Guste
más o guste menos, La casa de papel
tiene ya su propia baldosa, imaginaria, claro está, en el paseo de la fama
televisiva de nuestro país. Ha hecho historia, y hasta puede que con mayúscula.
Por su proyección internacional, se pueden ver las aventuras del Profesor y su banda en medio mundo y
porque aquí, en nuestro país, a pesar de solo emitirse en una plataforma cerrada,
Netflix, se ha convertido en un acontecimiento de primera magnitud. Hay que
pagar para ver la serie, no forma parte de la parrilla de ningún canal en
abierto. Basta con ver la cantidad de gifs
que se han creado de la serie para tener conciencia de su repercusión, no se
vayan a creer que eso es gratuito y que no representa nada, que en estos tiempos
de contabilidades tan extrañas los nuevos parámetros son más determinantes de
lo que imaginamos, o eso nos están haciendo creer. Si tuviéramos que elaborar
una lista en la que anotar las claves del éxito de esta serie, creada por Alex
Pina y producida por Atresmedia en colaboración con Vancouver, no me cabe duda
de que serían muy similares a las que han propiciado que nos enganchemos a Breaking Bad, Juego de Tronos, Los Soprano
o True Detective. O puede que no
exista ese decálogo del éxito televisivo y que éste depende de otras muchas
circunstancias, intangibles e inexplicables, circunstanciales, en gran medida. Tampoco
le demos tantas vueltas al asunto, nos gusta porque es muy entretenida, tiene
una manufactura impecable, algunos de sus personajes son muy llamativos y la
trama está muy bien hilvanada. En eso consiste, básicamente, una buena
narración, ya sea literaria o audiovisual.
Y
frente a otras series que plantean otras lecturas o interpretaciones más
intelectuales, por definirlas de algún modo, y El cuento de la criada es un magnífico ejemplo, La casa de papel es muy sincera en su
apuesta y propuesta. No engaña a nadie. Es eso, lo que vemos, la acción, el
suspense, urdir un plan, robar y fugarse, ya está. Mientras que en El cuento de la criada vemos en su
última temporada como la trama se ha disuelto en el sinfín de engañosas cámaras
lentas y planos supuestamente trascendentales, que en realidad no aportan
absolutamente nada. Arranca La casa de
papel en su última entrega de forma trepidante, en un despliegue geográfico
y de efectos especiales como no se recuerda en nuestra televisión. Despliegue
al servicio de los personajes, que no me cabe duda son el gran reclamo y el
gran éxito de esta serie. El Profesor,
Berlín, Denver, Tokio, Helsinki o Nairobi son muy prototípicos, en cuanto a sus registros, el listo,
el bestia, la racial, la sensual, pero son las piezas que encajan a la
perfección en una partida muy inteligentemente diseñada. Yo sigo echando de
menos a Paco Tous, que considero uno de los grandes actores de la actualidad.
El único pero que le pongo a la tercera temporada de La casa de papel, alguno tenía que tener, es la recreación que
hace de la Sierra de Aracena (no spoiler).
En
la Sierra de Aracena, como en la de Cazorla, o en Sierra Morena, no hay granjas
al estilo texano (dixit Ángel) y sus
habitantes están plenamente integrados en el Siglo XXI, el XIX ya pasó. No
hablan así, no visten de esa manera, ni van con rifles por la vida, y las
granjas, que son cortijos, cortijos (anotación de Concha), no tienen esa estructura,
más adecuados para Grizzly Adams o Jeremiah Johnson. También chirría, apunte de
Juanra, lo cortas que se hacen ciertas distancias, y es que Andalucía es muy
grande. Por todo lo demás, una producción que demuestra que en España somos
capaces, cuando nos los proponemos, de ofrecer obras en las que se combina la
calidad con el consumo generalista. Que sí, que es posible, aunque muchos
escépticos se empeñen en negarlo. Y algo que valoro cada día más y que los
creadores de La casa de papel han
sabido hacer muy bien: la selección de canciones. Impagable ese principio al
son de Vetusta Morla (no spoiler).
Ingredientes más que suficientes, a pesar de las granjas y de los granjeros
texanos, para esperar con impaciencia la cuarta temporada.
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