lunes, 25 de febrero de 2008

LOMBILLA


No necesita ningún comentario esta genial demostración de lo que puede llegar a ser el humor gráfico.


domingo, 24 de febrero de 2008

¿TELEBASURA?



En su despedida, Aquí hay tomate batió su récord de audiencia, superando los tres millones de telespectadores. Curioso, para tratarse de un programa que no se veía, o, mejor dicho, que nadie reconocía verlo, entregados todos los teleadictos sesteros a las desventuras de esa frágil gacela que hace lo indecible por escapar de las devoradoras garras de las leonas. No sorprendió el Tomate en su despedida, se esperaba una traca mayor, más virulencia, una última exclusiva que desenmascarara a uno o una de las protagonistas del corazón. Aunque hay que reconocer la osadía de Carmen Alcayde y su mantilla negra –pícaramente romeraca-. La noticia de la defunción del programa ha ocupado un lugar destacado en todos los medios de comunicación de nuestro país, abriéndose de nuevo un amplio debate en torno a lo que muchos denominan como telebasura. Un término que yo aún sigo sin conocer su verdadero significado. ¿Qué es la telebasura? Normalmente se aplica a aquellos programas especializados en el mundo rosa o en los realitys de alta intensidad –en esos donde las familias se tiran los trastos a la cabeza o se comen a besos como si tal cosa-. También hay quien entiende la telebasura como espacios carentes de moral, en los que se traspasan fronteras infranqueables, capaces de todo por obtener la mejor audiencia. Teniendo esto en cuenta, como telebasura también se podría clasificar un informativo que vulnera los principios básicos del derecho a la información, por defender los intereses del Gobierno de turno –de lo que hemos tenido magníficos ejemplos en nuestro país, desgraciadamente.
Extrapolando el término a otros ámbitos de nuestras vidas y sociedad, también podríamos hablar de políticabasura, en donde cabrían los dictadores, los populistas o los corruptos. O la literaturabasura, carente de ambición artística, pero que se vende como churros hasta en los quioscos de las chucherías. O la comidabasura, que se aleja de los preceptos nutricionales, pero que te sientan de maravilla –no paso más de un mes sin visitar el burger-. O, incluso, el fútbolbasura, aquel que se concentra única y exclusivamente en la obtención de resultados, para desgracia de los amantes del fútbol espectáculo y para dicha de los aficionados de los equipos cuestionados, que suelen celebrar títulos de vez en cuando –Mourinho o Capello pueden ser dos espléndidos modelos-. Podrían ser otros muchos los ejemplos: periódicosbasura, médicosbasura, abogadosbasura, cinebasura, músicabasura…
Aquí hay tomate ya forma parte de la historia televisiva de nuestro país, codeándose con Informe Semanal, 1, 2, 3, Quién sabe dónde o Crónicas Marcianas. Programas que, olvidemos sus calidades o temáticas, han conectado y han enganchado con un amplio conjunto de la sociedad española. Chicho Ibáñez Serrador, icono de la televisión en España, propuso hace años la creación de un código moral/ético, una especie de Constitución audiovisual, que delimitara hasta dónde se podía llegar en un espacio de televisión. La propuesta, como es de suponer, cayó en agua de borrajas. Muchos son los que se han alegrado por la defunción del Tomate, arremetiendo contra una forma de hacer televisión que, en demasiadas ocasiones, se ha saltado esas reglas no escritas, pero que tal vez haya sido el secreto de su éxito. Indudablemente, el Tomate contaba con una producción espectacular, tratándose de un programa en directo, con un guión vibrante y contundente y con una pareja de presentadores que se complementaban perfectamente. Es decir, se trataba de un artefacto televisivo con todos sus elementos y mecanismos magníficamente engrasados. Y es cierto que en innumerables ocasiones se pasaron de esa raya que nadie se ha atrevido a trazar, pero en su descargo es justo reconocer que la inmensa mayoría de sus protagonistas habituales estaban encantados de aparecer en la pantalla. O sea: eran más frikis que el Tomate. La desaparición del programa, en cualquier caso, no cerrará el debate de la denominada telebasura. Esperemos que, al menos, alguien se atreva a explicarnos lo que es comestible, ético, reciclable, moral, visible o estético, antes de que el contenedor rebose y el olor sea insoportable.
El Día de Córdoba

miércoles, 20 de febrero de 2008

NO ES PAÍS PARA VIEJOS



No es país para viejos no transita en las alturas de Fargo o Muerte entre las flores, pero es una espléndida película. En realidad, cualquier película de los hermanos Coen es superior que el noventa por ciento de los títulos que la cartelera nos ofrece.

