miércoles, 31 de enero de 2018

LA PESTE


Indiscutiblemente, no hace honor a su nombre. No le sucede lo mismo que a El accidente, que bien podría haberse titulado, con idéntica exactitud, La catástrofe y hasta El batacazo. En este caso, no, por todos los motivos. Tenían que ser esa pareja del cine español que conforman Alberto Rodríguez y Rafael Cobos los que se atrevieran a dar el paso para ofrecernos un producto televisivo de primera calidad, capaz de competir con  cualquiera que nos llega “allende nuestras fronteras”, empleando una expresión de orgullo patrio de otro tiempo. Porque La peste es cine, puro cine, que se proyecta en las pantallas de televisión. No creo que haya mejor elogio para una novela, una canción, una película o una serie de televisión, la primera sensación que tuve nada más terminar de ver La peste es que necesitaba seguir viéndola, no quiero esperar una segunda temporada, la quiero ya, y una tercera y una cuarta y una quinta, hasta que el hijo de Mateo, o de quien sea, tome el relevo, hasta que Paco León nos muestre las canas de los años y hasta cuando alguien limpie un poco las calles de Sevilla. Sé que voy a repetir argumentos que ya se han comentado, aún teniendo en cuenta ese riesgo, que es el peor de los riesgos en estos casos, no puedo dejar de mencionar la excelente manufactura de la serie, sí, parece de HBO, sí, y no cito a Netflix porque alguien me podría recordar a Las chicas del cable, y no. Es imponente la ambientación, creíble, la sientes, sientes la mugre, los harapos, hueles y tocas, vives, esa Sevilla monumental y sarnosa al mismo tiempo, puerta de entrada a un Nuevo Mundo, como una Nueva York del siglo XVI. La trama te engancha desde el primer momento, desde la primera secuencia, gracias a la historia que te plantean y gracias, igualmente, al magnetismo de los personajes principales. Personajes excelentemente perfilados, con multitud de aristas, de pieles, que nos asombran, conmueven y atrapan conforme los episodios se van sucediendo. Personajes que consiguen ese objetivo tan complicado de alcanzar en cualquier buen thriller, ni nada ni nadie es lo que parece (si no todo lo contrario).
Porque La peste, además de un exhaustivo recorrido por la Sevilla y España del Siglo XVI, es un thriller de principio a fin, y lo hace cumpliendo con nota, con sobresaliente, siendo muy correcta con el género, al que homenajea a través de las referencias que encontramos a lo largo de los capítulos. No me cabe duda de que con La peste va a suceder un fenómeno similar, a la española, claro, que con el Rebeldes de Coppola, en el sentido de que va a suponer la rampa de lanzamiento de una nueva generación de actores y actrices. Quiero y necesito ver más veces a Mateo resolviendo casos, impecablemente interpretado por Pablo Molinero, un actor al que debemos prestarle atención, intuyo que nos ofrecerá grandes interpretaciones en el futuro. O a Patricia López Arnáiz, vibrante en esa contención, o a Cecilia Gómez, en su papel de Eugenia, frágil y dura al mismo tiempo, o a Manolo Solo, que ya ha dejado de ser una revelación para convertirse en una garantía de buen hacer, o a Paco Tous o a Paco León, sobreponiéndose a esa tic cómica que le adjudicamos por defecto. Es de destacar que en una obra tan coral, de tan amplio reparto, nadie desentone. Y yo agradezco, sobre todo, que no desentonen los niños que aparecen, que ha sido históricamente un hándicap de la escena española. En La peste, afortunadamente, no, y los niños también resultan creíbles.
No puedo acabar sin referirme al acento, esa polémica que aún no termino de comprender. ¿Alguien, en su sano juicio, podría plantearse que en La peste, una serie que transcurre en Sevilla, en Andalucía, los personajes no hablaran con acento? En el Siglo XVI ya existía el acento andaluz, sí. Imagino que usted no cuestiona los dos primeros Padrinos, a estas alturas ya es incuestionable. ¿Ha visto en versión original esas películas, ha escuchado el acento de Brando y De Niro, por ejemplo? ¿Cree que mereció algún tipo de crítica? Todo lo contrario, formó parte de los elogios, el que ambos actores incorporaran un deje “calabrés” en sus interpretaciones. Naderías aparte, en La peste se vuelve a demostrar, tal y como demostraron en 7 vírgenes, en La isla mínima o en El hombre de las mil caras, que Alberto Rodríguez y Rafael Cobos son el músculo más sano y fuerte, más ágil, de la anatomía sobre la que se expande la cinematografía española. 


lunes, 22 de enero de 2018

PABLO Y LA BELLEZA

 Tus hijos estarán en su palco de congelado yeso, divertidos, mirando increíbles proezas de cowboys celestiales, y yo, ya sabes dónde: impares, fila 13.


