miércoles, 27 de junio de 2018

DIGNIDAD


Dignidad, humanidad, legalidad, palabras que olvidamos o que simplemente no queremos emplear cuando no nos interesa hacerlo. O cuando no van dirigidas a nosotros mismos, claro, que a dignos no hay quien nos gane, faltaría más. La mayoría de las veces no pronunciamos esas palabras por motivos económicos, claro, poderoso caballero decían y siguen diciendo. La humanidad se escribe en una hoja de cálculo con tinta invisible, y dan igual los gritos, los llantos, las lágrimas, la atrocidad de las imágenes que contemplamos. Imágenes que nos trasladan, desgraciadamente, al pasado. Creíamos que no volvería, pero está aquí, como un mantra maligno que se repite, una y otra vez. Nos denominamos Primer Mundo, nos regocijamos de nuestra posición, ganada a golpe de Ibex, a golpe de saqueo, a golpe de mirar hacia otro lado; nos presentamos como el modelo, como la propuesta de mundo que debería ser, pero no queremos que los demás lo sean y lo evitamos a toda costa. Levanta ese muro, y con concertinas, que se cuelan. Un Primer Mundo que es capaz de ofrecer imágenes tan aberrantes como las que nos han llegado de la América de Trump, separando a los hijos de sus padres como mejor arma disuasoria, ha explicado el oxigenado Presidente sin ningún tipo de pudor. Todo vale. Sí, todo. No me creo ese perdón de boca cerrada. También un censo de gitanos, para que sepamos quiénes son, dónde viven, en qué trabajan, para tenerlos perfectamente controlados. Cuando mañana les coloquen una estrella dorada en el pecho no nos extrañaremos. O mejor, utilicemos las nuevas tecnologías, que para eso somos el mundo evolucionado, un chip en la nuca, como a los perros. Eso estaría mejor, claro que sí. Un concejal del PP de Jerez de la Frontera lo tiene claro, que sí, que está muy bien eso de ser solidarios, pero que no nos volvamos locos porque aquí hay gente que lo pasa muy mal. Y, como dicen sus jefes, sin pudor, no se puede utilizar la inmigración para fines propagandísticos. Jugar con los sentimientos, dicen.
El buenismo trae estas cosas, dice alguien en la barra del bar, y algunos asienten. Las cosas. Pretender tener un futuro, que sobre todo lo tengan tus hijos, qué barbaridad, que no somos las Hermanitas de la Caridad. Y seguimos acodados en la barra del bar, haciendo chistes del negro que vende pañuelos en el semáforo de la esquina. Cien pavos le calculo yo que se saca al día, como poco, alguien contabiliza, y el resto cabecea con desdén. Así hemos celebrado el Día Mundial del Refugiado, que tuvo lugar el pasado 20 de junio. Día que algunos científicos consideran, por las circunstancias que alberga, como el más feliz del año. Qué ironía. Yellow day, lo han denominado. Seguro que se lo ha inventado Puigdemont, grita uno desde el gallinero. Las cosas. Felicidad, hermosa palabra. Dignidad, igualmente hermosa y necesaria. Para muchos, para mí, la dignidad es indispensable para alcanzar la felicidad, un instante o algo que se le parezca. No imagino una felicidad indigna, no la quiero. Indignos, lo digo tal cual, todos aquellos que negaron puerto al Acuarius y sus 629 pasajeros, mujeres embarazadas y más de cien niños entre ellos.  
Indignos esos bulos y esos memes que los caballeros templarios de la caverna han distribuido, advirtiéndonos del peligro, de lo que supone todo esto. ¿Esto quién lo paga?, se preguntan, al mismo tiempo que dan por bien empleados los 60.000 millones que ha costado el rescate bancario. Ya nos hemos olvidado cuando éramos nosotros los que buscábamos una oportunidad, un futuro para nuestros hijos, muy lejos, en Brasil, Alemania o Suiza. La semana en la que llegó el verano también fue la semana de los indignos, a los que solo debemos agradecerles que nunca tuvieron careta, siempre fueron así. Seguro que piensan que las imágenes de los seguidores de Senegal. Llegados del Tercer Mundo, limpiando las gradas que han ocupado tras el partido, en el Mundial de Rusia, es una maniobra de publicidad, de ese buenismo que tanto detestan. No me extrañaría que Zapatero estuviera detrás, tenía esas cosas, dice el tertuliano y las rosas del jarrón palidecen. Las únicas concertinas que me gustan son las violinistas de las orquestas, proclamo y ya veo volando una crítica. Humanidad, sí, y dignidad, claro, sobre todo. 
 