La interpretación de Bardem es precisa, punzante. Tommy Lee Jones disfruta de una madurez serena, efectiva.

El paisaje es un elemento argumental más.

domingo, 17 de febrero de 2008

ENAMORADOS



El otro día encontré dentro de mi buzón una octavilla publicitaria de una empresa de colchones que informaba de sus grandes ofertas para celebrar el Día de San Valentín. En pequeñas fotografías, mostraban más de una docena de colchones, algunos con un aspecto más que sorprendente – los había con forma de corazón, que supongo incómodo y poco gratificante-, de los tradicionales con muelles, hasta los innovadores de látex, que anuncian como la gran panacea con la que desafiar al futuro y sus circunstancias. Durante unos segundos traté de asociar la figura del célebre y celestino monje con los colchones, y por pura evidencia pensé en un amor acrobático y atlético, eminentemente sexual, y otro más relajado, reposado y onírico, directamente relacionado con el mundo de los sueños. Porque a un colchón, seamos claros, pocos más usos se le pueden dar, salvo en época de guerra, a modo de trinchera, o durante la niñez, perfecto como cama elástica hasta que los muelle asoman por las esquinas. No es de extrañar lo que dicen muchos: el látex no es amigo de la infancia. También es cierto que muchos escritores han creado su obra tumbados sobre un colchón, desde la relajación y la distancia. Lo de los precios especiales para celebrar el Día de San Valentín de esta empresa de colchones se puede entender como la más caricaturesca manifestación que la citada celebración nos ofrece, pero no es necesario ser un curioso empedernido para encontrar otras muchas que nos seguirían llamando la atención.
Balnearios, restaurantes, pastelerías, hoteles, perfumerías y floristerías se unen para mercantilizar sus productos en torno al 14 de febrero. Cajas de bombones con forma de corazón, llamativos ramos de flores, menús específicos, veladas de ensueño y paisajes deslumbrantes. Si usted está enamorado o enamorada, y quiere celebrarlo como se merece, y tiene un dinerillo, tampoco hace falta demasiado, que los precios oscilan de la modestia al lujo más exagerado y hortera, no se preocupe, alguien ya ha diseñado una velada mágica con la que sorprender a su pareja. Desde luego, aquellos que opten por lo de los colchones sorprenderán, lo lograrán, me refiero a lo de sorprender a su pareja, y de qué manera. También se organizan besadas colectivas, en donde miles de desconocidos le zampan un beso, hasta con lengua según quien te toque, al que tienen al lado, en una demostración/competición de amor instantáneo y anónimo. Abundan, por estos días, los recopilatorios musicales. Cada año nos venden las 100 o las 50 o las 15 mejores canciones de amor de la historia, o los mejores boleros, o lo que sea, que siempre suelen incluir una nómina repetitiva, a ratos edulcorada y cuando no gelatinosa. San Valentín, si es que alguna vez existió, nunca hubiera podido imaginar el monstruoso aparato de mercadotecnia que engendró, puede que conscientemente y que ahora sus descendientes, que dudo existan, estén nadando en la abundancia, cobrando los derechos de imagen y de reproducción –San Valentín estaba de acuerdo con el Canon, sí.
El calendario anual nos ofrece todo tipo de conmemoraciones, algunas esenciales y profundas, que esconden un verdadero sentido y necesidad para la colectividad, pero otras muchas que podríamos calificar como chorradas indefinibles –por aplicar una definición poco agresiva-. Que el amor y los enamorados tengan, tengamos, un día al año para gritarlo a los cuatro vientos me parece formidable, aunque el amor, cuando se siente y se ofrece, se exhibe por sus propios mecanismos sin necesidad de una campaña específica de publicidad. En cualquier caso, el recordarnos que expresemos lo que sentimos, decirle te quiero a la persona con la que compartimos nuestras vidas, tampoco lo debemos entender como algo ñoño, pesado o absurdo, y es que en demasiadas ocasiones permitimos que la rutina y el tiempo sellen nuestros labios. Y si ese te quiero, además, viene acompañado de un detallito, pues como dice ese refrán al que tantas veces acudimos: a nadie le amarga un dulce. Yo, por si acaso, escondí la publicidad de los colchones.


