martes, 15 de enero de 2019

UN LUGAR EN EL MUNDO


Hay días en los que cuesta enfrentarse a la pantalla en blanco, muchos días, y por los más diversos motivos. No todos son tristes, o lastimosos, dolorosos los motivos. A veces es difícil porque esta vida nuestra tiene expresiones maravillosas, esos ratitos buenos que son tan escasos, esos sentimientos que a veces disfrutamos, esos besos, esas caricias, palabras que nos llenan, gestos que nos erizan la piel. A veces cuesta enfrentarse a la pantalla en blanco porque lo que el exterior nos ofrece, la vida real al otro lado de la ventana, puede llegar a ser maravillosa y es preferible disfrutarla que describirla, es preferible sentirla que imaginarla. Es preferible vivir que escribir. A mí, afortunadamente, me sucede mucho, y me siento un privilegiado por ello. Cambio una obra escueta, menguante incluso, por una vida plena, y lo contrario no me apetece sentirlo, por muchos premios, lectores o dinero que me aguardaran al otro lado. Las canas te enseñan el camino de la relatividad, aprendes el precio de las cosas, de los momentos, tienes plena conciencia de tu oficio, profesión o cómo diablos se llame esto. Y lo que se llame esto, y no es humildad, solo aceptación de la realidad, no es tan importante, si Vargas Llosa, Cercas, Vilas, Fernández Mallo, Aramburu, el mismísimo Houellebecq o yo mismo no volvemos a escribir una línea, si no volvemos a publicar un libro, un artículo o un poema no pasará absolutamente nada, nada de nada. Un pequeño/gran disgusto para unos pocos, tal vez una alegría para alguno, pero no se quemarán contendores en las calles ni nadie buscará arena bajo los adoquines, no. Nadie morirá por ello, tampoco nadie sanará, somos la brisa de los días, a veces una caricia, poco más, un segundo en la insignificancia. En un instante imperceptible. No somos tan importantes, y quien pretenda serlo, quien presienta o sienta tal importancia es que no tiene los pies en el suelo y levita sobre su propia arrogancia.
Me enfrento a la pantalla en blanco mientras una niña de rubio pelo rizado y aspecto angelical se enfrenta a la enfermedad en la aislada habitación de un hospital. Que las palabras no surjan, que las ideas se desvanezcan, que los dedos estén paralizados, es un mal insignificante que no estoy dispuesto a catalogar. Me enfrento a la pantalla en blanco mientras miles de inocentes siguen muriendo en el mar, devorados por sus frías entrañas, solo por haber cometido el error, el gran pecado, de haber nacido en un país diferente al nuestro. Me enfrento a la pantalla en blanco con los ojos metidos en la niebla, en la espesura de un inmediato futuro que huele a naftalina y anís seco, a betún de limpiabotas, a tocino y bacalao, a mal pasado, a ese ayer que no creíamos de vuelta y que nos acecha en el siguiente paso. Me enfrento a la pantalla en blanco, esta vez, con la intención de tatuarla de palabras e ideas que llevan demasiado tiempo retenidas por motivos que me sigue costando enumerar.
Tal vez el mundo se rige por ese incomprensible y absurdo orden que nos ofrece Marie Kondo desde su tronera digital. Ese mundo en el que parece que todos tenemos un lugar escogido en el que ubicarnos, pero yo sigo viendo el almacén patas arriba, completamente desordenado y me paso la vida abriendo cajas con la esperanza, como si me tratara de un Forrest Gump, de encontrarlas llenas de bombones. Pero no hay bombones para todos, ni cajas, y me temo que tampoco hueco. Pico y pala para construirnos uno, aunque sea en la fría humedad de la cueva más profunda, aunque no tenga puertas ni ventanas. Pero como las pequeñas plantas que milagrosa e incompresiblemente crecen en las grietas del cemento, la vida y sus sonrisas siguen estando ahí, tan cerca y tan lejos como nosotros mismos las veamos, al alcance de la mano o a mil kilómetros. Ese es el reto, escapar del cemento, de todo lo frío y duro, y buscar tu lugar en este mundo.