miércoles, 20 de junio de 2018

MUNDIAL


Soy uno de esos aficionados al fútbol que disfruta viendo un Costa Rica contra Eslovenia, sí, lo confieso. Y hasta un Guatemala contra Australia, por supuesto. O un Rusia contra Arabia Saudí, vaya golazo de Chérishev. Y lo que más me gusta es, como en los festivales de música, cuando ves esos conciertos en el escenario pequeño a horas infumables y descubres una banda de jovenzuelos que te entusiasma, descubrir un lateral derecho que apunta maneras, un medio con imán en las botas o ese delantero que sería un depredador en el área si alguien le pasara el balón con las suficientes garantías. También me encanta investigar las trayectorias de jugadores que desconocía hasta ese momento, descubrir sus anteriores equipos, sus orígenes. Ahora está chupado, claro, basta con teclear el nombre del jugador en la ventanita de Google, pero cuando era un niño en ocasiones se transformaba en una dura e intensa tarea detectivesca. Y es que para la mayoría de los futboleros un Mundial es lo más, el mayor y mejor espectáculo que este deporte nos ofrece (y que solo una Champions puede igualar). Me recuerdo hasta no hace tanto con mi libreta del Mundial, comprada única y exclusivamente para tal cometido, en la que anotaba alineaciones, resultados y otras estadísticas que consideraba más o menos relevantes. Y también me recuerdo esquivando la tutela paterna para ver los partidos mientras simulaba estudiar. Y es que los mundiales se desarrollan en una fecha malísima, si eres estudiante.
Ha comenzado el Mundial de Rusia con revuelo, mucho, para la Selección Española. La verdad es que ha sido una semana de armas tomar en todos los sentidos, que hemos tenido de todo y de todos los colores, feos y alegres, repletos de esperanza y colmados de rabia y vinagre. Eso sí, una semana de grandes memes, que cuanto más complicados son los asuntos más agudas son las ocurrencias de algunos. Por muy madridista que sea no puedo esconder la sorpresa y hasta el bochorno que me ha provocado la actuación del Real Madrid y su presidente, tampoco Julen Lopetegui ha estado a la altura requerida. Mal los dos, muy mal. Y a Rubiales, nuevo presidente de la Federación Española de Fútbol, tampoco le doy un 10 en su respuesta, ni mucho menos. Si ese es el rasero, y sin restar nada a la actuación del ya exseleccionador, a cuántos jugadores habría que sancionar por hablar y negociar su futuro deportivo durante la celebración del Mundial, que siempre tiene un componente de mercadeo, por aquello de los descubrimientos que antes comentaba, y que, por otra parte, nos encanta a los aficionados, ya que es la parte Sálvame de este deporte, o algo parecido. Con solo pensarlo dos o tres segundos, seguro que le vienen a la cabeza un buen puñado de jugadores que están negociando con otros equipos su futuro. Retomando el asunto de marras, yo hubiera mantenido a Lopetegui, a pesar de la metedura de pata y a pesar de todos los condicionantes y sospechas que su decisión habrían podido provocar. Y que serían muchas, me temo, que en este deporte todo se comenta y todo se vende, y todo es analizable, y desde los más diversos puntos de vista. Como este tema, faltaría más.
Pero acudamos a las frases hechas y optemos por el vaso medio lleno, que también todo este embrollo tiene su parte positiva o yo al menos le encuentro una: se acabó la presión. Con la que se ha montado, descabezado el equipo, damos por hecho que estamos haciendo las maletas a las primeras de cambio, por lo que una actuación nefasta será lo normal, avanzar algunos cruces se calificará de muy meritorio y alcanzar las semifinales o plantarnos en la final, y hasta ganarla, se proclamará como un auténtico milagro, y no exagero. Es así este deporte, mientras que a nosotros nos cambian de jefe, ganando infinitamente menos que ellos, y seguimos currando como si tal cosa, con la misma profesionalidad y entrega. En cualquier caso, cuando saltan al campo son once tipos en pantalón corto contra otros once con semejante atuendo, pero de distinto color. Los Rubiales, Florentino, Hierro, Lopetegui y Marchena no corren por la banda ni tiran las faltas, por lo que todo es posible. Porque, más allá de todos los revuelos y las portadas y los memes, es solo un juego y todo es posible, para bien o para mal.
 

