En
la misma semana que cuatro componentes de la tristemente célebre y conocida
como La Manada se sientan en el
banquillo, para ser juzgados por un supuesto caso similar al que fueron
condenados en Pamplona, por primera vez se rompe el consenso institucional en
la Diputación de Córdoba, así como en otras instituciones de otras provincias y
comunidades autónomas de todo el país, sobre un tema tan grave, serio y atroz
como es la violencia de género. Está claro, porque lo han repetido una y otra
vez, hasta la extenuación, como un mantra, que no están de acuerdo con la
denominación violencia de género, ya no digamos violencia machista o violencia
contra las mujeres, porque simple y sencillamente entienden que esa violencia
no existe o no es tanta ni tan frecuente como se comenta. Prefieren términos
más light, menos significativos, como violencia intrafamiliar o violencia en el
ámbito doméstico, que son definiciones que albergan todo y no señalan nada,
como si hubiera miedo, o yo qué sé, a que los hombres saliéramos mal parados.
La realidad es, porque las cifras están ahí, porque las estadísticas y las funestas
sumas no engañan, y eso que lo contamos oficialmente desde no hace tanto, que
los hombres salimos mal parados cuando nos referimos a violencia de género.
Porque somos los hombres los que asesinamos a nuestras parejas o exparejas. Esa
es la realidad, y querer tratar de ocultarla bajo denominaciones ambiguas o
aglutinadoras es absurdo. Como también es absurdo insistir en ese falso y
malintencionado discurso sobre las denuncias falsas en los casos de violencia
de género, ya que las estadísticas reales nos muestran ínfimos porcentajes, que
no se acercan, ni de lejos, a la generalidad. Por este descreimiento hacia la
violencia de género, lo que se había conseguido con tanto esfuerzo se ha roto y
ya no hay una unanimidad institucional, como ha existido durante décadas.
Yo
no soy mucho de creer en las coincidencias, a pesar de que la RAE aceptase
serendipia como animal de compañía, y por tal motivo me llama mucho la atención
la información que se ha difundido esta semana por diferentes canales. El
abogado defensor de La Manada, siempre
creeré que La Piara es más acertado, conocido
porque sus declaraciones no suelen dejar indiferente a nadie, por ser suave,
supuestamente habría contratado detectives para seguir a las chicas violadas
con la intención de demostrar que no estaban tan traumatizadas, ya que salían a
la calle, iban al gimnasio y hasta subían fotografías a sus redes sociales.
Porque para este abogado, tal y como es fácil deducir tras conocer su supuesta
estrategia, las mujeres que han padecido una violación deben estar escondidas,
apartadas, de luto permanente o similar. Es curioso, y ya ha comentado con
anterioridad que no creo en las coincidencias, que este abogado, y según
señalan determinadas informaciones, hubiera sido tanteado por esa formación
política que ha roto el consenso con respecto a la violencia de género, para
ingresar en sus filas. Como poco, es curioso.
Lo
que no es nada curioso, y sí muy triste, es volver a comprobar qué fácilmente
podemos retroceder en todo lo relativo a los derechos de las mujeres. Sus
conquistas, que son las conquistas de todos, y quien no lo vea así no cree en
una sociedad entre iguales, no están fijadas sobre acero o cemento, sobre
cristal. Sobre techos y suelos de frágil cristal, que rompemos cuando nos
conviene. Lo hicimos en los peores años de la crisis, relegándolas a las peores
condiciones laborales, y lo volvemos a hacer ahora, con la excusa de la
inmediatez política. Un 25 de noviembre más, nos volveremos a escandalizar con
las cifras arrojadas por la violencia de género, nos estremecerán los amargos y
trágicos relatos que no son extraordinarios, que son cotidianos,
desgraciadamente. Y todos, todos, insisto, contamos con la capacidad de acabar
con esta lacra que nos degrada como sociedad. Porque su erradicación está en las
manos de todos y cada uno de nosotros. Sí, en las de todos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario