domingo, 14 de febrero de 2010

SAN VALENTIN











San Valentín, San Valentín, Cupido o como te quieras llamas, qué fue de ti, ángel del amor, semilla de los enamorados, arquero de la pasión, dónde te has metido, con la falta que haces. Me cuentan que has acabado como imagen y reclamo de una colonia azucarada y envenenada, tan duradera como cruel para el olfato, que se ofrece en los centros comerciales a precio de saldo. También se dice que te fuiste de vacaciones, sin billete de vuelta, que te andan buscando y que no te encuentran, como un Dioni cualquiera, tú que no has cometido delito alguno, que se sepa. En los mentideros bursátiles y financieros te señalan como la primera gran víctima de la crisis, dejaron de pagar tus dietas de viaje, el recambio de tus flechas, la puesta a punto de tus alas y, tú, lo entiendo, cansado de tanta incomprensión, optaste por la retirada. Nunca se han llevado bien el dinero y el amor, aunque algún insensible piense lo contrario. San Valentín, me haces comprender a José Bono, cuando defiende con capa y espada el presupuesto del Congreso, inferior a lo que el Real Madrid pagó por Cristiano Ronaldo el pasado verano. Y por muy blanco que sea, a San Valentín lo disfrutamos todos y todas, merengoídes, culés y periquitos. Por mucho que se repita, me niego a creer esa calumniosa leyenda negra que te adjudica la autoría de esos spam masivos que recorren los ordenadores de todo el mundo, cada día, ofreciendo Viagra a precios módicos, como si la química fuera la solución a todos nuestros problemas. Sólo sé, porque es lo que traslada la brisa, el viento y los ciclones, que te fuiste, que desapareciste sin dar explicaciones, una tarde fría de invierno. Sin decir adiós, sin anotar tu teléfono o dirección en la nevera de la soledad. Suerte tuvimos los que disfrutamos con tus servicios, pero eso es un ejercicio de egoísmo y rimbombancia, ya que los enamorados deseamos que todos disfruten de las ventajas de nuestro estado, que sea el estado entre los estados, el estado más globalizado y disfrutado, de Pekín a Estambul, de Avilés a Nueva Orleáns –la patria de la nueva y morena princesa Disney.

Las redes sociales, Facebook en particular, cuentan con la habilidad de aunar sentimientos o reivindicaciones colectivas en muy poco tiempo. Te adhieres a una causa sin necesidad de pegarte una caminata y sin padecer las inclemencias meteorológicas; calentito en la mesa camilla te solidarizas con Haiti, la hambruna infantil o en la defensa del medio ambiente. A alguien se le ocurrió a principios de semana, supongo que en un homenaje virtual y de nueva generación a la figura de San Valentín, que bien se podía dedicar todo un día al Te Quiero, que es una frase muy repetida y que sólo escuchamos y pronunciamos con sinceridad, profundidad y rotundidad unas cuantas veces a lo largo de nuestra vida. Sólo unas pocas veces, qué pena o qué suerte, según se mire. Es cierto que en los últimos años hemos abusado del Te Quiero blandengue y poco alimentado por el corazón. Y que esta tendencia amorosadiplomática ha convertido al bueno de San Valentín en un objeto más de consumo, en un ejemplo de mercadotecnia facilona y calendarizada; es cierto. Celebre su Día de San Valentín en un balneario, restaurante, sexshop, comprando un perfume o un recopilatorio de baladas gelatinosas.

Sin embargo, a pesar de las objeciones, los usos y los abusos, a pesar de la mercadotecnia, la avalancha o la sequía, celebrar San Valentín, el 14 de febrero, el Día de los Enamorados o como queramos llamarlo, es conmemorar, o por lo menos proclamar, el amor, en cualquiera de sus dimensiones o formatos. El amor más profundo o el amor envuelto en un papel rosa de regalo, y que no falte el lazo. El amor primerizo y enfermo de la juventud o el amor sereno y cálido de la madurez. El amor que no entiende de sexos, el amor prohibido, el platónico, plutónico o sideral. Qué más da. Entre tantos días, entre tanto ruido de sables y abruptos, entre la niebla de las noticias, entre los sonidos que nos ensordecen y las sombras que se apoderan de la luz merece dejarle un hueco, una rendija o, mejor, un primer plano al amor. Y, sobre todo, sentirlo, que es la verdadera celebración, ya sea 14 febrero o 2 de agosto.

