jueves, 30 de julio de 2015

VOLVEREMOS

YA no queremos más calor, que no es lo mismo, ni remotamente parecido, que despreciar al verano. Vaya que no. No son daños colaterales establecidos legalmente, aunque estadísticamente las probabilidades aumentan hasta la certeza del termómetro abrasado, que no abrazado. Lo abrazamos en invierno, y también en otoño, esos tiempos de fiebres y gargantas y enrojecidas. Andamos en verano, este verano largo y calentorro, como un trailer de propano recorriendo parsimonioso la Ruta 66. Hemos visto y escuchado mucho esa ruta, más de lo que se imagina, Ry Cooder la ha musicado de maravilla y Wenders la ha filmado más de una vez. Más de una vez, hasta donde se pierde la vista. Recorrer la Ruta 66 es un proyecto vacacional que no he realizado, como tantos otros. Alquilar un ranchera, un El camino estaría muy bien, rellenar de cervezas una nevera de plástico rojo, conducir despacio, admirando ese paisaje que en las películas siempre es el mismo paisaje. Dormir en un motel, habitación enmoquetada y encargado con pinta de aparecer en una película de Gus Van Sant. Preferible a que tenga un cierto parecido con el de Psicosis. Maldito cine, esa escena me ha dejado marcado, de por vida me temo. Si me veo en la obligación de darme una ducha solo, un hormigueo me recorre el cuerpo, pero qué mal ratito paso, de verdad. Me imagino al tío del cuchillo, como el representante más sangriento y terrible de los productos típicos de Albacete, y eso que no tengo cortinilla, pero eso da igual, el miedo permanece. A pesar de los años, y a pesar de las películas. Y es que hay miedos que son como los cantes, de ida y vuelta, y por eso siempre vuelven, como Penélope cantaba tras esa barra almodovariana de aluminio. En realidad, cantaba Estrella Morente, que tiene voz por genética y alma, y Pe movía los labios con desparpajo.
Pues eso, volveremos, antes que después, más temprano que tarde, cuando esos grandes almacenes nos digan que los colegios han abierto sus puertas y los coleccionables se adueñen de los kioscos. Volveremos, claro, con la frente marchita o hidratada, cuídese de las calores y de los rayos de Sol, que aprietan de aquella manera. Pero para volver primero hay que irse, ese verbo que muchos, políticos, entrenadores, gestores, banqueros y demás fauna, tanto temen conjugar, como si quemara en sus gargantas. Hay que saber irse, antes de que te echen, Rajoy y los suyos se perdieron esa clase del colegio, qué lástima, con lo bien que les habría venido. Con lo bien que nos habría venido a todos, me temo. Cuando volvamos en septiembre Rajoy seguirá ahí, en su monólogo auspiciado en la mayoría, y Mas proseguirá con su cansina proclama independentista, cogidito de la mano de Junqueras, y Monterroso creerá que lo de su dinosaurio no fue tan buena idea. Cuando volvamos casi todo continuará tal y como lo dejamos, aunque puede que seamos nosotros mismos los que más hemos cambiado. A veces sucede, no siempre, a veces, cuando las estrellas y los planetas coinciden en ese punto que se cuela en el agujero negro que todos llevamos dentro. Puede tener forma de armario, o metaforizarlo como un armario... sigue leyendo en El Día de Córdoba