El Día de Córdoba

viernes, 15 de febrero de 2008

SPIN OFF (fragmento)



Casi todo se lo debo a mamá. Aparcó el sufrimiento junto a la cafetera -papá nos había dejado tres meses antes-, le puso la capota al cochecito y me empujó bajo la lluvia hasta las afueras de la ciudad. Mamá me llevó a mi primer casting cuando aún no había cumplido el año. Todo se lo debo a ella. Aunque bien es cierto, todo hay que decirlo, que yo era un niño rollizo y rubio -como sueco criado con caldo de cocido-, muy mono, y los del anuncio de pañales me escogieron a la primera. Un papelito corto, sin diálogo, claro está, pero intenso, el que me tocó interpretar. De cuando en cuando lo veo y me emocionó. Me anima: yo he nacido para esto.
Gracias a éste y otros anuncios me convertí en el hombre de la casa. Papá estaba en paradero desconocido (yo creo que mamá llegó a telefonear a Quién sabe dónde) y sobrevivimos con el dinero que yo ganaba. Era el chico más famoso del parvulario, del barrio y casi de la ciudad. Los periodistas me preguntaban y mamá respondía. Fui tan famoso que Julita, mi hermana pequeña, tuvo que ir al sicólogo, por un extraño caso de rey destronado, pero al revés. Ya le he perdonado todas las perrerías a Julita.
Hasta llegar a Tres generaciones participé en más de una docena de spots, mi cara la pegaron en las cabinas telefónicas y hasta desfilé en la pasarela. No guardo un buen recuerdo de los desfiles –e incluyo aquellos en los que participé posteriormente-. Ya podían ser diseños exclusivos de Agatha Ruiz de la Prada, pero yo no me encontraba cómodo dentro de aquellos vestiditos con forma de corazón y con las chapetas pintadas de morado. Pedrito, el más gordo -y cruel- de mi clase, recortó la fotografía de la revista y la pegó en el tablón de anuncios. La broma duró hasta final de curso. “Mamá”, le dije, “ya no quiero hacer más cosas de niña, no creo que sea bueno para mi carrera”. Mamá se sopló el esmalte de las uñas antes de responderme: “tú, todavía, no estás en edad de saber lo que es bueno o malo para tu carrera”. Pedrito, el más gordo de la clase, tuvo más argumentos para seguir burlándose de mí.
Dos meses después hice de niño de El libro de la selva, en un extraño desfile de ropa para niños. Cubierto por un ridículo taparrabos caminaba a cuatro patas por la pasarela mientras unas niñas disfrazadas de panteras hacían como si me arañaban. Nunca comprendí muy bien aquel montaje. Por suerte, en las fotografías no se me reconocía y no tuve que soportar la venganza del gordo Pedrito, el cruel.
Al cumplir los ocho años, dos días antes de mi cumple, para ser más exacto, superé la última prueba de Tres Generaciones. Os lo cuento con detalle. Mamá se quejaba del calor, del taxi sin aire acondicionado que habíamos tomado y de los cercos que el helado de vainilla estaba dejándome alrededor de la boca. También se quejó mamá, a los de la productora, de la cola que tuvimos que esperar hasta ser recibidos. Yo ya era una pequeña estrella -con un currículo avalado por spots y desfiles- y aquellos chavales repeinados y de chapetas coloradas no pasaban de meros animadores en fiestas familiares. Mamá siempre ha sabido cómo defenderme. A lo que iba: por fin me nombraron. Un señor con pinta de peluquero de cuartel nos indicó que lo acompañáramos, al tiempo que nos daba una pequeña libreta donde se podía leer el nombre de la serie.
En el trayecto -a través de un pasillo repleto de polvo y cables, y de niños que iban y venían-, mamá, andando casi en cuclillas, no cesaba de repetirme al oído: “tú repite todo lo que te digan, no pienses en la cámara, ni en los focos, ni en nada, hazlo como en el anuncio del perrito, igual, y seguro que nadie te quita esto, porque este papel lo han hecho para ti, ¿te enteras? No pienses en nada, en nada, sé tú mismo”. Mientras más asentía, más repetía mamá sus consejos. Que no dejaban de ser los mismos consejos de los otros castings. Y yo, claro, mientras, a lo mío, pensando en el abejorro que había acabado con Sonic en la quinta pantalla. Era un niño, sólo un niño –de ocho años-.
En el centro de un plató con las cortinas raídas, bajo la luz de unos focos capaces de obrar el milagro en José Feliciano, había una mesa con tazas y cajas de cereales. Enfrentados, a un lado, un vejete con nariz de cacatúa de zoo, y al otro, un tipo con más o menos la edad de mi madre, pero más guapo y aparente, como recién duchado. Un hombre con perilla me sentó en el centro de la mesa, en el lado izquierdo y me dijo que hablara cuando me tocara. No soy tonto, era un niño. “Tú eres el niño, él es Javi -el de la edad de mamá- y Paco es aquel -el abuelo-“. Sólo de nuevo, con aquellos dos desconocidos. Mamá, escondida en las sombras, tras los focos calentorros. Una voz, como de presentador de telediario, dijo: acción.



