No ha terminado el Black Friday cuando nos
zambullimos, casi sin pausa, en el Cyber Monday, que suena a algo
relacionado con La guerra de las galaxias, pero no, es el día, o el
lunes, dedicado a la venta por Internet o algo así. Hay quien se obsesiona con
estos fenómenos, se sienten horrorizados, y utilizan sus troneras de opinión
para calificar o descalificar a quienes se atreven a seguir estas tendencias. Y
así, la sucesión de improperios suelen aflorar en las diferentes fechas
señaladas, dejando a las claras la disconformidad, pero también la mala
educación. No creo que sea necesario tener que recurrir al insulto para
defender o atacar tal o cual postura, por muchos ejemplares que se vendan de
sus últimas novelas. Y es que empiezo ya estar más que cansado de esos
opinadores profesionales que convierten sus teorías en dogma y que no hacen
nada más que ahondar en la diferencias entre unos y otros, como necesitados de
ondear siempre la bandera de la victoria. Y tal vez la vida no sea una batalla
perpetua, o que lo sea para quien solo sabe vivir en el conflicto. A mí,
sinceramente, no me genera ningún tipo de sentimiento negativo esa facilidad
nuestra, tan española, por cierto, para adoptar y asimilar con absoluta
normalidad ciertas modas, fiestas y tendencias. Históricamente, por ejemplo,
nos hemos abrazado a todos los pueblos y culturas que nos han invadido,
colonizado, descubierto, y por lo tanto no hacemos más que cumplir con la
tradición, y por otro debemos reconocer que tal vez no haya nada más español
que apuntarse a todas las fiestas, y Halloween y San Patrick son dos estupendos
ejemplos. Viva el vino.
El otro día, en un debate, el que fuera primer ministro francés, Manuel
Valls, se preguntaba si el español sabe lo que es realmente ser español. Yo
amplío la pregunta, qué es realmente lo español, lo genuino, lo auténtico,
nuestras verdaderas señas de identidad. Tal y como sucede con la alineación de
la Selección Española, si cada uno de nosotros redactásemos una lista de lo que
consideramos “lo español” puede que coincidiéramos en bastantes y que
discrepáramos también en bastantes, me temo. Y es que estoy completamente
seguro que para un gallego y para un andaluz, por ejemplo, la lista no llegaría
a coincidir en un 60%, y puede que en menos. Lo curioso es que esa resistencia
denodada de algunos por lo externo, debería partir de una numantina defensa de
lo que consideramos como nuestro, como lo auténticamente español, y no siempre
se produce. El jamón y el aceite de oliva son dos ejemplos muy ilustrativos
sobre todo esto. Nos vanagloriamos de nuestro jamón, se nos llena la boca
exaltando sus virtudes, pero sin embargo no es un producto que se exhiba como
merece en los grandes restaurantes españoles, se me viene a la cabeza, en esta
semana que se han conocido las nuevas estrellas neumáticas. ¿Conoce usted un
restaurante en el que ofrezcan jamones con las distintas denominaciones para
ser cortados, bien cortados, en ese mismo instante? Me temo que no. Con el
aceite de oliva sucede tanto de lo mismo. España recibe millones de turistas al
año que, obviamente, desayunan en nuestros establecimientos, y qué hacemos
nosotros. En vez de utilizar el aceite como un expositor publicitario, les
ofrecemos aceiteras mil veces rellenadas, con aceites de dudosa procedencia o
de calidad ínfima, en demasiadas ocasiones... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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