domingo, 27 de febrero de 2011

lunes, 21 de febrero de 2011

ANDALUCÍA, OTRA VEZ


Tendría que comprobarlo, pero creo que todos los años, cuando nos acercamos al 28 de febrero, escribo un artículo sobre Andalucía. Reincido, nuevamente, este 2011. Y tal vez esta reincidencia de hoy sea la más justificada de cuantas he llevado a cabo. Nunca he creído necesario reivindicar mi andalucismo. Lo soy, me siento. De hecho, no creo que exista un andaluz, con conciencia de ser andaluz, que necesite hacerlo. Se es andaluz, se siente, se padece, se ama, simplemente. Acepto todas y cada una de las calificaciones que se le quieran dar a Andalucía: Comunidad, Espacio, Autonomía, Región, Patria, Tierra, Nación, Nacionalidad, País, Universo. Todas me sirven, todas respeto, ninguna desprecio, y, sin embargo, tengo la sospecha que, de alguna manera, cada una de ellas cuenta con una deficiencia, con una carencia, que no terminan de explicar con precisión lo que es Andalucía. Andalucía en su inmensidad, en su esencia, en su propia naturaleza, Andalucía desnuda. Razonarlo me cuesta, al menos con palabras, porque tal vez los sentimientos habitan en otros espacios, en otros lenguajes, y el pelaje que construyen las palabras no termina de ser el más adecuado para cubrirlo. Se equivoca todo aquel que intenta trazar las coordenadas de la geografía de lo intangible: una recta no une dos sueños, la pasión no se puede recluir en un círculo, los ángulos, da igual el grado, no representan la intensidad de una emoción. Se equivoca todo aquel que trata de encasillar en la cuadrícula de una definición un suspiro, un color, un instante mágico, un olor, esa caricia que creímos sentir una vez.

Andalucía, otra vez, sí, y más que nunca en este 2011. Han pasado algo más de treinta años desde que los andaluces decidimos, ese 28 de febrero visionario y providencial, seguir sintiéndonos cómodos en nuestra particular y universal idiosincrasia; decidimos que nos gustaba la Andalucía que siempre habíamos soñado, que nos gustaba sentir y vivir como andaluces. En este tiempo, Andalucía ha cambiado y evolucionado como nunca antes lo había hecho en su historia, en infraestructuras, en servicios, en equipamientos, en protección social, en oportunidades. Puede que aún hubiéramos conseguido avanzar y crecer más en estas más de tres décadas, claro que sí, aunque también cabe la posibilidad de que nos hubiera ido peor, que fuéramos menos, menos todo. De lo que no tengo duda es de que este crecimiento no hubiera sido posible sin el desarrollo estatutario que hemos llevado a cabo, que han sido circunstancias paralelas, que una ha llevado a la otra y viceversa. Poner en cuestión esta realidad, intentar retroceder el camino, regresar al pasado, no es la mejor táctica, es la menos acertada, y supone la demostración de que no confiamos en nosotros mismos, en esta tierra. Un magnífico ejercicio de coherencia, y de respeto, sobre todo, sería el apartar de la confrontación política determinadas circunstancias y planteamientos.

Día de Andalucía, otra vez. Blanco y verde, y azul de ese cielo que no es el mismo en Cabo de Gata que sobre el Guadiana, en su desembocadura en Ayamonte. Y el verde de la sierra de Cádiz no se parece en nada a ese océano de olivos que cubre Jaén, de la misma manera que el olor del abril sevillano no es idéntico al granadino. Más incluso, sin salir de Córdoba, el acento, los sabores o los colores de Lucena se transforman en otros completamente diferentes en Pozoblanco, por ejemplo. Y es que esa es la gran peculiaridad de Andalucía, su maravilla, su pervivencia, su alma, su contradicción. Soy consciente de que es una metáfora o un símil muy recurrente y muy recurrido, pero que se adapta perfectamente en nuestro caso: Andalucía es un enorme mosaico constituido por cientos de teselas de muy diferentes colores y tamaños. Sólo se cuenta con una visión objetiva cuando se contempla desde la distancia, cuando se tiene la capacidad de asimilar Andalucía en su totalidad, sin zonas oscuras, sin transparencias imprecisas, sin falsos brillos. Precisamente por esta grandiosa diferencia, sin la raíz común de nuestro Estatuto, sin este sostén unificador, pero tranquilizador al mismo tiempo, no me cabe duda de que Andalucía y los andaluces habríamos podido ver menguadas nuestras señas de identidad, todo aquello que nos define como pueblo, como patria, región, comunidad o como se quiera llamar. Día de Andalucía, otra vez, y que vengan muchos miles más. Un buen día, como cualquier otro, como ayer, como mañana, para sentirse privilegiado y orgulloso, andaluz.

