No se me pasa por la cabeza competir con Rafalete,
ya me guardaría, que de Córdoba, sus personajes y sus cosas, y sobre todo de
San Agustín, sabe más que nadie, y lo demuestra cada domingo desde hace ya una
pila de años, desde que El Día de Córdoba llegó a nuestra ciudad. Sin
competencia, lo dejo claro desde el principio, hoy toca hablar de San Agustín,
que no deja de ser mi barrio, el baúl de mis recuerdos, el escenario de casi
toda mi vida. Y a lo largo de mi vida yo ya he conocido unos cuantos San
Agustín, esplendor, auge y caída hasta esta última resurrección –con forma de
plaza reformada- que no habrá de ser la última, tampoco será la primera, seguro
que no. San Agustín, como Santa Marina, San Lorenzo, la Corredera, Santiago o
San Pedro, puede entenderse como la Córdoba esencial, la raíz de la Córdoba
actual, a la que se han añadido barrios de bloques con portero electrónico y
zonas ajardinadas comunes, esa Córdoba de los planes de expansión y los planes
estratégicos, de las avenidas y de los centroscomerciales. Esa Córdoba
que no es de hace tanto y que para algunos es la Córdoba de siempre, y no, casi
no ha consumido el primer tirón de la cuerda del reloj del tiempo. Nací en la
Reja de Don Gome, donde ahora se ubica el patio de reciente construcción del
Palacio de Viana, en la planta baja de la casa de mi abuela. Es decir, no nací
en un palacio, nací en lo que ahora es parte de un palacio, que suena parecido
y no es lo mismo. Poco después mi familia se instaló en un piso, de los
modernos pero sin portero electrónico, de la calle Buen Suceso, cerca de la
Bodega Gallo, a nada de San Agustín. Podría contar mil historias de mi infancia
en el barrio, y hasta dos mil, pero prefiero conservar en la memoria, de la
intimidad, las emociones, los colores, los sabores de aquellos años. Años
felices, en cualquier caso.
El primer San Agustín que yo conocí era un lugar de
comerciantes, básicamente, al que no solo acudían los vecinos de la zona, de
buena parte de Córdoba llegaban por oleadas. Abundaban las pescaderías,
carnicerías y, sobre todo, las charcuterías, con las sardinas arenques
perfectamente colocadas en las puertas, en aquellas cajas redondas de madera... sigue leyendo en El Día de Córdoba
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