martes, 25 de septiembre de 2018

HOMBRES QUE LLORAN


Después de 9 años hartándose de colar goles en el Real Madrid, Cristiano Ronaldo ha regresado a España con su nuevo equipo, la legendaria Juve, para enfrentarse el Valencia en la primera jornada de la Liga de Campeones. Apenas duró unos minutos en el campo, ya que fue expulsado por una supuesta agresión a un defensa del equipo local. Escribo supuesta porque la acción no me parece merecedora de tal sanción, sobre todo si las comparamos con las que se pueden contemplar en cualquier partido de fútbol. Como se suele decir, si el listón se pone ahí, los partidos acabarían con tres jugadores sobre la hierba. De Cristiano Ronaldo se pueden decir, y se dicen, muchas cosas, de todos los colores y tamaños, pero nadie le puede negar esa ambición, esa competitividad desmesurada que tal vez haya propiciado que sea lo que es y nadie le puede negar: un jugador legendario. Seguramente por eso, o simplemente por impotencia, o por desconsuelo, da igual, no importa el motivo, cuando el pasado miércoles fue expulsado, rompió a llorar. Las cámaras nos mostraron con nitidez las lágrimas recorriendo sus mejillas, y las gradas y las redes sociales nos mostraron, con exactamente la misma nitidez esa España casposa y nauseabunda que aún convive con nosotros, tal vez porque nosotros mismos la alimentamos. Me niego a aceptar como algo normal las reacciones que pude leer y ver la pasada semana porque un hombre lloraba en público, a la vista de todos. Me niego a compartir barco, tren, vagón o planeta con semejante batallón de descerebrados, cazurros, anormales emocionalmente y machitos de postal canalla en tonalidades sepias. Que abran la puerta que me voy, detengan motores que me apeo.
Lo de Cristiano Ronaldo viene de lejos, esa es la realidad, desde hace muchos años se le adjudicado la etiqueta de homosexual, pero siempre desde el insulto, la mofa, la gracieta o desde la más descarada y rotunda homofobia. Yo no sé si Cristiano Ronaldo es gay, tampoco me interesa lo más mínimo. Es más, no creo que eso condicione en modo alguno su profesionalidad, su capacidad, su personalidad o lo que usted quiera. Ni limita ni aporta. Aunque vistas las reacciones, comprendería que lo ocultase o no lo manifestara públicamente. Indiscutiblemente, el que muchas personas públicas, referentes en los más diferentes ámbitos sociales, hayan decidido exponer y hablar abiertamente su condición sexual ha sido beneficioso para el conjunto de la sociedad, y se han derribado muchos estereotipos, tabúes y demás, es cierto, pero tengamos muy claro que no es una obligación, porque a menudo tengo la impresión que muchos lo consideran una obligación, y no. Cada uno puede llevar su homosexualidad, por ejemplo, como le venga en gana, con pluma, sin pluma, en silencio, a grito pelado, compartiendo besos, bailando sobre una carroza, como le pida el cuerpo. Faltaría mes. Del mismo modo que a los heterosexuales nadie nos exige que demostremos o proclamemos nada. Hablemos de normalidad. De sana normalidad.
También están esos que consideran que los hombres no pueden llorar, porque eso es de mujeres, de nenazas o de maricones, esa gente, sí, del mismo modo que los hombres no pueden bailar, confesar que otro hombre es guapo, hermoso, o demostrar una sensibilidad que es patria potestad de las mujeres y de los homosexuales. Sí, tienen un gen especial, está comprobado científicamente. Son más sensibles, esa estúpida y recurrente frase que hemos escuchado miles de veces. Me encanta que haya una legión de hombres aburridos y hartos de tantos corsés y tantos miedos. Por eso, hace unos pocos días, disfruté tanto en el concierto de La Casa Azul, que además de ser muy buenos musicalmente también lo son desde un punto de vista discursivo, ya que en sus canciones denuncian las represiones y proclaman un constante deseo de libertad y amor, sin tener en cuenta condición o reparo alguno. Me gustó ver y rodearme de cientos de hombres y mujeres bailando como les daba gana, besándose como les daba la gana, sin temor a una mirada oblicua o un comentario soez. Hombres y mujeres que no dejan de ser hombres o mujeres, aunque se exhiban tal y como son, o aunque lloren. 