Spin Off (DVD Ediciones, 2001)

miércoles, 13 de febrero de 2008

AMY WINEHOUSE



Más allá de los escándalos televisivos y sus supuestas aficiones, merece ser escuchada con atención Amy Winehouse. Esta Nina Simone adicta al piercing y a los tatuajes, esta Edith Piath desgarbada, nos ofrece en Back to Black una revisión de aromas y sonidos que creíamos enterrados en los chasquidos de los vinilos.

domingo, 10 de febrero de 2008

COMO ANTES



Como de costumbre, el primero en llegar a la reunión es Ángel, pulcro, recién duchado, perfumado, cada pelo en su sitio, respetando el peinado inicial, impoluto. Lee la prensa, le pide a la secretaria que le haga llegar la agenda diaria, escucha la radio, Federico sigue en sus trece, y Ángel sonríe, se ha pasado un poquillo, pero es que el tío tiene su gracia. Minutos después, con gesto somnoliento, más moreno que de costumbre, como si se tratara del primer expulsado de Supervivientes, aparece Eduardo. Ángel le dedica una mirada de dos segundos antes de decirle: te estás pasando con los rayos UVA, que al final alguien te va a decir que eres el Obama español. Eduardo se mira en el espejo, descubre que sus ojeras han engordado, que tal vez no le vendría mal un retoquillo, una puesta a punto. Pues yo me veo como antes, responde Eduardo, orgulloso del bronceado que cubre su piel. ¿Y cómo se te ocurre decir que tienes un barco, no sabes cómo se las gasta esta gente?, le reprocha Ángel. Dije que tenía un barco pequeño, pequeño, eso lo tiene cualquiera hoy día en España, responde Eduardo, mientras se sienta frente a la pantalla del ordenador. ¿Qué le pasara a este conmigo, que parece que se le ha metido Espe dentro? Vaya tela cómo se ha despertado el tío, piensa Eduardo y calla. Se incorpora a la reunión Miguel, que, aunque ha adelgazado en los últimos meses, exhibe una barriga prominente y un enfado mayúsculo. Esto está peor que nunca, peor, es que tardas en aparcar más de dos horas, se queja amargamente. Pero es que a nadie se le ocurre venir con un Land Rover al centro de Madrid, ironiza Eduardo, y sonríe con malicia, buscando la complicidad de Ángel, que hoy parece enfadado con el resto del mundo. Eduardo, para que tú lo sepas, a mí me gustan los coches como los de antes.
Por fin, se incorpora a la reunión Mariano, que con las prisas aparece con el nudo de la corbata arrugado. ¿Qué podemos vender hoy?, le pregunta a su equipo. Yo ya lo tengo: vamos a plantar quinientos millones de árboles en esta legislatura, dice Ángel, eufórico. ¿Pero caben tantos en España?, pregunta Eduardo. Hombre, si lo contemplamos como una medida para erradicar el paro… divaga Miguel. Pero Ángel, si mi primo me dijo que lo del cambio climático no es tan importante, cómo voy a salir yo ahora diciendo eso, reflexiona Mariano. Precisamente por eso, asevera Ángel. Suena el teléfono móvil de