martes, 29 de marzo de 2016

SAN AGUSTÍN


No se me pasa por la cabeza competir con Rafalete, ya me guardaría, que de Córdoba, sus personajes y sus cosas, y sobre todo de San Agustín, sabe más que nadie, y lo demuestra cada domingo desde hace ya una pila de años, desde que El Día de Córdoba llegó a nuestra ciudad. Sin competencia, lo dejo claro desde el principio, hoy toca hablar de San Agustín, que no deja de ser mi barrio, el baúl de mis recuerdos, el escenario de casi toda mi vida. Y a lo largo de mi vida yo ya he conocido unos cuantos San Agustín, esplendor, auge y caída hasta esta última resurrección –con forma de plaza reformada- que no habrá de ser la última, tampoco será la primera, seguro que no. San Agustín, como Santa Marina, San Lorenzo, la Corredera, Santiago o San Pedro, puede entenderse como la Córdoba esencial, la raíz de la Córdoba actual, a la que se han añadido barrios de bloques con portero electrónico y zonas ajardinadas comunes, esa Córdoba de los planes de expansión y los planes estratégicos, de las avenidas y de los centroscomerciales. Esa Córdoba que no es de hace tanto y que para algunos es la Córdoba de siempre, y no, casi no ha consumido el primer tirón de la cuerda del reloj del tiempo. Nací en la Reja de Don Gome, donde ahora se ubica el patio de reciente construcción del Palacio de Viana, en la planta baja de la casa de mi abuela. Es decir, no nací en un palacio, nací en lo que ahora es parte de un palacio, que suena parecido y no es lo mismo. Poco después mi familia se instaló en un piso, de los modernos pero sin portero electrónico, de la calle Buen Suceso, cerca de la Bodega Gallo, a nada de San Agustín. Podría contar mil historias de mi infancia en el barrio, y hasta dos mil, pero prefiero conservar en la memoria, de la intimidad, las emociones, los colores, los sabores de aquellos años. Años felices, en cualquier caso.
El primer San Agustín que yo conocí era un lugar de comerciantes, básicamente, al que no solo acudían los vecinos de la zona, de buena parte de Córdoba llegaban por oleadas. Abundaban las pescaderías, carnicerías y, sobre todo, las charcuterías, con las sardinas arenques perfectamente colocadas en las puertas, en aquellas cajas redondas de madera... sigue leyendo en El Día de Córdoba

lunes, 21 de marzo de 2016

MEDINA AZAHARA


Cuando era un niño, me entusiasmaban las leyendas e historias que me contaban de Medina Azahara, muchas de las cuales aún recuerdo. O creo recordar. Que si contaba con un estanque repleto de mercurio que iluminaba todo el palacio; que si vivían cien, doscientas, trescientas mil personas en su interior, que si plantaron miles de almendros en los alrededores para que, cuando florecieran, diera la impresión de que había nevado; que si su nombre hace referencia a una historia de intenso y almibarado amor. Esa Medina Azahara de mi infancia, de fábula y ensueño, fantasmal en gran medida, en cierto modo se mantuvo en mi percepción durante bastante tiempo, puede que necesitado de aferrarme a la épica o a la leyenda. No recuerdo la primera vez que la visité, en aquellos años que constituía casi una expedición a lo desconocido, porque Medina Azahara estaba muy lejos de Córdoba, y no solo hablo de kilómetros, de distancia métrica. Preferíamos aferrarnos a los cuentos para niños, a la historia revisitada, cuando no inventada, antes de poner los pies sobre la realidad. De aquella primera visita que soy incapaz de datar, muy niño, en cualquier caso, sí conservo una imagen concreta. Una mota de realidad entre la bruma de la infancia. Extendidas sobre la tierra, entre los jaramagos, miles de fragmentos de mosaicos, de capiteles, de columnas, etc., que algunos visitantes tomaban sin el menor pudor, guardaban en sus bolsillos o mochilas y se llevaban a sus casas como si se tratara de un recuerdo que se compra en una tienda de souvenir. Esa imagen siempre la voy a recordar, porque aún, varias décadas después, me sigue impresionando. Porque en esa imagen se resume buena parte de trayectoria de Medina Azahara, la de una belleza robada, un esplendor ultrajado, la leyenda profanada. Una historia de expolio y olvido que, afortunadamente, tenemos la oportunidad de revertir.
La pasada semana, Alfredo Asensi exponía en la sección de cultura de este mismo periódico el gran reto al que se enfrentaba el monumento y el camino que nos quedaba por recorrer, bajo el epígrafe “Los desafíos de Medina Azahara”. Coincido plenamente en su argumentación, porque más allá de la designación como Patrimonio Mundial, por parte de la UNESCO, que lo será, tal y como nos sucedió y reiteré con la Capitalidad Cultural que deberíamos estar disfrutando en este preciso momento, lo más interesante, lo verdaderamente enriquecedor de estos procesos es el camino a recorrer, hacer camino, hacer, avanzar. Indiscutiblemente, ya hemos recorrido camino, en la actualidad Medina Azahara nada tiene que ver con ese yacimiento abandonado y expoliado... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 15 de marzo de 2016

