Me gustaría dedicar todo este artículo a The
Leftovers, que es la última joya que me ha proporcionado la televisión, o
el cine que se emite por televisión como llaman ahora. Si contará con seis
páginas de periódico, no creo que pudiera contarles el argumento, de qué va,
aunque tal vez todo se resuma en una sola palabra: pérdida. Cómo reaccionamos,
cómo nos sentimos, qué somos capaces de hacer para curarla. No sé. Me lo pienso
un rato y lo intento unos renglones más adelante. Dicen que las segundas partes
nunca fueron buenas, hasta que llegó Coppola y filmó ese universo
cinematográfico que es El Padrino II. Tal y como me sucede con el Quijote,
que cada ciertos años lo leo y lo celebro como un gran acontecimiento, porque
para mí realmente lo es, de cuando en cuando me preparó una olla de espaguetis
boloñesa y me paso todo un día viendo los Padrinos. Coppola nos quitó el
miedo a las segundas partes, pero la realidad es que el refranero se sigue
cumpliendo, más de lo quisiéramos, y tal vez por eso todavía no haya ido a ver Blade
Runner 2049. Y lo acabaré haciendo, pero de momento no me he atrevido.
Dentro de mi mitomanía cinematográfica, que es muy amplia y diversa,
ciertamente, los replicantes ocupan un lugar de honor. Jamás me podré olvidar
de esas lágrimas bajo la lluvia. Lo paradójico es que el primer Blade Runner
fue una obra maestra tardía, como si se tratara de un vino, hasta que no
pasaron los años, y viendo que se mantenía sin avinagrarse, no se habló con
gravedad de la peli de Scott. No le sucedió lo mismo que a El Padrino o
a La lista de Schindler, no, que fueron clasificadas como clásicos casi
desde el mismo día del estreno. A Blade Runner le costó, pero lo consiguió.
Podríamos hablar de otras segundas partes más o menos memorables, pero no
hablemos nunca de eso que llaman remakes y que normalmente solo
consiguen engrandecer la obra original. Psicosis, es un magnífico –y
terrible- ejemplo.
Qué más les puedo contar de The Leftovers.
Nada de la trama, que seguro acabo haciendo spoiler, y no quiero, sería
mi última intención. La banda sonora, cómo juegan con las versiones, que se
adhieren a la historia como una piel sonora que te roza la piel. Hablando de
segundas partes, termino de dos sentadas la segunda de Stranger Things y
me descubro ese sombrero metafórico que nunca es una realidad sobre mi cabeza.
Sigue siendo ese batiburrillo de juveniles y efervescentes referencias
ochenteras, de los Goonies a Super 8, pasando por E.T. y
los Bicivoladores, con su poquito de Poltergeist y Alien,
bien cubierto todo de laca en spray y banda sonora a la medida, de baile de fin
de curso, como aliño. Y aún así, lo que ya no debería ser una sorpresa en esta
segunda entrega, porque es más de lo mismo, nos sigue enganchando. Gran mérito
el de los Hermanos Duffer, debo reconocerlo, que han diseñado un artilugio que
funciona a la perfección, pero sin agotar la trama y sus personajes, tampoco el
decorado, que en esta serie es tan fundamental, y sin agotar, sobre todo, al
espectador. Todo lo contrario, te quedas con ganas de más, ya espero con
impaciencia la anunciada tercera entrega.
No puedo decir lo mismo de mis queridos zombies... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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