Escoja
entre el verbo o la geografía. Se mondan con facilidad, pero realmente su
nombre es mandarinas, dicen. Y todavía no nos habían llegado los rollitos
primavera, el arroz tres delicias o el cerdo agridulce. Lo de las tres delicias
debe ser algo parecido a lo de la Santísima Trinidad, porque sigo sin poder
entenderlo. ¿Tres delicias, cuáles? Las mandarinas son como ese acuse de
Correos que el cartero nos deja en el buzón: el anticipo de una evidencia. La
verdad es que ahora tenemos naranjas, tomates o calabacines todo el año y no
cuando tocan y esa magia, en parte, la hemos desvanecido. Misterios de la
ciencia o de cómo se quiera llamar eso. Pero en realidad, más allá de la
ciencia, que tal vez sea la propia naturaleza lo que hay más allá, cada cosa
tiene su tiempo. Como las espinillas, como la selectividad o como el primer
amor, y hacerlo a destiempo, cuando ya Peter Pan es un señor con hipoteca, se
convierte en una anomalía. Lo queramos o no, nos gustara o no, de izquierdas o
de derechas, o de ese centro que ya no existe, el que Franco siguiera estando
en un edificio público, junto a muchos de los que fueron sus víctimas, era una
gran anomalía. Sí, lo era, y considero que es un asunto que no admite discusión
–aunque todo se puede discutir, claro-. Todas las democracias consolidadas del
mundo lo son, en parte, porque han sabido enterrar a sus fantasmas, a lo peor
de su pasado. Y en ese pasado podemos encontrar al poder de las religiones y
también a los dictadores. España mantenía esa herida abierta, esa anomalía que
nos diferenciaba y que esta semana, con muchísimo retraso, ha quedado resuelta.
Y tal vez nos quedemos cortos. Ojalá desenterrar a Franco suponga, también,
desenterrar al franquismo, que es la gran asignatura que nos queda como país,
como sociedad y como conciencia colectiva, si pretendemos cerrar la puerta de
ese pasado que fue tan ingrato y tan atroz para tantos millones de españoles. No
es un asunto ideológico, es convivencia, respeto, memoria, nada más.
En
este tiempo de las naranjas, que es tiempo de las pocas certezas con las que
contamos, todavía hay quien se sorprende por las declaraciones de la escritora
Cristina Morales, tras serle concedido el Premio Nacional de Narrativa, por su
novela Lectura fácil. Menudo lío,
menudo follón, le han pedido que devuelva el premio, que se vaya de España, que
ojalá arda el dinero ganado y no sé cuántas condenas más. Sin coincidir con la
escritora en sus planteamientos, no tratemos de amansar a los creadores, no los
queramos convertir en lo que nosotros deseamos. Porque, con frecuencia, parece
que solo los queremos para que nos hagan pasar un rato, leyéndolos o viéndolos
interpretar, pero que luego sean mesurados, moderados y que piensen como
nosotros. Los creadores, los intelectuales de todos los tiempos y épocas se han
caracterizado por ir a la contra, por enfrentarse contra lo establecido, por
ser azote, incluso desde la ilógica, desde la sinrazón, pero es que tal vez ese
sea su papel: ser diferentes. Estar a disgusto, mirar con otros ojos, no caer
en la rutina, espada y trueno, vozarrón en el silencio, la estopa de los
moderados, el grano en el culo. No es Cristina Morales una excepción, y pidamos
que ella misma y otros más, no caigan en el conformismo, porque siempre necesitaremos
otros puntos de vista y otras ideas, aunque no las compartamos y no nos gusten.
En
este tiempo, tiempo de las naranjas, vuelvo a leer el poemario de Juan Ramón
Campos, amigo y poeta, que es compatible. Y
no madurará en la rama sino en la mesa, cuando busco las raíces entre vosotros,
por eso celebramos su cogida, porque la luz pudrirá el fruto. Pertenece a
su libro titulado El secreto de sus
naranjas, no es un libro de temporada, puede leerlo en cualquier época del
año, y hasta cualquier año. Poemas para pensar y repensar en tiempos pasados y
presentes, en lo que se fue y vuelve de otro modo, o tal vez no vuelve. Aunque
la ciencia lo intente, y nos engañe, las naranjas volverán otro otoño,
recreando esas banderas anaranjadas que no ondean en los mástiles de las ramas.
Esas banderas que son los colores de una patria sin fronteras y sin rencores.
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