martes, 18 de septiembre de 2018

MÁSTER


Hubo un tiempo, en este país, nuestro, en el que la educación no era un derecho universal y los pocos niños que tenían acceso era porque sus padres podían permitírselo. El resultado: una mayoría analfabeta, unos cuantos formados. Hubo un tiempo, en este país, tiempos oscuros, en el que muchos colegios tenían dos puertas: por una entraban los “gratuitos”, sin uniforme, claro, y por la otra puerta entraban los de “pago”, con sus relucientes uniformes. Eso sí, una vez dentro, todos cantaban el “cara al sol”. El fascismo los igualaba en la represión. Hubo un tiempo, cuando el sistema educativo aún era un elemento en construcción, que algunos niños, que sus padres lo podían pagar, cuando salían de clase recibían clases de mecanografía, contabilidad o de inglés, para así ampliar su formación. Hubo un tiempo, en este país, de esto ya no hace tanto, en el que el aprendizaje de un segundo idioma se normalizó, todos los niños podían aprender francés o ingles, y entonces familias de economía boyante, porque costaba un dinero, enviaban a sus hijos a Irlanda, Francia o Inglaterra, para que perfeccionaran el segundo idioma, con su correspondiente certificación avalando tal perfeccionamiento. Hubo un tiempo, ese tiempo está aquí, lo rozamos con la yema de los dedos, en el que acceder a la Universidad estaba y está al alcance de toda la ciudadanía. En Andalucía aún más por la bonificación autonómica de las matrículas universitarias, que en multitud de casos se hace cargo del 99% del importe. Cuando ya todo hijo de vecino, hija de Amancio Ortega o del panadero de la esquina, rubia o moreno, guapa o feo, ha podido acceder a una formación pública, universal e integral, desde los tres a los veintitantos años, aprendiendo las asignaturas de siempre, pero también un segundo y hasta un tercer idioma, e informática, deportes y demás, pudiendo llegar a ser arquitecto, biólogo, procesador de alimentos o médico sin tener en cuenta la chequera familiar, cuando por fin tenemos un sistema educativo que garantiza la igualdad de oportunidades, dejando al tesón, talento y trabajo de cada cual su trayectoria académica, se inventan los máster, que nos vuelven a diferenciar, una vez más, entre quienes pueden pagarlos y quienes no pueden pagarlos. Porque el “máster bueno” es caro.
El colmo de los colmos, el rizo del rizo, es pagar por el máster sin haberle prestado la menor atención, y colocarlo en tu currículo, como si tal cosa, sobre todo porque a mí, particularmente, me dan exactamente igual los másteres que tengan nuestros representantes públicos. No considero que eso, ni cualquier otro título, certifique su valía como servidores públicos, que es en realidad lo que son o deberían ser. Valía, por otro lado, que forma parte más de una vocación, de un don, de un talante o de un compromiso, que de una titulación académica. A vueltas con esto de los másteres o de la formación de nuestros representantes públicos, me surgen varias dudas o reparos que no alcanzo a encontrar la respuesta adecuada. Les exigimos titulación, en lo que sea, y sin embargo nos da exactamente igual que un biólogo, o un médico o yo qué sé, un químico, sea el responsable de la cartera de Economía, por ejemplo. O que, del mismo modo, una filóloga ostente el Ministerio de Medio Ambiente. Para mí eso es como no tener titulación, porque de su área no tiene formación específica.
Por esta regla, que no sé si es la del tres o la del sentido común, no tengo claro cuál debería ser la formación de un Presidente de Gobierno. Un poquito de economía, para el dinerito, un poquito de ingeniería, para las carreteras, un poquito de psicología, para las relaciones y un poquito de, pongamos, inglés, para no estar siempre viajando con el traductor. A un responsable público, yo al menos, le pido amplitud de miras, no desatender el presente y tratar de adelantarse al futuro; le pido honradez, trabajo, compromiso y constancia; le pido saber rodearse de los mejores, saber trabajar en equipo y liderazgo; le pido tener siempre los ojos y los oídos muy abiertos, que no pierda contacto con la realidad. A un responsable público le pido sinceridad, saber reconocer sus errores y, sobre todo, le pido sensibilidad, para que siempre esté del lado de quienes peor lo pasan y para que nadie se quede en la cuneta. Me temo, que todavía no existe una licenciatura que abarque todos esos contenidos, y también me temo que ni el máster más caro y exclusivo sea capaz de instruir en esas materias. Desgraciadamente. 
 