Mariano, y tras comprobar quién lo llama, se levanta con gesto de resignación y abandona el despacho a toda velocidad. Tras unos segundos en silencio, Mariano eleva la voz y los que permanecen dentro de la sala pueden escuchar la conversación. Que no, mujer, que no, que lo de doña Cuaresma no iba por ti, que se trata de un juego de palabras, que no te lo tomes a mal, mujer, tranquila, ya verás como todo vuelve a ser como antes. Lo que tiene que aguantar éste, dice Eduardo. Anda que con José María iba a pasar algo como esto, suspira melancólicamente Ángel. ¿Os acordáis cómo eran antes las cosas, cuando era él quien ocupaba ese asiento? Qué energía, qué claro y convincente. Todo un líder, reflexionan en voz alta, procurando no ser escuchados.
Mariano regresa de nuevo al despacho, y le sugiere a su equipo que bajen a desayunar. Una cafetería tradicional, con barra de aluminio y pizarra informando de las tapas y sus precios. Qué desean los señores, pregunta el camarero, un joven ecuatoriano. Yo, hoy, me salto el régimen, me vas a poner una tostada con manteca colorá, desprende entusiasmo Miguel. Lo siento, señor, no tenemos manteca, le indica el camarero. Pues una con aceite, responde contrariado Miguel. Tú pides unas cosas más raras, bromea Eduardo. Es que ya no hay camareros como los de antes, asevera Miguel; ya lo creo, asiente Ángel. Además, esta gente ha descubierto las bondades de la Seguridad Social y se plantan en urgencias, las colapsan, para hacerse una mamografía en quince minutos, mientras que en su país tardan nueve meses. Vaya qué si. Estoy de acuerdo contigo, Miguel, pero eso no lo vayas a decir nunca en público, que me hundes la campaña, que parece que estás reconociendo que la Seguridad Social no va tan mal como nosotros decimos, le indica Mariano y el resto del equipo asiente orgulloso la respuesta de su jefe. Si éste, después de todo, si quisiera, podría conseguir que las cosas fueran como antes, piensa Ángel y calla.
El Día de Córdoba (10-2-08)

sábado, 9 de febrero de 2008

¿QUÉ HAN HECHO CON EXPIACIÓN?



Dicen que una imagen vale más que mil palabras. Esta teoría no es aplicable a la adaptación cinematográfica de Expiación. La maravillosa novela de McEwan es en la pantalla una historia lineal, hueca, intrascendente.
Dónde está el calor... No hay sudor.

martes, 5 de febrero de 2008

ANDRÉS PAJARES ES BISEXUAL¡¡¡¡¡¡¡


Aún sigo conmocionado, apenas puedo articular palabra. Andrés Pajares ha reconocido que es bisexual. O sea, que lo mismo le gusta la carne que el pescado, y hasta las coles de Bruselas, si se las ponen por delante. Tras las sorprendentes declaraciones de Pajares, tras contemplar como Alfredo Landa llorisqueaba emocionado en la gala de los Goya, como un niño, sólo nos queda Fernando Esteso como gran ejemplo, santo y seña, del Macho Hispánico -especie en vías de extinción.