RRSS


Pues parece que ya nos hemos hartado, que estamos cansados, aburridos y alarmados, puede que asqueados, por la vigencia de las llamadas redes sociales en nuestras vidas. O eso al menos es lo que nos dice el CIS, ese organismo del que dudamos o alabamos según nos muestre una realidad que nos guste o no. ¿Hay más de una realidad? Ya lo creo, tantas como colores. En el estudio en cuestión, el CIS nos indica que un 60% de los españoles cree que las redes sociales, y muy especialmente el WhatsApp, nos alejan de nuestras familias, nos entretienen en demasía, vaya, hasta el punto que un 44% entiende que han sido causa de distanciamientos y conflictos familiares. Y es que más de uno y una han escrito en el grupo que no debían o se les ha colado un destinatario indebido, que me sé yo de algunos casos, de terribles consecuencias, por cierto. A eso lo llaman el carrito de los helados. Eso sí, un 42% de los encuestados reconocen que usan constantemente estas aplicaciones. Constantemente es todo el día, de la mañana a la noche. O sea, que las redes sociales son como esa costra que nos cubría la rodilla, tras la correspondiente caída en aquellos campos de fútbol de chinarros y arena, que aunque nos doliese mucho hacerlo, se me saltaron las lágrimas en más de una ocasión, no podíamos dejar de arrancarnos. O sea, que las siglas RRSS podrían también significar Rollos Sociales, Riñas Sociales, Rifirrafes Sociales y hasta Rupturas Sociales, vaya que sí, si tenemos en cuenta los datos arrojados por el estudio del CIS, y alguna experiencia conocida o vivida.
Sin dudar en ningún momento de las conclusiones extraídas por el estudio del CIS, eso vaya por delante, tengo la impresión que las cifras no coinciden con la realidad o que, más bien, respondemos en las encuestas con justamente lo contrario de lo que hacemos, que también es una posibilidad a tener en cuenta. Porque eso no es lo que veo a mi alrededor, ya sea en la calle o en mi propia casa. Adolescentes que hablan solos, a las pantallas de sus móviles; auténticos velocistas de la escritura, a más de uno y una no se le ven los dedos; descubridores de aplicaciones varias, tematizadas según la temporada; solicitantes de empleo que incluyen en sus currículums: administradores de grupos; retransmisiones de vidas en directo, con frecuencia retransmitiendo cosas que no importan nada o no deberían importar nada, y ya no sigo que la lista podría ser infinita, me temo. Es muy común decir eso de “estoy harto del guasa y me voy a dar de baja de todos los grupos en los que me han metido, que vaya presión que tengo”, todos lo hemos dicho alguna vez, y a mí me recuerda a lo de “me voy a fumar mi último cigarrillo” o “mañana me levanto a las seis y me voy a correr”. Pues eso... sigue leyendo en El Día de Córdoba