viernes, 24 de julio de 2015

DYLAN

Nadie desafina como Dylan. Quiero decir que nadie desafina tan bien como Bob Dylan. Desafina tanto, y lo hace tan bien, que ha convertido su galleo permanente en su propio e inimitable estilo, en su propio arte. Tal vez Dylan instauró esa definición que tanto emplean los críticos para explicarnos la voz de un cantante: estilo personal. Bajo esa etiqueta, estilo personal, me he encontrado a lo largo de mi vida con decenas de voces que bien merecerían estar escondidas y custodiadas en el más profundo de los sótanos, para mantener así a salvo a nuestros delicados oídos de sus ataques. Lo de Dylan es otra cosa, créanme, es de verdad una voz personal. No puedo precisar cuando comencé a escuchar a Dylan, tal vez en la cuna, mis hermanos mayores lo consumían con frecuencia. En realidad, a ellos les debo buena parte de mi “cultura” musical básica, sin duda. Durante un tiempo escuché a Dylan en la clandestinidad, no podía reconocer abiertamente que me gustaba. Aquellos años modernos y encrespados de La movida que no fue igual en todos sitios, precisamente. En Córdoba, por ejemplo, no pasó de pequeña vibración, de lejano eco, que llegó con algunos años de retraso. En ese tiempo moderno Dylan no encajaba, demasiado folkie, demasiado country, demasiado clásico, no era una buena decisión, decían, argumentaban. Curiosamente, las vueltas que da la vida, pero vueltas, a casi todos aquellos modernos de entonces ahora les gusta Dylan, y Lou Reed y hasta los Beach Boys, que tal vez sea el grupo legendario más desconocido de cuantos componen el olimpo del rock. Mucho más que una tabla de surf.
Cuentan los mentideros, y algunas cartas aparecidas en las redes sociales y en algún que otro medio de comunicación, que el Dylan actual es un ser muy quisquilloso, cuadriculado, inaccesible, huraño, amante de su privacidad, puede que se trate de soledad, hasta el extremo de salvaguardarla empleando a guardaespaldas de pocas palabras y músculos en las cejas. Tal vez se trate del Dylan de siempre, o eso nos cuenta la leyenda, aunque las leyendas del rock son verdades a medias o mentiras en una gran proporción, amplificadas, endurecidas, por esas cosas de los años y sus circunstancias. Según cuentan, nunca fue Dylan un dechado de amabilidad, no ha sido nunca su sonrisa una seña de identidad, y a pesar de eso ha conseguido hipnotizar, atrapar, a varias generaciones con sus canciones. Con ese desafinar suyo que es la representación sonora de la belleza de la fragilidad, de la tristeza susurrada, de la emoción que te roza la piel. No solo hay que contemplar a Dylan como un músico o como un poeta, también ha sido puente de las tendencias, innovador partiendo de la tradición. Como buena parte de los genios, Dylan no inventa nada, en su caso concreto reinterpreta el country, es un nuevo folkie, un... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 21 de julio de 2015

DEL REVÉS

Una vez más, Pixar deslumbra con una historia narrada desde la inteligencia y la emoción. Del Revés es una fastuosa reflexión de todo eso que pulula en nuestro interior: Asco, Miedo, Ira, Tristeza, Alegría... Y que, en su justa medida, dan sentido y equilibrio a nuestra vida. (¡No abandonar la sala de cine antes de tiempo!).

miércoles, 15 de julio de 2015

CALOR

Ian McEwan nos ha contado el calor como pocos en Expiación, aunque leas la novela en enero lo podrás sentir, muy presente, a tu lado, y Kasdan lo transformó en imágenes en Fuego en el cuerpo, consiguió que no solo sudaran los protagonistas. Tiempo de calor, de caloret si lo pronuncia doña Rita. Escucho la reflexión de un especialista en la materia: no tenemos memoria meteorológica, dice, y puede ser que lleve razón, no seré yo el que lo niegue, pero lo cierto es que estamos atravesando por unos días de calor intenso, escalofriante por ratos. Esos días en los que Córdoba se encarama el podio del calor nacional, conquistando con frecuencia la medalla de oro. Dudoso honor que muchos de nosotros declinaríamos para quien lo quisiera ostentar. Si lo pienso, puede que el especialista en la materia tenga su parte de razón. De la infancia conservo en la memoria el recuerdo de veranos interminables y callejeros, de noches bajo las farolas, altramuces y cine de verano, pero no conservo un recuerdo expreso, propio, del calor. Puede que el calor actúe del mismo modo que hacen las alergias: el grado de asepsia e higiene a la que hemos llegado, lejos de beneficiarnos, nos debilita, nos deja sin argumentos con los que responder. Durante años, los días de calor intenso se combatían en mi casa con un ventilador de aspas teñidas en sepia por la nicotina de los cigarrillos que mi padre fumaba. Recuerdo la aparición de ese primer ventilador que giraba, y que celebramos como si se tratara de un revolucionario invento. En ese tiempo, rígido y estricto, lo era, sin lugar a duda. Recuerdo ese ventilador giratorio a los pies de la cama de mis padres, yo me detenía unos instantes en el pasillo a la caza de un segundo de fresca emoción. Mis padres sí padecían el calor, y mis hermanos mayores también, pero se aliviaban con abanicos y pequeños vaporizadores de plástico. En esas noches nos adelantamos al microclima de la Expo de Sevilla, vaya que sí.
Aunque afirmarlo en estos días pueda sonar a alabanza del masoquismo, cuando poco, no conservo malos recuerdos protagonizados por el calor, no. Con toda probabilidad porque lo relacionaba con el verano, con las vacaciones, con esa vida en la calle, de la mañana a la noche. Lo relacionaba y lo relaciono, el calor, con las salamanquesas junto a las farolas, con los partidillos en el callejón, con las sandías y los melones de media tarde y, sobre todo, con el cine de verano. Y es que recuerdo larguísimos veranos con decenas de películas que establecieron y definieron esta relación y estable que mantengo con el cine desde entonces. Dos o tres amigos regábamos el crujiente y polvoriento albero del cine Olimpia, calle Zarco, y la recompensa era entrar gratis a las posteriores sesiones. Muchas noches de Bruce Lee y toda la legión de nefastos imitadores, muchas noches de aquellas comedietas italianas protagonizadas por Álvaro Vitali por las que desfilaban aquellas estupenda y bellísimas mujeres, que de cuando en cuando se desnudaban levemente, y también muchas noches de Ben-Hur, John Ford y Alfred Hitchcock, escapando de aquellos pájaros vengativos tan bien organizados, atravesando el lejano Oeste mientras esquivaba los embestidas del legendario jefe apache Gerónimo o recorriendo el sistema solar en esas naves espaciales que hoy englobamos en la Z.