Empezar, todo joven, de nuevo aquel amor es como abrir de pronto cerrado gabinete irrespirable de agonía suntuosa. Paseaba por Roma, pensando en el artículo que le pretendía dedicar, cuando me llamaron para contarme que Pablo García Baena acababa de fallecer. En ese preciso momento, yo pensaba y me entregaba a lo que Pablo entregó toda su vida, a la belleza. A buscarla, a cultivarla, a sentirla, a disfrutarla, a amarla. Si Sorrentino hubiera conocido a Pablo lo habría convertido en personaje de sus películas, de todas, no me cabe duda. Como asesor, silencioso y sabio cardenal, confidente, en el Joven Papa. Escritor taciturno y voyeur en Juventud y, sobre todo, le habría disputado el protagonismo a Gambardella, ese amante de la belleza en cualquiera de sus manifestaciones, en La gran belleza, esa película maravillosa que el mismísimo Fellini habría disfrutado y admirado como si se tratara de una obra propia. Se nos ha ido Pablo dejándonos esa loca pulcritud que tan bien le definía y en la que, en cierto modo, convirtió su vida. Porque la suya fue una vida Fontana de Trevi, profunda y excelsa, bella y atropellada, melancólica y agitada al mismo tiempo, recatada y observada, bella en su desafío y en su aparente blancura. Umbral llamó a sus gatas Loewe y Pasionaria, que casi puede entenderse como una perfecta síntesis de lo que fue su vida, y también lo podríamos aplicar a la de Pablo. No era el amor y se llamaba Antonio. Hablaba como un indio del Far- West. Pablo alternó, con idéntica habilidad y naturalidad, los piropos a los obreros, la evocación de los amantes furtivos, con la solemnidad de un pregón de Semana Santa o un café en el Círculo de la Amistad. Y no lo hacía por protección o falso decoro, ambos mundos componían su mundo, su particular mundo en el que buscar y encontrar la belleza.
La poesía de Pablo cuenta con la sorprendente luminosidad del Panteón de Roma, esa cúpula mágica en la que se suspenden los copos de nieve en los días más fríos del invierno. Cuando el frío también es belleza en Roma. He leído en decenas de ocasiones Palacio del cinematógrafo, ese poema que Ang Lee debería haber leído las mismas veces que yo antes de filmar Brokeback Mountain, esa secreta historia de amor entre vaqueros. Tus hijos estarán en su palco de congelado yeso, divertidos, mirando increíbles proezas de cowboys celestiales, y yo, ya sabes dónde: impares, fila 13. Un poema tan melancólico como trágico, tan bello como luminoso, que sintetiza a la perfección una historia de amor clandestino. Memoria, realidad o el deseo. Sin previo aviso, Pablo se presentó en la presentación de El sentimiento cautivo, una novela en la que narro las vivencias de un grupo de poetas, pintores, artistas, en la Córdoba de los años cincuenta y sesenta. Durante su redacción, Pablo siempre estuvo en mi cabeza, y he de reconocer que tuve que camuflarlo y casi emborronarlo para que no se pareciese al protagonista de la historia. Pero era él. Y puede que el propio Pablo lo supiese, pero nunca me lo dijo, tampoco yo se lo pregunté. La mermelada duró más que el amor. Recuerdo que un día hablamos de nuestro colegio, los dos estudiamos en el mismo, en el López Diéguez, aún se acordaba de la vivienda de los porteros y de la fuente del patio. Y también se acordaba de los naranjos, y de la cal, de esa infancia que nunca abandonó definitivamente.
Lo tituló Los campos Elíseos y yo siempre me confundo y lo titulo El Coliseo, porque es un poemario imponente que se contempla y admira desde la distancia, como si viajáramos  tras Gregory Peck en esa Vespa que recorre la interminable avenida. No podríamos entender la poesía del Siglo XX, o la poesía de cualquier siglo, sin la obra de Pablo, impregnada de esa belleza a la que le dedicó su vida. Capilla Sixtina de azules interminables y rojos abrasadores, poética de la sensibilidad en su más perfecta definición, helado de fresa y Barroco, aljibe y taberna, Laocoonte y Pasquino, foie y salmorejo, callejuelas y paseo marítimo, costa de los sueños, fila 13 y Carrera Oficial. Cuando regrese al fuego suicida de mi patria definitivamente tú habrás muerto. Los que sentimos el aliento de la belleza seguiremos recordando y leyendo a Pablo, necesitados de latido y abrazo, de palabra y luz. Hasta siempre, maestro.

