El
fuego como elemento purificador, renovador o, simplemente, como destrucción. Y
tras las llamas, la ceniza del olvido, polvo que el viento del presente
transporta a su antojo de un lado a otro. El fuego que origina la combustión,
la esencia de la velocidad. El fuego que camina a tu lado. La velocidad de una Valera que bate record sobre pistas de
sal, allá donde se pierden los caminos y la geografía proclama su ignorancia. La
velocidad del fuego.
Rachel
Kushner en Los lanzallamas se abraza
a la naturaleza del fuego, purificadora y destructiva, para ofrecernos una
novela en la que entremezcla el diario vital, el origen, auge y caída del futurismo/fascismo, el Nueva York
frívolo, genial y alocado de los setenta, la lucha de clases o la juventud como
una etapa en constante transformación. Y también se abraza a la curiosidad de
su protagonista, Reno, testigo privilegiada
del tiempo que le toca vivir gracias a los personajes que la rodean, así como
del pasado que estos le narran.
Kushner
utiliza en Los lanzallamas
referencias que pueden sernos familiares a la mayoría, que nos han llegado a
través del cine, de la música o de la Historia, y que maneja con solvencia, sin
caer en la trampa de las imágenes prefabricadas o en la simplicidad de la
rememoración emotiva pero vacía, sin incidencia en la estrategia de la novela.
Es una de las principales características de Los lanzallamas, en apariencia carece de estrategia, no intuimos
una trama definida y en determinados momentos tenemos la sensación de que la
narración sigue el dictado de la improvisación, al son de las vivencias de Reno, su protagonista, o de la memoria
que recuperan en su presencia. Apariencia de improvisación, de fugacidad,
trazos gruesos, que no es tal.
Rachel
Kushner combina con habilidad el realismo más descarnado con la poética más
íntima, dotando al conjunto de la narración de diferentes pieles y texturas, ásperas,
suaves, cálidas, gélidas, siempre atractivas y atrayentes, de un modo u otro.
Feroz en el retrato, en la intimidad de los personajes, en la profundidad de
las situaciones, penetrante y directa en los diálogos, que emplea para afianzar
personalidades y emociones. Los
lanzallamas nos muestra un Nueva York desmayado, mísero en su ruina, y
entregado a los artistas que escapan de la nube de ceniza y una Italia que
trata de despertar de la pesadilla vivida durante décadas. Frivolidad y
Brigadas Rojas, la noche sin final, la rebeldía del hastío.
Y
por encima de su tiempo, por encima de quienes la rodean, incluso, Reno, artista y motera, permanentemente
traicionada, puede que utilizada, central protagonista de una obra con
tendencia a lo universal, por encima de lo concreto. Rachel Kushner consigue
que su curiosidad sea la nuestra y que el viaje no lo realice en solitario. Eso
sí, siempre sobre una Valera.
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