Espero que no me ciegue la procedencia, el orgullo
de procedencia y también de pertenencia, sí, orgullo, pero tengo la impresión
de que en este tiempo de secesiones, decisiones unilaterales, consultas,
referéndum y demás escenificaciones pseudopolíticas, Andalucía, los andaluces y andaluzas, damos una lección de
pertenencia y de nacionalidad, pero también de convivencia, de respeto y
aceptación. Los andaluces, aún contando con un elevadísimo grado de asimilación
de nuestra propia identidad, hablemos también de nacionalidad, no la empleamos
para evaluar posibles incompatibilidades con otras identidades y pertenencias
que asumimos con absoluta naturalidad; hablemos también de comodidad, incluso
de cotidianidad. Es decir, para nosotros ser muy andaluces no choca con ser muy
español, no establecemos una competición entre ambas identidades, no las
echamos a pelear, no las colocamos en una balanza, conviven armoniosamente en
nuestro interior. El concepto España y el concepto de Andalucía cohabitan en la
misma línea, en el mismo discurso, sin necesidad de giros, ni uno ni otro están
encriptados a presión en nuestra semántica emocional. No hay competencia. En
este sentido, y no excuso una supuesta vanidad que entiendo como una certeza,
somos un ejemplo a imitar en este tiempo de desafíos, enfrentamientos y
visceralidad. En este tiempo de nomenclaturas y definiciones rebuscadas,
artificiales en gran medida. En este tiempo de concepciones premeditadamente
encontradas, y que en muchos casos se plantean como una auténtica guerra de
sentimientos. Y los sentimientos, cuando son puros y verdaderos, no se
enfrentan entre ellos, conviven. Tampoco se miden o pesan. Y no se tasan, no,
por supuesto que no.
Soy consciente de que soy, somos, diferente a un
vasco, un gallego, un catalán o un extremeño, evidentemente. Me expreso de
diferente manera, mi ritmo, mi acento, el uso de jergas, esas vocales
imposibles que hemos creado a lo largo de los siglos, me diferencian. Disfruto
con fiestas y tradiciones que más allá de Despeñaperros no terminan de
comprender, y viceversa; contamos con climas diferentes, la luz que me
despierta cada mañana no es la misma, tampoco los olores y las tonalidades,
pero nada de eso me separa, ni cultural ni emocionalmente, de un canario,
valenciano o asturiano. Me, nos, diferencia, pero no me separa. No es lo mismo.
Es más, disfrutamos de esas diferencias, de sus olores, de sus colores y
sabores, de sus palabras, cuando las descubrimos. Del mismo modo que ellos las
disfrutan cuando conocen el Sur, Andalucía. Asumo y entiendo estas diferencias
como elementos enriquecedores, como los matices que podemos encontrar en
cualquier imagen, en un cuadro, en una panorámica que nos emociona e hipnotiza.
Y quiero seguir disfrutando y, sobre todo, compartiendo y conviviendo con estas
diferencias... sigue leyendo en El Día de Córdoba
No hay comentarios:
Publicar un comentario