El Día de Córdoba 

martes, 16 de enero de 2018

MUJERES DE NEGRO


En la recién celebrada gala de entrega de los Globos de Oro, y no me olvido de esa coletilla que tantas y tantas veces hemos escuchado, como si se tratara de un mantra cinematográfico: antesala de los Oscar de Hollywood, la práctica totalidad de las invitadas, buena parte de ellas componentes de la galaxia de las estrellas más rutilantes del universo del celuloide, decidieron embutirse en vestidos y trajes negros, como repulsa y denuncia por las últimas y escandalosas revelaciones, en las que muy influyentes productores y consagrados actores han empleado su poder, y hasta su fuerza, para conseguir favores sexuales de las actrices, también de intérpretes masculinos, en sus primeros tiempos, especialmente, cuando iniciaban sus carreras. Esas historias casposas, rijosas y denigrantes de otro tiempo que siguen vigentes en este tiempo, como si siempre estuviéramos, sobre todo en lo relativo a las mujeres, en el aquel otro tiempo, permanentemente instalados en la caverna. Gestos, miradas, intervenciones al respecto, emocionante el alegato de la celebérrima Oprah Winfrey, a la que ya contemplan como una futurible candidata a alojarse en la Casablanca, siempre y cuando Michelle Obama no se decida a dar el paso, añadiría yo. Efecto dominó el que se ha producido, cada poco conocemos un nuevo caso, un nuevo rostro conocido sale a la palestra, salpicado de acusaciones, y todo indica que esto no ha hecho más que comenzar. A este paso, el brillo que presuponíamos no va a pasar de oscura sombra y el glamour acabará siendo un finísimo y mentiroso barniz con el que ocultar toneladas de herrumbre y basura.
A pesar de la tragedia que se esconde tras estos hechos, de la evidencia machista que muestran y rezuman, caspa gruesa, hay quien argumenta que no entiende estas denuncias pasado el tiempo, sobre todo porque en algunos casos les sirvieron como trampolín para alcanzar el éxito. Vamos, que lo entienden como un peaje a pagar para lograr el triunfo. Tragar con lo que sea. Tragar. En Francia, algunas actrices e intelectuales han firmado un manifiesto en el que solicitan que no regresemos al puritanismo. Así, con esa mera explicación, en el titular, estoy de acuerdo, no puritanismo, siempre del lado de la libertad, por supuesto, ya sea cultural, político, religioso o sexual, faltaría más, pero cuando leo la letra pequeña del manifiesto franchute ya me gusta menos y como que me salgo de la fila. Y es que no se puede confundir flirteo con abuso de poder, como tampoco se puede equiparar la coacción con una invitación a nada ni la atracción con “esto es lo que hay”, porque por esas reglas de tres se acaba admitiendo la prostitución como una relación laboral entre iguales que debe ser regulada administrativamente, justificando la brecha salarial como un lógico proceso económico o volviendo a adjudicar el cuidado de las familias a las mujeres como un elemento de cohesión social. Porque esos argumentos salen a la palestra cuando las cosas se tuercen y el torniquete nos aprieta el gaznate. Así está escrita, desgraciadamente, la historia de las mujeres. En tiempos convulsos, cuando se producen fracturas en la sociedad, ya sean económicas, laborales o culturales, ellas son siempre las que pagan los platos rotos. Siempre.
Es más, siempre dudamos de las mujeres, sobre todo cuando creemos ver el menor resquicio para dudar, porque en realidad lo que queremos es dudar, y mucho más que dudar, acertar, culpar. Y dudamos con el caso de la patéticamente célebre Manada y dudamos con Diana Quer, como en su día también dudamos con Marta del Castillo. Si intuimos un error, una mala postura, una imagen que consideramos improcedente desde nuestra visión de hombres, si algo no es como entendemos que debería ser, como debería ser bajo nuestra opinión de hombres, cuestionamos a la mujer, ya tenemos preparado un pero, una duda, un recelo. Claro, ahora protestan, cuando son famosas y ricas, pero por qué no lo hicieron antes, decimos, es que vaya las fotitos que mandaba, argumentamos, vaya Instagram que tenía la niña, alguien comenta en la barra de la cafetería con absoluta naturalidad y así todo. Hasta contemplamos un punto de frivolidad, de pose o de teatralidad, en esas estrellas del celuloide desfilando por la alfombra roja, vestidas de negro.