jueves, 14 de junio de 2018

UNA SEMANA EN EL RESERVADO DE UN RESTAURANTE


Un enviado especial, en la entrada del local, micrófono en ristre nos informa a toda velocidad: mientras en el Congreso de los Diputados y Diputadas tiene lugar una de las sesiones más determinantes que se recuerda en la historia de nuestra Democracia, como consecuencia de la Moción de Censura presentada por el Grupo Socialista, el Presidente del Gobierno se ha encerrado en el restaurante que ven a mi espalda, Alhambra, acompañado por los miembros más destacados de su partido. Los recientes acontecimientos vaticinan que la Moción de Censura, por primera vez, puede prosperar, por lo que el encierro de Rajoy provoca mayor estupor si cabe. Como siempre, su estrategia es la de no hacer nada, sentencia un tertuliano y los compañeros de mesa cabecean afirmativamente. Seguimos apostados a las puertas del restaurante Alhambra, a escasos trescientos metros de la calle Génova, a la espera de algún acontecimiento que se produzca desde el interior. Hasta el momento solo disponemos de algunas informaciones, sin contrastar, ya que no se tratan de fuentes oficiales. En una de ellas, nos trasladan la extrañeza inicial de la Vicepresidenta, Soraya, compañera de escaño en el Congreso, por la ausencia del todavía Presidente. Cuentan que nada más preguntarle que qué estaba haciendo, Rajoy le respondió: sentado esperando a que llames, a lo que ella, Soraya, no dudó en replicar: la gente está esperando a que vengas a explicar que todo ha terminado. Cuentan que Mariano Rajoy hizo ademán de levantarse, pero que Arriola lo agarró de un brazo, lo atrajo hacia él, y muy bajito y muy cerca del oído le dijo: si esto se acaba, y todo tiene que acabar, no tendrás a nadie en quien confiar. Según estas mismas informaciones, no oficiales, Rajoy se separó una cuarta de Arriola, y que tras mirarlo con un gesto que mezclaba la sorpresa y tal vez el desengaño, respondió: es imposible que hayas olvidado lo que los dos podemos hacer.  Casado, en la distancia, y en completo silencio, seguía la conversación, con un libro de Derecho Constitucional entre las manos, mientras que tarareaba: El verano que estuviste en la playa, y yo estaba solo en casa, sin saber lo que pasaba.
Aunque no sucede nada relevante, como si se tratara de la última edición de Gran Hermano, no puedo apartar la vista de la pantalla de televisión. El corresponsal, con evidente gesto de fatiga, ojeroso y con barba creciente, siete días después sigue esperando en la puerta de acceso del restaurante Alhambra la salida del que ha dejado de ser Presidente del Gobierno español y algunos de sus colaboradores más directos. Por fin, cuando los bostezos iban camino de tic, la puerta se abre y hace acto de presencia Rafael Hernando, que ante la insistencia del corresponsal responde: cada vez que intento hacerlo, apareces justo en medio. Solo una pregunta, reitera el periodista, cuál ha sido la reacción de Rajoy al conocer la composición del Gobierno de Sánchez. Dios me tendrá que proteger, si eso es cierto, apenas puede suspirar Hernando, nada más escuchar la noticia.
Moragas, como si se dispusiera a batir una plusmarca olímpica, abandona corriendo el establecimiento, a tal velocidad que al corresponsal le es imposible seguirlo. Regresa apenas unos minutos después, con todos los periódicos del jueves, 7 de junio. En esta ocasión sí consigue abordarlo el periodista, y a la pregunta sobre su nuevo puesto en la ONU, Moragas responde: yo no he conseguido nada a cambio. La conversación concluye con los gritos que escapan desde el interior del restaurante, proferidos por María Dolores de Cospedal, ¡11 ministras, 11 ministras, cómo es posible!, grita, tenemos muchas cosas que aprender, le recrimina Soraya ante la cámara. A tropel, sin orden, puro desconcierto, comienzan a abandonar los líderes del Partido Popular el restaurante. Mientras unos hacen por seguir el ritmo de Soraya, otros tratan de no perder de vista a Cospedal. Margallo grita ¡Feijóo, Feijoo, ¿qué va a pasar si no lo es?! Pasados unos minutos, acompañado por dos camareros, con los que parece haber entablado amistad en esta semana de encierro, aparece un sonriente y despeinado Mariano Rajoy. Una breve declaración, le solicita el corresponsal. Rajoy, tres fundirse en un abrazo con los camareros, responde: Prometimos que no cambiaríamos jamás. Fin de la emisión.
 