lunes, 10 de septiembre de 2018

ESTAR EN FORMA



La Organización Mundial Salud, que de tanto en tanto nos da unos sustos tremendos, no voy a decir de muerte que queda mal en este caso, acaba de emitir un informe en el que alerta que más de una cuarta parte de la población adulta mundial no hace el suficiente ejercicio, o lo que es lo mismo: realiza menos de 150 minutos de actividad física moderada o 75 de intensa a la semana. Ahora esconda la piedra o arrójela, después de la pertinente suma. En concreto, y según este mismo estudio, casi un 27% de la población es muy sedentaria, que se mueve poco, vamos. Y sin embargo no estamos tan mal, ya que en Francia, Italia, Alemania, Reino Unido o Portugal la media es mucho más alta, situándose en parámetros cercanos al 40%. La OMS llega a decir en su estudio que la vida sedentaria es el “nuevo tabaco”, por lo perjudicial que resulta para nuestra salud. O sea: ni cigarrillos ni sofá, tal cual. En 2016, este mismo organismo mundial, señalaba que el 80% de los adolescentes tenían una vida excesivamente sedentaria, dejando claro que teclear en la pantalla del smartphone no cabe considerarse como “actividad física”. Vaya. No es de extrañar que en estos tiempos los futbolistas “duren” tanto, no hay relevo, me temo. Sin poner en duda estos datos, faltaría más, he de reconocer que me sorprenden sobremanera. Hasta hace unos años yo fui uno de esos sedentarios que señala el estudio, sí, lo reconozco, tabaco y sofá, y el primer día que puse el pie en una de esas grandes superficies especializadas en todo tipo de deportes, incluido el tiro con arco y el ajedrez, no pude dar crédito a lo que mi ojos me mostraban. ¡Tanta gente hace deporte!, me salió, incontenible y sincero, incrédulo. Y es que había mucha, pero mucha, gente.
Y esa percepción, y hasta sorpresa y estupor, incluso, de aquel primer momento no ha decrecido con el paso del tiempo. Todo lo contrario, ha ido a más y más. Le ruego que repita el siguiente ejercicio mental, nada complicado. Si le presta atención, se dará cuenta que las ciudades se han convertido en una especie de gimnasio abierto, sin techo, por el que cada día desfilan miles de corredores, ciclistas, caminantes, ataviados con sus correspondientes chándal, deportivas, camisetas, brazaletes para el móvil y demás aderezos. El uso de ropa deportiva ha crecido de manera evidente. Las tiendas especializadas se han multiplicado como Gremlins en un parque acuático, ya no son esos establecimientos residuales del pasado. Los supermercados de consumo generalista, esos donde compramos la leche, los huevos y todo lo demás, cada poco ofrecen ofertas de productos deportivos, que van de la ropa adecuada a los más diversos utensilios. En las panaderías hay pan fitness, que por cierto está bastante bueno; esos relojes tan feos que nos miden los pasos y las pulsaciones son una tendencia. En los centros de participación activa para personas mayores, los que fueron los antiguos y extintos hogares del pensionista, los talleres y actividades más solicitadas son aquellas relacionadas con el movimiento físico, del baile de salón al taichí. Y los gimnasios, ay los gimnasios, qué decir de los gimnasios, que se merecen un artículo propio y hasta una novela, llenos a reventar.
El querer estar en forma, el sentirte bien con tu cuerpo, el estar ágil y todas esas cosas que decimos y pretendemos, es una aspiración muy mayoritaria, no es, ni mucho menos, minoritaria. Por eso tengo la impresión que este tipo de informes, tal y como le sucede al PISA de la lectura, deberían incluir un histórico e indicarnos de dónde partimos. Y de donde partimos es de ese tiempo, no tanto lejano, en el que ni los propios deportistas profesionales tenían aspecto de deportistas y el ciudadano medio venía a gastar el tipo de José Sacristán en sus años mozos, que siempre lo he entendido como el prototipo físico de esa España entre las épocas. Como tampoco contempla este tipo de informes esa actividad física que se realiza subiendo a la azotea a tender la ropa, limpiando azulejos, corriendo tras tus hijos o tirando del carro de la compra, que no dejan de ser deportes sin medalla en las Olimpiadas. Deportes en los que las mujeres siguen siendo las profesionales y los hombres no pasamos de amateurs. Por suerte, cada vez somos más los hombres que asumimos un nuevo rol con la mayor naturalidad. Y es que la igualdad solo tiene efectos positivos, hasta a estar en forma te ayuda. Ponte el chándal. 

