Si
tuviéramos que establecer un día mundial o internacional, aunque solo fuese
nacional o andaluz, del chiringuito, tendría lugar este próximo jueves, 15 de
agosto, el festivo entre festivos, el padre, hijo y abuelo de todos los festivos.
Eso es así. Y basta con acercarse a cualquiera de los que pueblan nuestro
litoral, para comprobarlo. Prepare los codos, la cartera y la paciencia para
celebrar la ocasión como se merece, que puede ser un ratito bueno entre todos
los ratitos buenos del año, a pesar de las estrechuras. Y es que ese momento en
el que te enfundas la camiseta o camisa (floreada, que jamás te atreverías a
ponerte un lunes de noviembre), recorres la playa esquivando tumbonas,
sombrillas, castillos de arena y cuerpos asalmonados hasta por fin llegar al
chiringuito, donde con un gesto similar al de Magallanes en el preciso instante
de partir desde Sanlúcar de Barrameda en dirección a las Islas de las Especias,
examinas la concurrencia, en busca de ese amigo, cuñado o similar con el que
tomarte una cervecita fresquita y lo encuentras, sí, al fondo, bien colocado,
en su mesa alta, con su camisa floreada, también, él que es de castellanos marrones y pinzas de lunes a
viernes, sientes en tu interior algo parecido a la victoria, a la burbujeante
celebración de un gol en el minuto 93, ya sea con VAR o por la escuadra.
Inigualable momento, raíz o premisa indispensable de lo que queda por delante,
que en un día como éste, Día Mundial del Chiringuito, cuenta con una máxima que
nunca falla: la improvisación, y sálvese quien pueda.
Al
chiringuitero profesional, la RAE debe admitir esta palabra a la mayor
brevedad, ni el laboratorio del FBI en su sede central de Baltimore podría
encontrar un grano de arena o un resto de salitre en su cuerpo o ropa. El
profesional no pisa la playa, aunque le guste verla desde la distancia, acodado
en la barra. Conoce al dueño/encargado del establecimiento de quince veranos seguidos
o tiene la habilidad de parecer que lo conoce de todo ese tiempo (aunque lo
acabe de conocer). Para eso, nada mejor que la táctica de la vitrina del
pescado, asomarte con poderío, como si tuvieras la intención de encargar ese
pargo de doce kilos que arrincona a los lenguados, y decirle al
dueño/encargado: buen género, a cómo sale
eso, y a continuación mueve la cabeza con gesto de conformidad, sin
confirmar o negar la posible adquisición. Y cuando está en su mesa alta, o planchando
barra de aluminio, el chiringuitero profesional formula la gran pregunta al
camarero que lo atiende: ¿cuál está más
fría, botella o tirador? Las dos igual. Ponme una que me duela la garganta.
Y así, sin quererlo, en una buena jornada chiringuitera no hay nada previsto, van
llegando amigos, amigas, cuñados, suegros, la abuela con la silla plegable y
una legión de niños pidiendo un refresquito. Si os lo tomáis ahora, en la comida toca agua, amenaza uno de los
chiringuiteros, aunque ellos ya lleven seis consumiciones, como poco. Entre
estas disputas, grandes decisiones: ¿aceitunas
o altramuces?, los fichajes del verano, varias rondas, inciertos viajes
planeados y recuerdos recuperados, con las bocas calentitas ya, el encargado/dueño
del establecimiento te avisa que ya tienes la mesa lista. Pongamos que hablamos
de las cuatro y media de la tarde, en el mejor de los casos.
Dieciocho,
sin contar a Juanito, que tiene tres años y duerme en el carrito. Fuera de carta, nada, que nos la clavan,
dice alguien, pues yo le metía a un rodaballo, eso no merece la pena para los
que estamos, reniega otro, tres de ensaladilla,
dos de tomates aliñados, unas sardinas y lomitos para los niños, yo no me voy a comer un lomito, protesta
Carmen, con la vista puesta en las gambas que porta un camarero. Arroz para cuatro nada más, que luego se
queda, avisa la abuela. En el remate, el chiringuitero profesional exige su
chupito con esa gracia que solo él contempla y que más de uno califica como
chulería, y luego organiza un brindis que decora con una de sus frases
impostadas. Mientras, los más pequeños no cesan de abrir la puerta del
congelador, a la caza de un helado. Guiña el ojo y hace como que firma sobre un
papel invisible, el chiringuitero más curtido pide la cuenta. Miradas de
asombro, alguna de rencor, ya te lo dije,
pagamos por familia, claro, y yo que no traigo niños pago lo mismo, alguien
murmura. Pues yo lo veo hasta barato, que
si quitamos los helados, las tartas, los cafés, los batidos, las patatas fritas
y los refrescos no es tanto, explica con ese desparpajo suyo el
chiringuitero de mayor edad. Y hasta la siguiente. Feliz Día Mundial del
Chiringuito.
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