Al calor le debo, o por culpa del calor, escoja, comenzó mi afición por la lectura. Ajustaba el maltrecho cuello del flexo, metalizado y opositor, en dirección a la almohada y desafiaba a las horas y a la temperatura con un libro entre las manos. Recuerdo la noche en la que viajé a América, en un oscuro camarote, junto a Kafka, las risas contagiosas de Don Quijote en una fonda de La Mancha; recuerdo la emoción juvenil de Tintín, las ocurrencias de Anacleto, los esperpénticos inventos del profesor Bacterio o los disfraces de Mortadelo. Emoción, risa y sudor. Sin embargo, con los años, la sensación de calor ha cambiado, ya es molesto, hiriente incluso, desolador estos días. La vida y sus cosas que empañan las sensaciones, o la realidad que se abre paso a empujones, como empeñada en querer decirnos: las cosas son como son y no como las imaginas. En cualquier caso, refugiado, a la sombra, aire acondicionado a 22 grados, añoro aquel calor de mi infancia.


jueves, 9 de julio de 2015

ENTRE BERLÍN Y ATENAS

Durante siglos, fue Grecia la que rescató a ese difuso espacio, no sé si geográfico o económico, que denominamos Mundo Occidental de las penumbras de la ignorancia. Los griegos nos mostraron el camino al otro lado del caos, hacia el futuro, que es este presente. No sé si entonces lo habrían llamado futuro de conocer el resultado. Los griegos, los padres de estos griegos que ahora se encuentran los bancos cerrados, nos enseñaron que el cerebro puede ser la parte fundamental de nuestro cuerpo. No es solo para que crezca el pelo, nos dijeron y lo demostraron, ya lo creo que sí. Nos enseñaron a pensar, a meditar, a reflexionar. Muchas de sus enseñanzas fueron fundamentales en la construcción de eso, no sé si conceptual o material, que denominamos Civilización. Durante muchos siglos, Grecia fue la civilización en sí misma, la perfecta definición de sus propias enseñanzas. Sus ciudadanos, mientras el resto proseguíamos a estacazos y a gruñidos, se reunían en el ágora para hablar y articular lo que comenzaron a entender como una sociedad, tal cual. Crearon la Democracia, sí, muy parecida a la que ahora disfrutamos, y ya han pasado unos cuantos miles de años. Busque en el retrovisor de la Historia, hacia la parte superior izquierda, ahí puede encontrar esto que le cuento. Como los grandes imperios y civilizaciones, Grecia también ha padecido su descenso a los infiernos, el fin de una época, un punto y aparte, campana y se acabó. No creo que Homero, Sócrates y Platón pudieran imaginar, a pesar de sus privilegiados cerebros, que el gran ocaso, el cisma, llegara en el Siglo XXI, ahora, ya.
El pasado domingo, 28 de junio, miles de gays y lesbianas de Grecia se concentraron en Atenas, frente a su Parlamento, para demandar sus derechos y exhibir con orgullo, como marca el día, su condición. Tal y como sucedió en miles de ciudades del mundo, también en Berlín. Berlín-Atenas, Alemania-Grecia, unidas por la bandera del arco iris. Alemania vivió y sufrió su propio abismo no hace tanto, no han pasado siglos, apenas unas decenas de años. Primero tras la conclusión del nazismo, y unas décadas después cuando las excavadoras acabaron con el Muro de Berlín. Y en ambas ocasiones, el motor alemán se puso a trabajar para recuperar todo lo perdido o asimilado, sí, pero también, en ambas ocasiones, recibieron la ayuda internacional para poder restablecerse. No defraudaron a sus generosos amigos, es cierto, pero tampoco sus generosos amigos les apretaron el cuello cuando comenzaron a respirar. Tal vez, en esta vieja Europa nuestra que ya ha pasado por demasiadas operaciones de estética con tal de... sigue leyendo en El Día de Córdoba