martes, 4 de septiembre de 2018

POESÍA


A diferencia de otros septiembres, siempre dolorosos o redentores a su manera, en esta primera columna de regreso no me voy a ocupar de las chanclas olvidadas, de la arena en las maletas, de las horas en el chiringuito o de las pulseras que hemos disfrutado este verano. No. Tampoco voy a hablar de depresiones posvacacionales, de nuevos y absurdos coleccionables a coleccionar, de los anuncios que nos anuncian la vuelta al cole o de esos folletos de gimnasios que se agolpan en nuestros buzones. No. Y tampoco voy a decir nada del Valle de los Caídos, de los tuits de Soto, de los fichajes no fichados, de los lazos amarillos o de la valla de Melilla. No. Hablemos de poesía. Cualquier momento, cualquier época del año, es propicia para reivindicar la poesía, para regresar a ella o para no olvidarla, pero tal vez en septiembre necesitemos más poesía. Por todo, por todos. Leo poesía todos los días, un poema al menos. No tengo un autor de referencia, son muchos los que se disputan ese trono sin premio. No puedo dormir si no he leído un poema, tal vez sea mi melatonina, tal vez sea mi particular oración de una religión sin tallas en los vanos pero con libros en los estantes. Puede que Carmena, la actual alcaldesa de Madrid, también practique esta religión sin catequesis y de ahí ese afán suyo por llenar la capital de poemas. Calles repletas de versos, poesía a granel, que no falte. Así, a priori, aplaudo la iniciativa, faltaría más.
He visto a los mejores poetas de su generación perder el aliento, la mesura y la lógica por participar en un festival, congreso o lo que sea, con o sin remuneración. Hay que estar, a cualquier precio. He visto a los mejores poetas de su generación perder los papeles, la compostura y hasta la honra por entrar en una antología publicada en un editorial de postín. Sí, lo he visto. Y esto que pretende Carmena es una especie de antología, por lo que ya han empezado los codazos, las cruzadas, los cafés, los abrazos y los zarpazos. No me gustaría estar bajo el pellejo del antólogo, si es que lo hay, que en estos casos es mejor parapetarse tras una comisión, que siempre es más neutra y hasta más anónima, y nadie se tiene que colgar la diana en el pecho. A pesar de los pesares, repito, me gusta la idea de Carmena, y entiendo que se cuelen en la selección esos nuevos poetas que venden sus recitales en ticketmaster, a pesar de la anemia de sus poemas, o esos otros poetas con libros de doce ediciones, a ediciones de 25 ejemplares, o esos poetas que son el eco de un eco de aquel eco que una vez tuvo su propia voz. Lo verdaderamente importante es que nos interesemos por la poesía, que dejemos de contemplarla como un elemento extraño o caduco, como si fuera uno de esos jarrones que se colaban en las listas de boda. Porque todo aquel que comience a leer poesía, aunque sea muy mala, patética incluso, tal vez inicie una vida lectora, que le conduzca por una escalera de emociones y también de calidad. Llámeme utópico, pero creo que se puede comenzar con Mortadelo para llegar a Philip Roth, y hasta leerlos al mismo tiempo. Como se puede empezar por Marwan, por poner un ejemplo, y llegar hasta Pablo García Baena, o a Pablo García Casado, y hasta a Bukowski, que eso ya es un viaje trasatlántico. Todo es leer, todo es tener inquietud y curiosidad, querer crecer.
He visto a los mejores poetas de su generación escribir los poemas más emocionantes, hermosos y luminosos que he leído, esa también es una gran verdad. La gran verdad. Lo que queda. Emoción y luz, tan necesarias siempre, no solo en septiembre, a pesar de esa oscuridad que nos fabricamos cada mañana, cuando suena el despertador. Ahora que lo pienso, puede que por eso acabe todos los días leyendo un poema, como antídoto a esa oscuridad mañanera que auguro cuando me voy a la cama. A lo mejor es que quiero soñar poemas, quién sabe. En cualquier caso, no está tan mal salir a la calle y, entre las prisas, los ruidos y los humos, toparte con unos cuantos poemas. Calles repletas de versos, poesía a granel, que no falte. Tampoco en nuestras vidas. Y no olvide esos gestos, palabras, caricias, que también son poesía, sin necesidad de estar escrita en un papel.