martes, 14 de octubre de 2014

LOS PLATOS ROTOS

Asumimos y aceptamos todas las explicaciones, sin preguntar, sin alzar la voz. Nos contaron que habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades, que habíamos gastado lo que no teníamos, que nos creímos que la bacanal era para toda la vida. Nos contaron que durante años estuvimos viviendo en una fiesta permanente, en una locura irreal, en la que nos excedimos en todo, absolutamente en todo. Nos acusaron de romper los platos rotos, toda la vajilla convertida en añicos, no dejamos ni una sola pieza, esparcida sobre el suelo, como un caótico tapiz. Y nosotros nos lo creímos todo, todo. Es más, tuvimos tan asumida la sensación de culpa, nos llegamos a sentir tan responsables, que comprendimos que merecíamos el correctivo que nos pronosticaban. Y llegamos a ver, con nuestros propios ojos, el confeti bajo la mesa camilla, botellas de vodka en la bañera, vomitonas en las macetas, coches de gama alta aparcados en la puerta, estupendas residencias veraniegas y los platos rotos, como una afilada y crujiente alfombra, esparciéndose sobre el suelo de nuestras vidas. Y no había nada, la fiesta nos pasó de largo, pero lograron convencernos de lo contrario. De hecho, estuvimos tan convencidos, lo contemplamos tan real, que aceptamos el castigo sin rechistar. Y no dudaron en aplicárnoslo, sin concesiones, con mano firme, directos a nuestros derechos, a nuestros empleos, directos al futuro de nuestros hijos.
Es cierto, sí, hubo una fiesta, una orgía en toda regla, salvaje, loca, pero no nos invitaron a todos, claro, reservado el derecho de admisión, como siempre. Es más, la mayoría ni nos enteramos de que estaba teniendo lugar la fiesta. Escuchamos la música lejana, muy al fondo, y confundimos las lluvias de confeti, las cataratas de alcohol, el brillo de las carrocerías, con un extraño y repentino efecto climático, con la ilusión de un segundo. Cada día nos cuentan con más detalle esa fiesta a la que solo tuvieron acceso unos cuantos. Ahora hemos sabido que, además de los sueldos millonarios, los privilegiados intereses en los préstamos y en los depósitos, los miembros del consejo de administración de Cajamadrid contaban con las ya célebres tarjetas B, u opacas o fantasmas y demás denominaciones que hemos escuchado en los últimos días. Conjuguemos el verbo robar, que lo explica mucho mejor, más concreto y certero en este caso. Nos contaron, no tenemos que forzar en exceso la memoriasigue leyendo en El Día de Córdoba

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