martes, 8 de enero de 2019

LA LISTA QUE NUNCA ESCRIBÍ

Y se acabó esta Navidad, que en mi caso particular ha sido extraña, atípica, emocional y difusa. Incluso feliz, de otra manera, sin la expresividad de la felicidad habitual. Ya se marcharon los Reyes Magos, dejando tras de sí una estela de carbón, magia y sonrisas. Y tal vez alguna ilusión maltrecha. En la generalidad siempre hay una excepción, que confirma la regla o la economía de escala, depende. Para este año no he redactado una lista con mis propósitos y enmiendas, ese programa electoral que nunca cumplo, ni aun pactando con mis otros yo. Y es que hay pactos que son un abrazo al diablo o a un erizo en estado de pánico, escoja. Pan para hoy y hambruna venidera, dice el refrán que se suele cumplir, y que algunos no se quieren aplicar. De haber confeccionado esa lista para este 2019, no me cabe duda de que en los primeros puestos habría escrito: abandonar todos los grupos de guasa. Todos, sin excepción. Sí, he dicho todos. Tengo una relación inestable con esta aplicación, la verdad sea dicha, me asquea, divierte, entretiene y aburre con semejantes intensidad y densidad –y hasta velocidad-, y para ello solo me basta saltar de un grupo a otro. Me han explicado, ya varias veces, pero yo no lo termino de entender, debe ser eso, que mi problema radica en que el guasa no es país para la ironía, ni la propia ni la ajena y que por eso no termino de entender ciertos mensajes. Será eso. Lo que tengo claro es que el aburrido, el tocapelotas y el chismoso encontraron su paraíso terrenal, sin olvidar sus aspectos más positivos, que alguno tendrá, digo yo. Durante años, en esa lista que no he escrito para este 2019, siempre coloqué dejar de fumar en un lugar destacado. Ha sido decirlo y el mono se ha colado en mi cabeza –pero cómo es la adicción, siempre ahí, al acecho-. Tres años sin humo cumpliré en este 2019, algo de lo que me siento especialmente orgulloso, por salud, constancia y personalidad. Ahí queda eso. La autocrítica en el congelador.
Recuerdo años en los que necesité más de una hoja para elaborar la lista de propósitos y enmiendas, recuerdo años en los que gasté más de un boli, un bic azul, que eso tiene un kilómetro de palabras, como poco, y a lo mejor me quedo corto. Puntilloso, exigente, inconformista, de todo un poco. Puede que con el tiempo haya entendido, a costa de malgastar hojas y secar bics, que no merece la pena imponerse tanto, que luego no somos capaces, y que, tal vez, con intentarlo, pensarlo, y hasta meditarlo, ya deberíamos estar contentos. Porque en lo esencial, en lo más básico, en la raíz, no cambiamos nunca. Nos retocamos un poco, maquillamos con cal los defectos más graves y evidentes, esas protuberancias de la superficie, y seguimos tal cual. Podemos cambiar alguna coma, algunas frases, pero nuestra particular historia ya tiene su estilo predeterminado. Personal e intransferible, construido a fuerza de años y decenas de listas incumplidas que ya no recordamos.
Si escribiera esa lista que he escrito otros años, para este 2019 tendría que pedir constancia, paciencia y algunas curvas de menos en el camino, que tampoco soy un amante de las carreteras de montaña. Precaución, amigo conductor. Aunque quién dijo miedo, que es un gas paralizante, y bloqueante y no sé cuántas cosas más. El miedo, mejor en el altillo, junto a esas hojas garabateadas con todas las listas que jamás se convirtieron en la realidad de nuestros días. También escribiría otras cosas que me guardo, que son como esos deseos que si se pronuncian en voz alta no se cumplen, y yo comparto ese miedo. Vaya, otra vez me ha salido la palabreja, y no, fuera, que al final tendré que hacer una lista y escribir en primer lugar No Miedo o Prohibido Pronunciar la Palabra Miedo. Aunque el esconderlo no te impide sentirlo. En cualquier caso, lo ignoro en la despedida y trataré de ignorarlo en los días por venir, en este nuevo año que se extiende como una niebla escocesa ante mi mirada. Comenzamos, con o sin lista, es indiferente, el camino y la vida forman parte de los propósitos y enmiendas. Papel y boli.

jueves, 3 de enero de 2019

UN AÑO DE MÚSICA (ESPAÑOLA)


