martes, 19 de noviembre de 2019

EL TIEMPO DE LOS GURÚS


No voy a escribir sobre las elecciones, ya hemos tenido demasiados análisis sesudos. Tampoco sobre las poselecciones, con más juego si cabe. Con su cigarro en la cama, amor. Tampoco voy a escribir sobre Rosalía, tra tra. El tiempo de los gurús, dirán de este tiempo en el futuro, cuando los gurús dominaban la tierra, y la política era estrategia. Tal vez se encuentre en un yacimiento arqueológico, dentro de 2.230 años, a un gurú embalsamado, abrazado a una tabla de Excell. El amor en los tiempos del Excell, demasiado fácil. Pero eso sería una sorpresa menor. Quisiera pensar. Y nos estudiarán con gesto aturdido, más que sorprendido, al comprobar el tiempo que le dedicábamos a las redes sociales. La antropología venidera. En ese tiempo futuro, ya no me atrevo a vaticinar nada, dada nuestra innegable capacidad involucionista, tal vez este presente se contemple como una especie de excepcional psicodelia existencial, en nada parecida a los otros periodos históricos. Largo fío, eso es pensar demasiado bien de nosotros mismos, y no sé si me refiero a lo excepcional o a lo psicodélico. Yo no me voy a poner unos pantalones de campana, que ya estoy más que acostumbrado a las estrecheces de ahora y no estoy dispuesto a volver a reciclarme. Hubo un tiempo, y eso nadie lo ha estudiado, y se debería estudiar, que nos quitábamos los pantalones con las zapatillas de deporte puestas. Eso lo hemos hecho todos, todos, y no mire hacia atrás. Y hasta nos hemos caído, en más de una ocasión. Finalizada la maniobra, si hubiéramos cronometrado el tiempo empleado nos habríamos dado cuenta que haciéndolo como es debido habríamos tardado menos. Pero ya no seríamos nosotros, ya no estaríamos entregados al atajo, al pastiche, al churneo, como lo estamos, que lo estamos mucho. También puede ser que estemos protagonizando un remake de nosotros mismos, en bucle.
Eso lo pienso mucho cuando veo una de esas películas. Las buenas ideas que tuvimos en el pasado las repetimos tantas y tantas veces que las acabamos distorsionando, hasta que las convertimos en malas ideas. No hay remake bueno, que yo recuerde. El otro día vi uno de una película que no fue una gran cosa en su momento, pero al menos se dejaba ver. Pues hasta en la canción, en la versión, era peor, en todo. Eso nos sucede. Y eso no es reciclaje, aunque tampoco me atrevo yo a definirlo, que eso es cosa de la antropología o de los gurús, que entienden de todo. Antes, todavía quedan algunos por ahí, había muchos gurús en las madrugadas haciendo sus pronósticos y cobraban al que consultaba a través de una tarifa carísima en su teléfono. Siguen siendo caros, más caros me temo, pero ya no los vemos, a los carísimos, digo, en los programas de madrugada. Ahora son más de despachos, de reservados en restaurantes de los buenos, esos con frascas de pacharán y licor de hierbas, bien frío, regalo de la casa, cuando acabas de comer. Y ahí, en ese preciso momento, cuando las copas se llenan, es cuando el gurú toma la palabra.
Esta pasada semana, entre nubes y lluvia, cuando me han dejado y he podido, he subido varias veces a la azotea, a tender, a mirar, a contar, no sé, de vez en cuando necesito hacerlo. Estuve buscando a algún gurú en las azoteas, que son unas troneras estupendas para contemplar la vida, lo que pasa en la calle, pero no encontré a ninguno. No sé si me extrañó. Ha sido una semana de azotes y abrazos, de bruma y sol, de blancos y negros que los son dependiendo de los ojos que los contemplan. Nada de lo que extrañarnos, nada de lo que asustarnos. Como ese cuento del lobo, que es una parábola que siempre se cumple, nos han asustado tanto y tantas veces que ya es muy difícil asustarnos. Esperemos que no llegue el gran susto, el real, porque ese nos cogerá dormidos, indefensos, sin tiempo de reacción. Mientras tanto, seguiremos esperando a que nos lo anuncien, entre sustos y bostezos. Desde las azoteas, a ras de suelo. Y eso sí, quitándonos los zapatos antes de bajarnos los pantalones.

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