martes, 5 de junio de 2018

TRECE


Nunca podría haber llegado a imaginar que mis artículos de las Copas de Europa conquistadas por el Real Madrid se convirtieran en una especie de rutina anual. Feliz y extraordinaria rutina. Lo he explicado en alguna ocasión, soy madridista porque mi padre lo era y porque cuando era un niño nuestro Córdoba transitaba entre la Tercera División y la Segunda B, en el mejor de los casos. Y aún así disfrutaba mucho de aquel Córdoba, recuerdo a la perfección el delirio colectivo que provocó el ascenso que le ganamos al Valdepeñas, con viaje incluido en tren. Aquel legendario gol de Valentín. Espero que sigamos celebrando la permanencia, cuando lea estas palabras. Iba a los partidos del Córdoba, he sido socio durante muchos años, y disfrutaba de los partidos del Real Madrid por televisión, cultivando ambas aficiones. Tal y como mis amigos las compaginaban con el Barcelona, el Atlético o Athleti. Algo que es muy frecuente, si nos paramos un instante a pensarlo, en todas aquellas ciudades que no están acostumbradas a tener un equipo estable, y no solo ocasionalmente, en Primera División. Cada vez que el Madrid ganaba una Copa del Rey, de la UEFA o una Liga, mi padre me decía que eso no era nada, que él había visto ganar seis Copas de Europa y que eso era la leche. Y tanto que lo es. Tal vez por eso me recuerdo llorando a moco tendido en esa final que perdimos frente al Liverpool, precisamente, con aquel equipo tan greñoso como ramplón, capitaneado por media docena de Garcías, como si se hubieran escapado del poemario de Pablo García Casado. Ese Madrid de Luis de Carlos que tan pocas alegrías nos dio, especialmente en el ámbito internacional, donde el equipo blanco ya no era lo que fue. Con la llegada de Mendoza, sus machos y la Quinta del Buitre la cosa mejoró, en cuanto a competiciones nacionales, en Europa nos tuvimos que conformar con un par de UEFAS, ganadas más por corazón que por juego, tras algunas remontadas que combinaban lo milagroso con lo heroico.
La Copa de Europa seguía siendo esa punzante espina clavada en lo más profundo del corazón madridista. Para los que hoy contemplan y disfrutan esta supremacía continental, recordarles que hubo un tiempo no tan lejano en el que los partidos europeos, sobre todo los que jugábamos lejos del Bernabéu, eran una especie de pesadilla, cuando no una tortura. Lo frecuente era que nos cascaran y que como mucho en cuartos nos despidiéramos de la competición. Parecía que una maldición, tan efectiva como duradera, se había instalado en el club merengue, y durante años contemplábamos el gran trofeo europeo como una quimera imposible. Pero llegó Mijatovic y su milagroso gol contra la Juve y con él nuestra primera Copa de Europa en color. Y llegaron el golazo de Zidane, el baño al Valencia,  las agónicas victorias contra el Atlético, la goleada a la Juve de Buffon y esta venganza consumada contra el Liverpool de Salah, Klopp y Karius, gran protagonista de la final a su pesar. Ni Sinatra en sus mejores tiempos ha alcanzado tales parámetros de entonación. Vaya manera de cantar, y hasta de berrear.
La pasada noche de la final de Kiev, me acordé mucho de mi padre, de todas las finales que vimos juntos y en las que me recordaba las Copas de Europa que había disfrutado antes de que yo naciera. Seis. Daría lo que fuera por tenerlo delante y decirle que ya he visto siete, todas en color, y que me habría encantado que las hubiéramos celebrado juntos. Y es que a pesar del impresentable egocentrismo de Ronaldo, los infantiles comportamientos de algunos jugadores –recordemos: son futbolistas, no científicos o intelectuales-, a pesar del dinero desmedido, de la prensa cavernaria y de los ultras, el fútbol tiene mucho de sentimiento, de emoción, de remover recuerdos, de éxtasis incluso. Hace casi cuatro décadas yo era un niño que lloraba a moco tendido viendo como su equipo perdía una Copa de Europa frente al equipo que ganamos la pasada semana, el Liverpool. Un grandísimo rival, tanto en historia como actitud. En cierto modo el fútbol es como la vida, y lo realmente importante no es la altura en la que se encuentre la noria, eso es lo de menos. Lo importante es estar dentro, seguir girando, subido en la noria. Y en la despedida me doy cuenta que se puede alabar a tu equipo sin vilipendiar al contrario, vaya, y yo que pensaba que se trataba de un deporte para salvajes.