martes, 8 de marzo de 2016

MUJERES


De la misma manera que cuando hemos empujado el carrito de un bebé, o hemos tenido una escayola o cualquier otro tipo de lesión temporal, durante algún momento hemos podido llegar a sentir, aunque fuera lejana y remotamente, cómo es la vida de una persona con discapacidad, creo que los hombres, todos los hombres, deberíamos intentar situarnos en el lugar de las mujeres, aunque solo fuera por un momento. ¿Es fácil ser mujer hoy, es muy diferente a ser hombre? O, mejor, ¿es más complicado ser mujer que ser hombre? ¿Se lo ha preguntado alguna vez? Y si se lo ha planteado, ¿ha tratado de responder a la pregunta? Tal vez no, por pereza, por indiferencia o porque, simplemente, hay preguntas que tienen malas respuestas o respuestas, en definitiva, que no nos conviene escuchar. O que no queremos escuchar. Tampoco responder. En los últimos tiempos se habla mucho de los micromachismos, y que no dejan de ser la expresión más cotidiana del machismo histórico y que tenemos tan asimilado que ni nos damos cuenta que lo son. Podría ser una explicación, pero no, claro que los reconocemos, pero es más cómodo seguir perpetuando roles, modos, que consideramos más cómodos para nuestra vida y proyección como hombres. Jugamos al despiste, al no me di cuenta, al como “toda la vida”, y es que en la mayoría de las ocasiones es más sencillo, y hasta relajado, ser un hombre, y, por tanto, llevar vida de hombre “como toda la vida”. Hay miles de ejemplos para mostrar los micromachismos: la factura del restaurante o bar que siempre acaba en el lado del hombre que se encuentre en la mesa, ya no digamos si se pide cerveza y refresco, que los destinatarios ya están establecidos de antemano. Más. ¿Quién se ocupa del cuidado de los hijos, quién reduce su jornada laboral –cuando tiene empleo, claro- para su propio perjuicio, ya que cobrará menos y contará con una pensión más baja en el futuro? ¿En qué lado se coloca la cuna en el dormitorio matrimonial? ¿Quién forma parte del grupo de whataspp del colegio? ¿Quién cuida del padre, madre o suegros? ¿Cree necesario que siga formulando este tipo de preguntas?
¿Se atreve a responder a alguna de estas preguntas? Si es usted una mujer, qué decirle, que desgraciadamente conoce muy bien las respuestas, las vive cada día, y si es usted un hombre hasta puede que se sienta ofendido. Espero que no me responda que usted arregla los enchufes cuando toca y que de vez en cuando sube a tender la ropa. Ah, y hasta que algunos fines de semana se ocupa del lavavajillas o hace la cama. Definitivamente, seamos sinceros, sigue siendo mucho más complicado ser mujer en la actualidad, a pesar de lo que llevamos recorrido, sí, que es mucho, a pesar de los pesares... sigue leyendo en El Día de Córdoba

viernes, 4 de marzo de 2016

CUENTOS COMPLETOS, E. L. DOCTOROW

La editorial española Malpaso tuvo la suerte de recibir del propio E. L. Doctorow la recopilación de sus Cuentos completos, ordenados por él mismo. Mucho más que una primicia, un auténtico tesoro literario que la desdicha ha convertido casi en un testamento, ya que el escritor norteamericano falleció poco tiempo después de enviar a los editores españoles su obra.
Buena parte de los lectores de Doctorow tuvimos conocimiento de su existencia gracias al cine, a la adaptación de algunas de sus novelas más célebres, entre las que destacan Ragtime y Billy Bathgate. Pero Doctorow es mucho más que es un escritor de películas, cabe considerarlo como uno de los grandes cronistas de la sociedad norteamericana de los últimos cincuenta años.
En estos Cuentos completos recorremos esas interminables carreteras que tan bien nos ha mostrado Wim Wenders, en su filmografía, que suene Ry Cooder, en compañía de mujeres y hombres abrumados por su presente, presos de su pasado y angustiados por su futuro. Parejas que fracasan, familias que se desmiembran como una muñeca rota, hijos que reniegan de sus padres y padres que no tienen respuestas que ofrecer. El relato de un país sumido por los efectos de una guerra en el corazón del odio y de las tinieblas, la corrupción estructural de su clase político y una economía que azota a la clase media.
Descarnado, vibrante, desnudo, certero, preciso, comedido en las descripciones, versátil con los silencios, despojado de cualquier calificación, Doctorow nos muestra una sociedad que se hunde en el pasado y que no atisba una luz en el final del túnel, bien porque nadie se la muestra o bien porque, sencillamente, no existe. O porque nadie la busca. Una sociedad en la indefinición.
Doctorow traslada a sus relatos el latido de su tiempo, lo que llega a provocar en el lector un estado que me atrevería a calificar como de desasosiego, ya que es tal la nitidez, la realidad, de las situaciones y de los personajes que nos muestra, que es prácticamente imposible mantenerse al margen. En la piel de estos Cuentos completos podemos encontrar nuestra propia piel, con sus cicatrices sin curar, con sus quemaduras provocadas por el paso del tiempo. Una descarnada y honesta, y por tanto real, lección de Literatura.
 

