miércoles, 23 de septiembre de 2015

LAS PUERTAS DE LOS COLEGIOS


No fui un buen estudiante, he de reconocerlo. Confieso. El color rojo asomaba abundantemente en mis notas. Esta circunstancia propició que aprendiera las nociones básicas y fundamentales de mi peculiar y autodidacta psicología familiar o casera. Escoger, de entre todos los posibles, el momento más apropiado para entregarle las notas a mi padre. Recuerdo con horror, también lo reconozco, los exámenes de septiembre. Aquellas noches de cafetera, cigarrillos y tetris. Una partida más y me pongo a estudiar, me prometía, me repetía, y raramente cumplía. También recuerdo esos Mundiales entre libros, en los que un Bolivia contra Bélgica se imponía, por goleada, a la Alemania de Bismarck, aquel canciller con la sonoridad de un complejo artefacto de Ikea. A pesar de estos recuerdos, en mi memoria el colegio permanece como un lugar y como un tiempo especial, privilegiado, deslumbrante en muchos momentos. Lo pasé muy bien en el colegio, muy bien, e igual de bien en mis años de Bachillerato (Unificado Polivalente) y C.O.U. Los recuerdo como muy buenos años, vividos intensamente. Hasta Quinto de E.G.B. estudié en un colegio próximo a mi casa, en el López Diéguez, donde también estuvo varias décadas antes Pablo García Baena. Cómo para dudar de los beneficios de la enseñanza pública (y lo digo por el poeta, claro). En Sexto comencé mi periplo en los Salesianos. Ahora me doy cuenta que nunca he sido creyente, que jamás he sentido eso que llaman fe, pero reconozco sin pudor que todos los 31 de enero y los 24 de mayo recuerdo a Juan Bosco y a María Auxiliadora y que aún me sé, de principio a fin, el Rendidos a tus plantas. Defensor, como soy, de la enseñanza pública y de la laicidad como concepto, jamás he escondido mi pasado en los Salesianos. Es más, considero que en gran medida aquellos años han sido fundamentales en la construcción del hombre que hoy soy. Ya no sé si eso se sitúa en el deber o en el haber del colegio.
Mi amigos de aquel tiempo siguen siendo mis amigos, como si formáramos parte de una familia creada y establecida más allá de nuestras propias casas. De aquel tiempo conservo mi pasión por el cine, por la música, por la lectura, que me inculcaron como si se trataran de juegos. También mi pasión por el fútbol. Conservo imágenes... sigue leyendo en el El Día de Córdoba

domingo, 20 de septiembre de 2015

EL TRIUNFO DE LA NORMALIDAD

Una final más cómoda de lo previsto, 17 puntos de diferencia. Volvemos a hablar de esta excepcional generación de baloncestistas que siempre recordaremos. Durante dos semanas hemos disfrutado con las genialidades del Chacho, la sobriedad de Felipe, el mágico atrevimiento de Rudy, la versatilidad de Llull o la sencilla honestidad de Pau Gasol. Estrella indiscutible de la NBA, ídolo en Chicago, cuando Gasol se enfunda la camiseta de España es un jugador modelo, incluso a costa de renunciar al brillo personal. Aún así, ha sido designado el MVP del Europeo. Podríamos reinterpretar o repetir todas las loas que los nuestros han recibido en los últimos días, todas merecidas, hasta crear un nuevo género literario. Una selección que, más allá del juego, puro talento, desprenden lo que calificamos como “buen rollo” y que no debería ser una excepción en el mundo del deporte de élite. Y es que nuestra selección de baloncesto es, además, sobre todo, un equipo de buena gente, de gente normal, de deportistas, de simplemente deportistas. Algo que salta a la vista en las celebraciones, en las bromas, en las canciones pactadas, en las miradas de complicidad. Y con la medalla en el cuello se han comportado como lo que son: gente normal, que se emociona, que llora, que ríe, como cualquiera de nosotros en un momento de felicidad. Tal vez por eso disfrute tan intensamente los triunfos de esta selección, porque contemplo el triunfo de la normalidad.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