www.eldiadecordoba.es

lunes, 7 de febrero de 2011

LA LITERATURA ERA BERNÁLDEZ
























Se fue una Feria del Libro, cuando todos lo esperábamos para hablar de Literatura y sus cosas. Porque Bernáldez lo sabía todo de Literatura, pero además conocía al detalle todas las cosas de la Literatura, que contaba formulando un ensayo magistral y divertido que tan sólo ya podemos encontrar, como un puzzle, en la memoria de unos cuantos.
A Bernáldez muchos le debemos mucho, y no hablo de algo que se pueda contabilizar en una libreta. Y sin Bernáldez nos hemos quedado sin mucho. Ahora podemos recuperar un poquito de ese mucho en La niña mala soy yo, gracias a la paciencia y dedicación de Ana Mercedes Cano y el homenaje de la Asociación de Periodistas Culturales que lleva su nombre.
José María, de tarde en tarde me topo con alguien con el que hablar de Literatura. Pero para hablar de sus cosas, canalla, huerfanito quedé.

domingo, 6 de febrero de 2011

LOW COST




















Cuando la cosa se pone dura, da igual que lo digamos en inglés, en francés o arameo, miramos con mayor detenimiento, con recelo incluso, los precios, hacemos todo lo posible porque el dinero se mantenga más tiempo a nuestro lado, que no nos abandone con la facilidad de antaño, y hasta hemos descubierto que existen los céntimos entre euro y euro. Después de tantos años entre nosotros, hemos aprendido el valor del Euro, el auténtico, y atónitos hemos comprobado que el billete de cincuenta no equivale al extinto de cinco mil pesetas, de la misma manera que el de 20 no sustituye al de dos mil pesetas y que, por supuesto, un euro no son veinte duros. Hemos tardado, pero ya lo sabemos. Cuando la cosa se pone dura, cuesta arriba y con pedales, nada de gasolina, el denominado Low Cost aparece ante nosotros como la gran panacea, podemos seguir comprando y teniendo lo mismo que antes pero por menos dinero, o eso creemos. Un billete de avión, una caja de leche, un utilitario, el cacao soluble o una cerveza, siempre hay una versión más barata, en demasiadas ocasiones de peor calidad que el producto original que ha comprado con asiduidad, aunque también se puede llevar una sorpresa o que, como solemos decir, le haga el apaño. Dicen que lo barato sale caro, que tal vez sea una sentencia pergeñada por los fabricantes de automóviles de gama alta o por los diseñadores de moda, quién sabe; en cualquier caso, no es una afirmación inexorable, hay matices, hay de todo.

Indiscutiblemente, en algunos productos que se esconden bajo el disfraz del Low Cost hay mucho de Low y muy poco de Cost, en tanto que lo ofrecido es tan bajo de calidad que en realidad el precio pierde importancia, porque pagas su precio real. Es lógico que sea más barato porque es más malo. No obstante, en determinadas ocasiones también podemos encontrarnos con justamente lo contrario. Las denominadas marcas blancas de las grandes superficies nos pueden deparar alguna que otra sorpresa. De hecho, ya se ha instalado entre nosotros una especie de leyenda urbana sobre los verdaderos fabricantes de determinados productos. Y rebuscamos en las etiquetas las direcciones de donde proceden las galletas, la leche o la mantequilla. Muchas marcas, especialmente automovilísticas, han lanzado otras de inferiores precios y, por tanto, de inferiores prestaciones. En este sentido, el Low Cost te permite elegir, adquirir algo en consonancia con tus necesidades, ya que habrá alguien que necesite viajar sobre un asiento de cuero y con climatización automática y haya quien considere que para los cuatro viajes que hace al año con tener un volante y cuatro ruedas le vale. Volvamos al apaño.

Los informativos del pasado fin de semana nos informaban de la iniciativa llevada a cabo en Barcelona por un buen número de restaurantes y hoteles de los denominados lujosos, y por tanto caros, que han ofrecido buena parte de sus servicios durante unos días a la mitad de precio. Pase una noche en esa suite que sólo ha podido contemplar en las páginas de una revista de decoración o deguste esos sofisticados –y normalmente mínimos- platos que sólo ha visto por televisión. Según un portavoz de los empresarios del sector, ha sido un auténtico éxito, han tenido un altísimo nivel de ocupación, superando todas las previsiones. Este éxito debería servir como ejercicio de reflexión, tanto para los clientes como para los empresarios. Una reflexión a ratos dura, por demasiado sincera, ya que nos puede mostrar realidades no deseadas, y me estoy refiriendo a los excesivos márgenes de ganancia que se han incluido en determinados productos durante demasiado tiempo. Pero la fiesta terminó, el metro cuadrado comienza a costar algo aproximado a la realidad, las hipotecas ya no te las regalan por llenar de gasolina el depósito de tu automóvil, son otros tiempos, nuevos tiempos, de larga resaca, pero es que la fiesta acabó en una borrachera de coma etílico. Dicen que las crisis económicas cuentan con dos grandes cualidades, algo bueno tendrían que tener, digo yo. Por un lado, actúan como filtro selectivo y sólo respetan a aquellas entidades o productos que poseen un sólido armazón económico y financiero, y que cuentan con la reserva de “alimento” suficiente para superar los días de ayuno. Por otro, todos aquellos que son capaces de diseñar una buena idea, empresarios y emprendedores imaginativos con las luces largas en buen estado, convierten las crisis, ésta y cualquier otra, en una oportunidad, en el momento idóneo para asaltar el mercado y ocupar espacios que han quedado vacíos o desfasados. Y así andamos, abrazados al Low Cost y a lo que haga falta, con la esperanza de que la cosa se ponga blanda.

