los primeros ejemplares
una intensa descarga eléctrica te recorre todo el cuerpo, de las cejas a las
uñas. Como un padre, agarras a tu criatura y te cercioras de que viene con sus
dos ojos, sus dos orejas y su nariz. De cuando en cuando se cuela una errata,
pero no pasa nada, que eso es culpa del editor, si de verdad hace honor a su
nombre. Todo eso es muy bonito, vaya que sí, pero que también debe serlo
conquistar el Teide, por poner un ejemplo patrio, y plantar tu bandera o
inaugurar una exposición de acuarelas, pues claro, pero yo no sé pintar, nada,
ni monigotes. Y no voy a escalar... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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sábado, 10 de diciembre de 2016
miércoles, 7 de diciembre de 2016
EDUCACIÓN CULTURAL
Que no les falte
nunca el pan a mis hijos, pero que tampoco les falte un libro, una exposición
que visitar o una película que ver, esos alimentos que nos hacen más libres y
plenos, y que deben estar siempre en nuestra despensa.
Cada día estoy más de acuerdo con las palabras de Federico
García Lorca en la inauguración de la biblioteca de su pueblo, en Fuente
Vaqueros, en 1931. Pan y libros, pan y libros. Y a los dos hay que
considerarlos alimentos de primera necesidad, porque realmente lo son. Podemos
sustituir, obviamente, libros por cultura, que tanto monta. Y eso que Lorca
pronunció su sentencia en una época de profunda hambruna, en una España de
ratas, gatos y pan negro en el menú, y aún así lo tuvo claro, pan y libros e
igual de claro lo tengo yo, aunque los gatos se hayan salvado de la carnicería.
Empiezo terco, repetitivo, pero plenamente aferrado y entregado a la
reivindicación, y hasta revolución en estos tiempos horrendos, catetos, donde
los libros y la cultura ocupan el lugar más alejado de nuestras vidas. Ni en el
gallinero les encontró un hueco el acomodador, cómo será la cosa. Tal vez
recupero a Lorca a colación de la conversación que mantuve hace unos días. Un
amigo me reprochaba que, aún siendo tan “abierto” para la mayoría de las
cuestiones, no le permitiera a mis hijos escuchar reguetón. Me
sorprendió que le sorprendiera, no lo niego. Y sí, es cierto, no les dejo
escuchar reguetón, lo tienen prohibido, y lo mismo les sucede con esas
supuestas series infantiles que no dejan de ser otra cosa que culebrones
protagonizados por adolescentes repelentes. Y tampoco les dejo comer
determinadas chucherías, y procuro que lean todos los días, y que no se pasen
con el chocolate, y que practiquen deporte con frecuencia, y que sean
continuistas con su aseo personal, y que sean respetuosos con el que tienen al
lado, y que tengan buena relación con sus compañeros de clase, y que estudien
el tiempo conveniente cada día, y que no maltraten sus ropas, y mil cosas más. Claro
que sí. Es decir, no renuncio a educar a mis hijos, en ninguna de las facetas
de la vida, que son muchas y no podemos olvidarnos de ninguna, y muy
especialmente de aquellas que considero fundamentales, como lo es la cultura.
Vamos, que sí, que ejerzo de padre, no delego, en primera persona.
Con frecuencia tengo la impresión de que
circunscribimos la educación de nuestros hijos a unos ámbitos muy delimitados y
tradicionales, me temo, y nos olvidamos de otros muchos que son trascendentales
en su desarrollo personal. Y lo mismo que deseamos y queremos que tengan a su
alcance la mejor formación educativa, la mejor sanidad posible o que se
alimenten de la manera más saludable, no debemos renunciar a que tengan acceso
a una cultura de calidad, en cualquiera de sus manifestaciones. Y por tal
motivo, no quiero que escuchen, por ejemplo, reguetón, y no solo porque
musicalmente sea un infamia, que lo es, relacionar a la música con esa cosa ya
me parece ofensivo, es que además la mayoría de sus letras deberían estar en el
juzgado, por alentar la desigualdad entre hombres y mujeres, con demasiada
frecuencia, o por incitar a la violencia de género, en determinados casos. Y no
quiero eso para mis hijos, como no quiero... sigue leyendo en El Día de Córdoba
domingo, 4 de diciembre de 2016
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