Fernando, confiamos en ti, no nos defradudes.

domingo, 3 de febrero de 2008

EL DECORADO DE LA MUERTE


En mi familia, al menos, el Gutiérrez y el corazón no se llevan demasiado bien, no hacen buenas migas. Cuando menos lo esperamos, nos falla, se nos para, nos morimos en un segundo, sin tiempo para la reacción. Y da igual que tengamos 62, 75 o 41 años, sucede. Primero fue mi padre, mientras se peinaba. Hace cuatro años le tocó a mi hermano, mientras dormía –demasiado pronto-. El pasado domingo, mi tío Mariano -hermano de mi padre-, cayó al suelo muerto, mientras paseaba por el campo. Anticipadamente, mi tío tuvo la muerte que siempre deseó: instantánea, indolora, fulminante. Pasó del ser al no ser sin medias tintas, sin enfermedades relevantes. Ocurrió a la una y media de la tarde, en los alrededores de El Carpio –su pueblo natal-, previamente ya había dejado preparada la comida. Buscaba cardos y vinagreras entre los matorrales. Y en que sus últimos años, tras una vida azarosa y rocambolesca con constantes idas y venidas, mi tío Mariano se había convertido en una especie Robinson moderno –o un Macgyver ruralizado- y consumía los huevos que sus gallinas criaban, los tomates que plantaba o las cebollas que encontraba en el campo. Hace poco estuvimos comiendo juntos, en los días previos a la Navidad, y me regaló un pavo que había engordado durante meses con maíz. Más de diez kilos de pavo que con gran dificultad pude acomodar en las bandejas del congelador. Los encuentros con mi tío Mariano siempre concluían resucitando lo que había sido su vida –una epopeya galdosiana-, que todos sus familiares escuchábamos con gran asombro, incrédulos en numerosas ocasiones, deslumbrados por su intensa capacidad para vivir, para adaptarse hasta a las condiciones más extremas y variopintas. En más de una ocasión pensé en la posibilidad de regalarle una grabadora donde registrar todos sus recuerdos, y es que la de mi tío Mariano fue una vida que hubiera dado para varias novelas, abarcando, incluso, muy diferentes géneros, del drama a la comedia, pasando por el suspense y las aventuras. Desgraciadamente, no fui previsor, muchas de sus vivencias se han ido con él a la tumba.
Por el fallecimiento de mi tío pasamos muchas horas en el tanatorio, y volví a introducirme en ese decorado macabro y consumista que rodea la muerte, y que me es tan familiar, desgraciadamente, pero al que no terminaré nunca de acostumbrarme. En una vitrina exhiben los diferentes modelos de camisas y corbatas para el fallecido, con unos negros y blancos de la España hambrienta de la posguerra que te hacen estremecer. Aunque estuviéramos en enero, las rebajas no han llegado a los tanatorios. En enormes escaparates te muestran, como si fueran un pequeño centro comercial, las diferentes coronas, ataúdes o urnas –para aquellos que escogen la incineración-. Pero también hay catálogos de vehículos funerarios, de nichos, de lápidas, de imágenes, de todo aquello que guarda cualquier parentesco con la fría y gélida muerte. Pero el decorado de la muerte es aún mayor que las representaciones más gráficas y cualquiera que haya pasado una noche en un velatorio lo ha conocido. Me refiero a los ronquidos, a los recuerdos compartidos, a los bocadillos mal digeridos, a esos cafés que nos dejan la garganta agrietada, a las tortillas y las empanadas que comienzan a llegar como por arte de magia, a los llantos, al dolor. La muerte y el dolor activan el reencuentro, y en un velatorio recuperas tu pasado en esos tíos lejanos que apenas conoces, encontrándote con esa prima que no ves desde hace quince años, resucitando tu infancia con un amigo con el que no charlas desde tu paso por el colegio. No medí bien el tiempo, la muerte siempre nos sorprende, y no le regalé a mi tío Mariano la grabadora, pero una noche en un tanatorio, formando parte de su decorado, dan para mucho.
El Día de Córdoba (3-febrero-2008)

viernes, 1 de febrero de 2008

DON ERNESTO



En sus correrías en nuestro país, todos lo conocían como Don Ernesto

Desde hace unos días, vuelvo a leer las obras españolas de Hemingway. Fiesta, Muerte en la tarde, El verano peligroso, Por quién doblan las campanas.
Sencillo y genial, arquitectónico y resbaladizo, sangre y coñac, muerte y pasión.