http://www.eldiadecordoba.es/article/opinion/898140/low/cost.html


martes, 1 de febrero de 2011

RELIGIÓN CIVIL
















Uno de los momentos más pintorescos de mi vida tuvo lugar cuando me invitaron a lo que yo entendía como una Primera Comunión, de las de toda la vida, y nos citaron a los asistentes a la celebración directamente en el restaurante donde iba a tener lugar la convidada. Obviemos la lista de regalos, el precio del menú, la orquesta y la copa, lo que el niño sacó, obviemos eso ahora. Aunque no frecuento las iglesias, salvo por motivos arquitectónicos o cuando ya no me queda más remedio, debo reconocer que me sorprendí sobremanera al escuchar la respuesta tras preguntar dónde había tenido lugar la ceremonia: en ningún sitio, es una Comunión por lo civil. Quise mostrar naturalidad, pero no me cabe duda de que mi intención se quedó en nada, por el gesto que descubrí en el rostro de la madre de la criatura. Madre que, tal vez necesitada de ofrecer una explicación convincente, que apaciguara mi estupor, comenzó a argumentar aquello de que es una fiesta de la familia y nada más, el niño se encuentra rodeado en el colegio de otros niños que reciben un montón de regalos, los ven con los trajes nuevos, y ¿tú cómo le explicas a la criatura la verdad?, y no paran de poner anuncios en la tele –porque hay quien llega a explicarte que la culpa es del Corte Inglés y de esta sociedad consumista que hemos montado entre todos-, que si esto y que si lo otro y todo eso que todos habremos escuchado en numerosas ocasiones a lo largo de nuestras vidas. En ocasiones pienso que estamos atravesando por un proceso similar, aunque radicalmente inverso, al de los inicios del cristianismo, cuando sacralizaron todas las fiestas y costumbres paganas de origen romano, instauradas en el tiempo y en los hábitos de los ciudadanos.

Por tanto, no me extraña que una asociación cordobesa haya solicitado la cesión de espacios públicos para la celebración de ritos religiosos pero en su vertiente laica, de la misma manera que tampoco me extraña la respuesta ofrecida por los representantes municipales, negándose a la iniciativa. Puede que sea éste el resultado de este sí pero no en el que nos hayamos inmersos, este falso laicismo que no termina de instaurarse por el peso de la costumbre. A España puede que le ocurra algo muy parecido a lo de aquella pareja joven –póngale rostros y nombres, porque todos conocemos unos cuantos ejemplos- que asume su ateísmo o su no sintonía eclesiástica pero que reconoce, al mismo tiempo, que van a contraer matrimonio por la iglesia para no darle un berrinche a sus padres. Y lo mismo sucede con el bautizo de los hijos, el entierro, etc., entre todos hemos construido una religiosidad protocolaria o religiosidad costumbrista que asumimos con naturalidad, ya que forma parte de la sociedad en la que vivimos y nos hemos criado. Producto de un tiempo no tan lejano, en el que la religiosidad no fue precisamente protocolaria, implacable y oficialmente impuesta. Religión y expresiones religiosas que aún conviven entre nosotros por expreso deseo, es justo reconocerlo, y porque, bien cierto igualmente, en la mayoría de las ocasiones están unidas o ligadas a momentos lúdicos festivos en los que el sentido primigenio desaparece para dar paso a otros muchos menos etéreos o sacros. Y así nos encontramos con romerías de todos los tamaños y colores, ferias de día y de noche, cruces de mayo, patrones y patronas, Navidad y demás santoral que se celebra y festeja como corresponde.

Por eso no sé si somos más un país religioso que un país festero, o tal vez seamos las dos cosas al mismo tiempo, aunque todo parece indicar que le tenemos más querencia a lo segundo. Pongamos una barra, una parrilla con pinchitos, un par de altavoces y cualquier excusa religiosa y todos pasamos por allí, se convierte en un auténtico éxito. Aunque no los conozco por experiencia propia, creo que los quinarios, triduos o la adoración nocturna no cuentan con tantos simpatizantes. Pasamos una transición política, social, económica, pero a la religión, o a la iglesia –que aquí es lo mismo por cantidad y siglos-, la dejamos a un lado, no hemos llegado nunca a asumir esos preceptos constitucionales que proclaman que España es un estado aconfesional. Todavía se siguen produciendo auténticos debates, cuando no conflictos, sociales cuando alguien alza la voz y cuestiona la vigencia de la simbología religiosa en centros públicos, en actos oficiales o en el calendario –que son esos maravillosos festivos que todos disfrutamos y celebramos, por otra parte-. Para muchos la Babel española reside en que los senadores puedan seguir las sesiones en los idiomas oficiales del Estado a través de los célebres pinganillos, pero a mí no me cabe duda de que esta religiosidad civil en la que estamos inmersos en mucho más surrealista y babélica. Por calificarla de alguna manera.

El Día de Córdoba