ESE PROBLEMA DE ESTADO

No le voy a dedicar una sola línea a las elecciones catalanas, vaya tío sosito que soy, no me apunto a la moda imperante y rampante. Demasiado lo escrito y dicho hasta el momento, y puede que ahí se encuentre parte del error: en la saturación verbal. Cuando se habla mucho, las probabilidades de equivocarse aumentan considerablemente, sobre todo cuando los que hablan no son, precisamente, unos lumbreras, visto lo visto. Vaya, me he pasado de líneas, soy un tipo actual atento a la actualidad. Amén. Tampoco voy a hablar de los refugiados, asilados o como se quieran llamar. Personas desesperadas que son capaces de cualquier cosa por una vida mejor, digna, a secas, lo que haríamos cualquiera por nuestros hijos y familias; así los llamo yo, porque así los contemplo. Y nosotros, insignes europeos, habitantes del vetusto y sabio continente, contemplamos como nuestros grandes representantes políticos mercadean con las vidas humanas, a la baja obviamente, como si fueran mercancía. Se nos puede colar algún yihadista, avisó el ministro, claro, y también se nos puede colar algún Wert que se cargue la educación y la cultura de este país, que se nos coló. Y ahí lo tenemos, a tutiplén en París, vaya condena más mala, lo mal que lo estará pasando el hombre. Tampoco voy a escribir sobre Ylenia, esa musa platino de los shores, que es esa nueva acepción que nos sirve para calificar la mínima expresión emocional, cultural o social que puede desarrollar una persona. Con decenas de problemas, muy sangrantes algunos, aberrantes, el TT coronaba en lo más alto de Twitter a nuestra querida Ylenia. Pero no acusemos a Ylenia, ella esa simplemente como es, señalemos con el dedo a exhibidores y espectadores, que la convierten en esa musa de lo que no tendría que ser, pero es y está siendo. Menuda siembra, ya recogeremos. Tampoco voy a hablar de Piqué, en el ojo del huracán, inspiración para los silbadores, problema universal que condiciona el Ibex y la Prima de Riesgo, así, tal cual. Relativizar, ese verbo que tan mal conjugamo... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 8 de septiembre de 2015

565, PERUGIA WAY


HACE cincuenta años, justamente, en la noche del 27 de agosto de 1965, la astronomía y la música asistieron a la mayor confluencia de estrellas que recuerdan: el encuentro entre Elvis Presley y los Beatles. Tal y como pactaron previamente, no existe una prueba gráfica de aquella velada, ni una sola imagen o grabación. Por el testimonio de algunos de los presentes, sabemos que Elvis recibió a la banda de Liverpool en la entrada de mansión, en el 565 de Perugia Way, en Bel Air, Los Ángeles, yo lo imagino ataviado con un kimono blanco con su nombre bordado en letras de oro en la espalda, entre un Rolls Royce y dos Cadillacs, escoltado por 10 integrantes de sus amigos/guardianes: la Mafia de Memphis. El Rey condujo a los recién llegados a un enorme salón circular, iluminado por luces rojas y azules, en el que se agolpaban mesas de billar y un rockola en el que sonaba Mohair Sam, de Charlie Rich. Presidía la habitación un gigantesco aparato de televisión a color con el volumen a cero, en el que se proyectaban secuencias de Rebelde sin causa, quiero imaginar. Sabemos que los primeros minutos estuvieron presididos por la frialdad y el silencio, hasta el punto de que Presley fue el primero en abrir la boca para decir algo parecido a: "¡Maldita sea, si vais a quedaros ahí sentados mirándome como pasmarotes, me voy a la cama!".Sabemos que Lennon, no podía ser otro, fue el primer Beatle en tomar la palabra. ¿Cuándo vas a volver al Rock And Roll?, dicen que le preguntó. Imagino a Paul cabeceando, con ganas de estrangular a John, imagino a Paul hipnotizado en la bola de mil espejos y a Ringo haciendo lo indecible por contener la risa. E imagino a Elvis, mirando a sus amigos de la Mafia de Menphis, dudando entre echar a patadas a esos cuatro melenudos británicos de su casa o beber de un trago una botella de Gatorade. 
Sabemos, por lo que contaron algunos de los presentes, que El Reyoptó por repartir guitarras entre sus invitados, que él agarró un bajo y que McCartney le enseñó algunos trucos; sabemos que tocaron juntos I Feel Fine You're my world de Cilla Black, y que Ringo, sin instrumento, marcaba el ritmo utilizando sus manos como baquetas; sabemos que, en el rincón más alejado, Brian Epstein trató de convencer al Coronel Parker de que Elvis girase por Gran Bretaña. Una gira que nunca tuvo lugar, a pesar de las cifras que vaticinaron. También sabemos, por la narración de algunos testigos, que la llegada de Priscilla, ataviada con un vaporoso camisón púrpura y coronada con una tiara, estilo romano de Las Vegas, provocó un profundo y... sigue leyendo en El Día de Córdoba

*Gracias a un comentario publicado en El Día de Córdoba he podido encontrar la fotografía superior, que tal vez fuera tomada ese 27 de agosto de 1965.