lunes, 8 de enero de 2018

TAN LENTO, TAN RÁPIDO, UN AÑO SIN NACHO MONTOTO


Hoy siento cómo los pájaros construyen sus nidos mientras el mundo se derrumba a su alrededor. Nachito, querido, por dónde empiezo, ha sido un año muy raro. Muy rápido y muy lento al mismo tiempo, tú ya sabes, esas cosas que pasan y que nos son tan difíciles de explicar. Ha sido un año duro, y muy triste, vacío, y es que ocupabas mucho espacio. Todavía seguimos en lo de acostumbrarnos, que es un verbo muy jodido cuando no te apetece nada acostumbrarte a esas nuevas costumbres o ausencias que no podrías haber imaginado nunca. La verdad, es que no me acostumbro. Puede que no quiera o que no lo haya intentado. No te lo vas a creer, pero muchas veces miro el móvil y tengo la impresión de que en cualquier momento va a entrar un mensaje tuyo. Y lo mismo me sucede con Twitter, Facebook o Instagram, imagino que no soy el único. Me encantaba cuando te ponías avinagrado en las redes, anda que no te gustaba picar al personal, pero sin rencor, como un juego. Tenías muy claro dónde comenzaba el artificio y dónde comenzaba la vida, lo real. Aún así, lo pasabas bien, nadie te ganaba en actividad, ni en rapidez. Como pusiera algo de tu equipo o del mío no tardabas ni medio segundo en responder. ¿Te cuento lo de tu equipo? Os eliminamos de la Champions, sí, otra vez, fíjate como fue la cosa que hasta me dejó mal cuerpo. Lo único que hizo Benzema durante la pasada temporada, lo hizo en vuestro estadio, cuando parecía que remontabais. Pero es que lo de este año es mucho peor, que os han eliminado ya y ahora estáis en la Europa League, que no, que no es una broma, que está pasando. Pero ya no te cuento más, que te imagino buscando un móvil para tuitear un par de mensajes de los tuyos.
Digamos que la noche nos recompone, nos mece en su negrura y anestesia el dolor mientras vibran las estrellas rendidas ante la oscuridad. Nos hemos acordado mucho, muchísimo, de ti durante este año tan largo, triste y vacío. No solo por los tuits, fotografías o mensajes no recibidos, no, por todo lo demás. Por cierto, no me respondiste el último mensaje y no sabes cuánto me habría gustado que lo hubieras hecho. Eso te lo tengo guardado, y eso que yo no soy un tío rencoroso. Se notó especialmente tu ausencia en Cosmopoética, y eso que Agredano, Joaquín, Manes y Pablo lo han hecho de maravilla. Agre estuvo en el tajo hasta el último minuto, que su hijo, Fidel, nació mientras tuvo lugar el homenaje que te dispensaron. Fíjate que bonita coincidencia. También te hemos echado de menos en las ferias del libro, en las presentaciones, en los saraos, en las risas, en las barras, en los conciertos, con las manos metidas en los bolsillos ibas de un lado a otro, como buscando siempre no sé qué. Y en los abrazos, te he echado mucho de menos en los abrazos. Sí. Te lo tengo que decir ya. Cuando lo he tenido frente a mis ojos, he comprendido que tuvieras tanto interés en que Belén Bermejo te publicara La orquesta revolucionaria en Espasa Calpe. Belén es una tía estupenda, repleta de vida y luz, y ha captado muy bien tu poesía. Jodido, vaya libro que te has marcado, bueno de verdad, el mejor que has escrito, el mejor. El prólogo de nuestro querido Agustín Fernández Mallo es espléndido, emocionante y justo, te habría encantado leerlo. Hoy llega La orquesta revolucionaria a las librerías y ya te adelanto, sin temor a equivocarme, que será uno de los libros del año. Ya verás como acierto. Apuesta segura.
El timbal de la mañana anuncia días luminosos. Ese timbal suena en los ojos de Teo y Pepe, tus hijos, vaya niños guapos, fuertes y alegres, que ni se han inmutado con los mocos y las fiebres de diciembre. Buena culpa de eso la tiene Gala, pero qué te voy a contar de ella que no sepas. Pura fuerza, es un ejemplo en todos los sentidos, es el tronco al que se abrazan tus hijos, la sombra que los protege, la luz que ilumina sus días. No debes preocuparte de nada, te lo aseguro. Pero nada de estar tristes, todo lo contrario, los que te quisimos y disfrutamos tenemos un arsenal de energía y sonrisas con el que combatir el inmenso vacío. Aún me quedan muchas cosas que contarte, pero creo que lo haré en privado, tú ya sabes, que tampoco hay que contarlo todo. Hoy soy yo el que te dice aquello de “caballero” que tanto usabas como coletilla cuando descolgabas el teléfono. Seguimos, Nacho, amigo, cafetera y mantra, el viaje continúa y tú nos acompañas. Estamos en contacto. La orquesta revolucionaria y romántica apela al viento con sus dedos.