jueves, 2 de julio de 2015

CASTING

Como somos como somos, y además el diccionario de la Academia nos y los ampara, y hasta nos y los mima, preferimos utilizar anglicismos antes que nuestras propias palabras. Ya nadie dice mercadotecnia, y eso que es infinitamente más agradable que marketing, y significan justamente lo mismo, no hay diferencia alguna entre ellas. Se nos llena la boca con show, que cada cual pronuncia a su manera, desde la “ch” más cerrada a la “s” más japonesa, por eso del sushi, y hemos abandonado espectáculo, dónde va a parar, incomparable. Mejor no detenerse ni un instante, porque no lo merece, en lo de community manager y personal coach, que no dejan de ser esnobismos con un trasfondo tan pijo como hortera. Y claro, ya nadie dice selección, porque la palabreja de moda, la habitual, la que se ha impuesto, es casting. Eso sí, solo relacionamos casting con el artisteo, con los programas de variedades, con los cocineros potenciales, con los grandeshermanos por venir y esas futuras estrellas de la canción escondidas bajo los alaridos de Melendi. Cuando hablamos de un trabajo “serio”, de ocho a tres, con sueldo y alta en la Seguridad Social, a veces, a pesar de Lagarde, acudimos a una prueba de selección. Entonces españolizamos el asunto, le concedemos la importancia que se merece, aunque en la entrevista personal nos vanagloriemos de dominar media docena de técnicas y herramientas informáticas con denominación foránea. En entorno 2.0, eso sí, siempre, faltaría más.

El casting, el que relacionamos con el artisteo, nos promete dos minutos o cinco años de gloria, en el mejor de los casos, pero un sinfín, un batallón me temo, de potenciales defraudados, enfadados y hasta de fracasados, según la reacción interior de cada cual. Cualquier anuncio de casting suele tener una respuesta multitudinaria, ya sea para salir dos segundos, o menos, en la nueva película de Alberto Rodríguez, en el mejor de los casos, o para lograr el sueño de llegar a ser un cocinero de fama mundial o, simple y tristemente, para ser el ligón o ligona de turno en un cutre programa de parejas prefabricadas, en el peor de los casos. Pero no seamos tan negativos con esto de los casting, que existen ejemplos de todos los tamaños, colores, condiciones, triunfos o fracasos. Pensemos en David Bisbal, claro, en Manuel Carrasco, en Jorge Sanz, en Penélope Cruz y hasta en el mismísimo Brad Pitt, por citar algunos nombres conocidos. En muchos casos el casting es la puerta de entrada, esa oportunidad única e irrepetible que la vida te ofrece cuando le da la gana, si es que le da la gana. Pero, claro, en este caso hablamos de vocación, de talento, y de trampolines para tomar impulso. El problema, por llamarlo de algún modo, reside cuando no hay ni vocación ni talento y solo ansia de fama, de popularidad, el éxito es otra cosa, a cualquier precio. O sea, para no liarnos, o para liarlo del todo, hay casting y casting, y luego están los procesos de selección y las entrevistas de trabajo, que ya son “palabras mayores”... sigue leyendo en El Día de Córdoba