Paolo
Sorrentino, el director italiano al que la inmensa mayoría conocimos por su
deslumbrante, felliniania y deliciosa
La gran belleza, contaba con cierta
frecuencia durante la promoción de su siguiente película, Juventud, que la idea de la misma surgió a partir de la conocida
estancia de Diego Armando Maradona en un hotel, rehabilitándose de su adicción
a la cocaína, durante sus últimos meses en el Nápoles. De hecho, un falso
Maradona, muy bien caracterizado, por cierto, aparece en la cinta, compartiendo
baño con Michael Caine y Harvey Keitel.
Maradona
ha sido la inspiración, el tema y la trama de multitud de músicos, Charly
García, Calamaro o Manu Chao, así como de diferentes cineastas, como el citado
Sorrentino, Kusturica o, el más reciente, Asif Kapadia, que en estos días llega
a las pantallas con la película documental Diego
Maradona. Este guionista y director británico de origen indio, a pesar de
su juventud ya cuenta con una extensa y avalada trayectoria, en la que destacan
otros dos excelentes documentales, Senna
y Amy, así como su participación en
la serie de televisión Mindhunter,
proyecto original del siempre inquietante y deslumbrante David Fincher.
Diego Maradona
arranca con una especie de persecución automovilística, al más puro estilo el Torete, adalid del cine quinqui patrio,
que concluye en un estadio, el de San Paolo, abarrotado por 85.000 enfebrecidas
personas que esperan la llegada de Maradona, el día de su presentación ante su
nuevo público. Diego, el chaval del arrabal, que emocionado les puede ofrecer
un “departamento” a sus padres, con apenas quince años, tras firmar su primer
contrato con Argentinos Junior;
Diego, el emergente jugador que apenas cuajó en España, en las filas del
Barcelona, permanece dentro del vehículo y es Maradona el que desciende y se
entrega a los aficionados. Esta bipolaridad o latente esquizofrenia está muy
presente en la película de Kapadia. Y así, desde el principio, Diego y Maradona
son conceptos muy distintos, incluso contrarios, pero que definen al mismo
sujeto.
La
cinta de Kapadia deja claro que Maradona nunca ha dejado de ser el chaval que
jugaba en el barro en Villa Fiorito,
ese espacio desolador, de herrumbre y pobreza cronificada, del que procedía. En
gran medida, y de un modo u otro, nunca dejó de estar en Villa Fiorito, a pesar de que su gran sueño, desde su niñez, no fue
otro que el de huir lo más lejos posible de sus orígenes. Y eso lo consiguió,
tal y como se puede escuchar en el documental, gracias a Maradona, el
futbolista mesiánico, el Dios con botas de tacos, el autor de los goles imposibles,
el fulgor del arrabal.
Para
los amantes del fútbol, revive Kapadia momentos cumbres de la trayectoria
deportiva del Pelusa Maradona. Ese
gol imposible a la Juve, la física no contempla que el balón pueda subir y
bajar de esa manera, tras esquivar la barrera. Mil remates trazando nuevos
ángulos. Geniales pases no antes imaginados. Y su gran obra maestra, claro, su
gol a Inglaterra en el Mundial de México en 1986. Recupera el director
británico la jugada completa con la narración original de la televisión
argentina y es inevitable sentir un escalofrío de emoción, de admiración, al contemplarlo
de nuevo. Un gol que es la gran comparación y la definición del gol total,
todavía hoy, casi 35 años después. Tengamos en cuenta que buena parte de la
gloria que acumuló Maradona fue como consecuencia de la emoción, tan simple
como real, que conseguía transmitir. Pura emoción, en las jugadas, pero también
en las celebraciones.
Marca
el Mundial de México, tal y como destaca la película de Kapadia, un antes y
después en la trayectoria de Maradona. Ya no es solo el futbolista más grande
del mundo, tal vez el mejor de la Historia, es algo más, como ya había
comenzado a ser en Italia. Equivocado o irreverente, calculador o inconsciente,
inocente y peligroso, al mismo tiempo, Maradona articuló en sus años de
esplendor un discurso que le hizo contar con una personalidad propia,
diferente, única, más allá del campo.
En
plena contienda de Las Malvinas, Maradona es el titán que doblega a Inglaterra.
Tal y como había hecho en Nápoles, donde pasó a convertirse en el arcángel del
Sur, el elegido para derrotar al todopoderoso Norte. Maradona llega en 1984 a
un equipo a punto de descender, que es recibido en muchos estadios con cánticos
racistas y vejatorios que hoy serían motivo de gruesas sanciones deportivas. Los apestados, los que no se lavan, los
piojosos del Sur, les gritan desde las gradas de los equipos rivales. Solo
tres temporadas después, Maradona lo convierte en campeón del Scudetto, provocando el éxtasis
colectivo de una sociedad marcada por la tiranía de la camorra, la pobreza y la
exclusión social.
La
extrañeza, la fascinación y, sobre todo, la incomprensión, rodean al Maradona
que nos muestra Kapadia. El comienzo de su ocaso, implicado en casos de
posesión de drogas y prostitución, sus delatores ojos cromados, su amistad con
los nombres más significativos de la camorra,
forman parte de un equilibrio imposible que mantiene con su propia leyenda y
con su otro yo, Diego. A pesar de su físico, propenso a acumular kilos y
bajito, a pesar de las violentas tarascadas que recibe, a Maradona le
golpearon, y muy fuerte, los defensas rivales, algo inconcebible que pudiera
sucederle a cualquier estrella del momento, a pesar de su vida extradeportiva,
donde la cocaína es su mate y los asados forman parte habitual de su dieta, es
un futbolista que marca una época en el terreno de juego. Genial, determinante
y eléctrico.
Curiosamente,
Diego Maradona aborda temas que ya
había tratado Kapadia en sus anteriores obras. En Senna, tal y como sucede en esta película, también retrata con
precisión al ascenso de alguien que ha nacido en la miseria, que parte de la
nada y en el deporte encuentra la puerta de entrada a sus sueños; y como en Amy, el excelente documental, con el que
ganó el Oscar en su categoría, nos muestra el ocaso del ídolo, incapaz de escapar
de su adicción, superado por su propia gloria. Diego Maradona es una nítida y luminosa narración del auge y caída
del ídolo, la destrucción del hombre y la confirmación de la leyenda. Barro y
oro, fulgor y ocaso, de ese chaval bajito y regordete de Villa Fiorito.
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