No es un repaso musical de este 2018 que se apaga como una vela en la tormenta, para eso están los suplementos culturales, los especialistas y los centros comerciales. Solo se trata de compartir la música que he escuchado en los últimos meses y que necesariamente no se ha publicado en 2018, pero que yo sí la he disfrutado en este tiempo. Pero voy a decir la verdad, necesito hablar de Rosalía y no sabía cómo hacerlo. Pues sí, yo también considero El Mal Querer un discazo, una obra cumbre que será recordada, un nuevo punto en la geografía musical nacional e internacional. Me fascina esa arquitectura minimalista, ese flamenco emotivo –o lo que sea- desplegado en cuentagotas, ese duende electrónico. Y me encanta todo lo que rodea a Rosalía, esos vídeos que parecen rodados por el mejor Bigas Luna, esa pinta cani de electrodiseño, con frecuencia gracias al cordobés Palomo Spain, y esas declaraciones con tanto arrojo y firmeza, muy consciente de todo lo que hace y ofrece. Y es que por gustar, me han gustado hasta los memes, especialmente delirante aquel en el que competía en protagonismo con la Casa Real. No mencionaré al C Tangana, tampoco a Niño de Elche. En 2018 un grupo español, incluido en esa difusa categoría denominada indie, congrega a casi 40.000 personas en un concierto. Vetusta Morla mantienen esa frescura juvenil de sus comienzos, pero ya es una banda plenamente asentada, que tal vez debería aventurarse a dar un salto exterior. Tal y como hicieron, años antes, Héroes del silencio el primer grupo español que llenó estadios, dentro y fuera de nuestro país. Enrique Bunbury no solo sigue en activo artísticamente, que a veces suena a expresión lastimera, es que sigue estándolo a un nivel muy alto creativamente, lo que le permite ofrecer espléndidos trabajos, como es Expectativas, además de unos directos memorables, con seguridad los mejores de su carrera, en gran medida gracias a la compañía de Los Santos Inocentes, la banda que le acompaña.

Coque Malla es otro veterano con ímpetu juvenil. Lo que ha cosechado en los últimos años, y muy especialmente en este 2018, no es más que la lógica consecuencia de una de las trayectorias más sólidas, coherentes y brillantes del rock nacional. Volvamos al indie, aunque ya nadie quiera ser indie. Sidonie y Lori Meyers han cumplido 20 años de trayectoria, y lo celebran con recopilatorios y demás festejos. En este 2018 he descubierto a Viva Suecia, que considero la mejor noticia de la música española en los últimos años. Tanto en directo como en estudio, el suyo es un sonido genuino, personal, afilado y emotivo al mismo tiempo, que escapa, verdaderamente, de cualquier etiqueta. Llámelo Rock, que acertará. En su siguiente disco, en fase de grabación, han de revalidar todos los halagos, y tengo la impresión que lo lograrán, sobradamente. En este apartado de descubrimientos, anoto el aparatoso nombre de Rufus T Firefly, psicodelia vitalista y ecologista, que todo es posible, claro que sí. Más que interesante, igualmente, la banda paralela de Víctor, cantante de Rufus, Mucho, y que puede entenderse como su versión más Pop. No me olvido de otros murcianos, Second, que han regresado con nuevo trabajo. Espero que sea el que definitivamente les empuje a los escalones que realmente merecen, más arriba de la escalera.

Todas estas bandas, la música, no existirían o no las conoceríamos sin los canales de difusión. Una buena noticia de 2018 ha sido el regreso de la música en directo a la televisión. No era tan difícil, bastaba con querer. Y ahí tenemos a La Hora Musa, en La 2, Sesiones o Canciones que cambiaron el mundo, ambos programas de Movistar, para demostrarnos que la música en vivo tiene su público, como poco el mismo que llena los festivales. Acabemos hablando de ellos, de los festivales, que se han convertido en una especie de Alemania –con respecto a Europa- de la economía musical española: es mucho el dinero que mueven, porque somos muchos los consumidores. Que algunos son auténticos batiburrillos estilísticos, indiscutible, que bastantes son calcos de otros, claro, los nombres que giran son los que son, y que pueden llegar a ser caros, depende, haga la cuenta. Con sus ventajas y sus inconvenientes, propician que haya algo parecido a una industria musical en nuestro país, demostrando que economía y cultura pueden ir en la misma frase. Que no es poco. Porque mientras la música siga sonando, habrá esperanza.