El Día de Córdoba

lunes, 8 de febrero de 2010

EL GOL DE GUTI












Finalmente, fue Benzema el que introdujo el balón en la portería del Deportivo de la Coruña, pero siempre lo recordaremos como el gol de Guti. Primoroso desmarque, pase orientado de Kaká, lo tiene todo a su favor para chutar a puerta y marcar, pero Guti se inventa un pase de tacón, en esa milésima fracción de segundo que distingue a los hombres de los elegidos, que descoloca a portero y defensa y que consigue dejar completamente solo al depresivo y accidentado Benzema, proyecto de galaxia en permanente construcción, para hacer lo más fácil: chutar a puerta vacía y marcar el segundo gol del Real Madrid en Riazor. Si Guti hubiera marcado, como hubiera sido lo lógico, tan sólo se habría tratado de un gol como otro cualquiera, de un lance habitual del juego; fue algo más. Y si a Guti no le hubiera salido bien la jugada, lo habrían vapuleado, como casi siempre; se la ha ido la cabeza, habría gritado alguien en su casa. No pudo Guti escoger un mejor día para dar rienda suelta a su talento, contribuyendo de manera decisiva a acabar con el blanco gafe gallego, que ya duraba más años de los recomendables. Tal vez sea Guti el jugador de fútbol más atípico que hayamos conocido en la Liga española. Un jugador de un talento descomunal, seguramente el de mayor junto a Andrés Iniesta –ese chaval de Albacete empeñado en jugar en el equipo equivocado-, otra estrella camuflada bajo el aspecto de un estudiante de Biología que aspira a la investigación celular. Jugadores que cuentan con esa magia que los diferencia, que no se aprende en los entrenamientos, que no forma parte de la lógica, de la disciplina, de la técnica. Si Guti hubiera sabido combinar talento con regularidad no me cabe duda de que nos encontraríamos ante uno de los grandes astros mundiales del balompié, pero, como los grandes genios, su esencia, su magia, sólo se ofrece en contadas ocasiones, apenas unos segundos que son más que suficientes para marcar distancia, diferencia o como se quiera decir, sobre el resto de jugadores.

Ya sé que lo marcó Benzema, pero permítanme que yo lo siga denominando el gol de Guti, porque no adjudicárselo sería como eliminar el nombre de Colón del descubrimiento de América sólo porque un marino, osado y ágil, tuvo la habilidad de poner pie en tierra antes que el mítico descubridor. El gol de Guti, o el de Zidane en la final de la Champions, o el de Maradona en el Mundial de México frente a Inglaterra o el que le marcó –el Pelusa- al Estrella Roja cuando jugaba en el equipo de la capital catalana, nos muestran esos momentos que justifican tantas horas de sopor, de aburrimiento, de centrocampismo estéril y de jugadas prefabricadas en la disciplina de la pizarra. Es muy fácil, y hasta casi tópico, por no decir cansino, comparar a Guti con Curro Romero, y puede que haya ciertos paralelismos, es cierto, pero existe una gran diferencia entre ellos. Curro, fuera de la plaza, salvo raras y contadas excepciones, fue un hombre invisible, mientras que Guti es un tipo que opina de todo, que no se esconde, que se deja ver en fiestas, en conciertos –en primera fila en los de Pereza o Calamaro-, presentaciones y demás saraos, ya que cuenta con una vida social muy activa, activísima en determinados momentos. Ese mismo Guti que consigue escandalizar con sus declaraciones al afirmar que ahora sí se ve en una discoteca y no con sesenta años, que no deja de ser la verdad del barquero, o cuando manda a un periodista a recoger amapolas ante una pregunta que le incomoda.

Pitado y coreado, repudiado y adorado, genio y figura, magia y ausencia, Guti trazará una de las trayectorias futbolísticas más extrañas del futbol nacional. Permanentemente en venta, en la suplencia o denostado, todos y cada uno de los entrenadores que han pasado por el club blanco han contado con sus servicios. Del mismo modo que todas y cada una de las estrellas que han llegado a la galaxia merengue siempre lo han calificado como el jugador más deslumbrante de la plantilla. Un jugador que ha acuñado una definición entre sus seguidores: los gutistas. Yo soy gutista, desde que lo descubrí con su melenita a lo Redondo hace ya unos cuantos años, y siempre lo he buscado en el once inicial porque su sola presencia me puede deparar cualquier sensación, cualquiera, menos la de mediocridad. Finalmente lo metió Benzema, y qué más da, el gesto, la inspiración, el detalle, la ilógica, ya forma parte de la leyenda del genio, ya se repite en los recreos de los colegios, ya ocupa un lugar privilegiado dentro de la épica del fútbol.


El Día de Córdoba