martes, 1 de marzo de 2016

ANDALUCÍA


Espero que no me ciegue la procedencia, el orgullo de procedencia y también de pertenencia, sí, orgullo, pero tengo la impresión de que en este tiempo de secesiones, decisiones unilaterales, consultas, referéndum y demás escenificaciones pseudopolíticas,  Andalucía, los andaluces y andaluzas, damos una lección de pertenencia y de nacionalidad, pero también de convivencia, de respeto y aceptación. Los andaluces, aún contando con un elevadísimo grado de asimilación de nuestra propia identidad, hablemos también de nacionalidad, no la empleamos para evaluar posibles incompatibilidades con otras identidades y pertenencias que asumimos con absoluta naturalidad; hablemos también de comodidad, incluso de cotidianidad. Es decir, para nosotros ser muy andaluces no choca con ser muy español, no establecemos una competición entre ambas identidades, no las echamos a pelear, no las colocamos en una balanza, conviven armoniosamente en nuestro interior. El concepto España y el concepto de Andalucía cohabitan en la misma línea, en el mismo discurso, sin necesidad de giros, ni uno ni otro están encriptados a presión en nuestra semántica emocional. No hay competencia. En este sentido, y no excuso una supuesta vanidad que entiendo como una certeza, somos un ejemplo a imitar en este tiempo de desafíos, enfrentamientos y visceralidad. En este tiempo de nomenclaturas y definiciones rebuscadas, artificiales en gran medida. En este tiempo de concepciones premeditadamente encontradas, y que en muchos casos se plantean como una auténtica guerra de sentimientos. Y los sentimientos, cuando son puros y verdaderos, no se enfrentan entre ellos, conviven. Tampoco se miden o pesan. Y no se tasan, no, por supuesto que no.
Soy consciente de que soy, somos, diferente a un vasco, un gallego, un catalán o un extremeño, evidentemente. Me expreso de diferente manera, mi ritmo, mi acento, el uso de jergas, esas vocales imposibles que hemos creado a lo largo de los siglos, me diferencian. Disfruto con fiestas y tradiciones que más allá de Despeñaperros no terminan de comprender, y viceversa; contamos con climas diferentes, la luz que me despierta cada mañana no es la misma, tampoco los olores y las tonalidades, pero nada de eso me separa, ni cultural ni emocionalmente, de un canario, valenciano o asturiano. Me, nos, diferencia, pero no me separa. No es lo mismo. Es más, disfrutamos de esas diferencias, de sus olores, de sus colores y sabores, de sus palabras, cuando las descubrimos. Del mismo modo que ellos las disfrutan cuando conocen el Sur, Andalucía. Asumo y entiendo estas diferencias como elementos enriquecedores, como los matices que podemos encontrar en cualquier imagen, en un cuadro, en una panorámica que nos emociona e hipnotiza. Y quiero seguir disfrutando y, sobre todo, compartiendo y conviviendo con estas diferencias... sigue leyendo en El Día de Córdoba