Me
ha costado mucho, muchísimo, ponerme frente a la pantalla del ordenador para
escribir estas palabras. Más que nunca. ¿Pará que escribir? Si me asomo medio
metro y contemplo las troneras que me rodean siento pudor, rubor y estupor. También
horror. A dos metros, el experto que todo lo sabe, que todo lo supo y que todo
lo sabrá. El sabio, y da igual el asunto, sabio en todas las materias, de la
hípica a la pesca, de la política a la ópera. Y ahora, claro, también sabio en
pandemias. Más allá, el “ya te lo dije”, que es el sabio a posteriori, el de
los ajos y el salmorejo, el adelantado a su tiempo, sobre todo cuando el tiempo
ha pasado. No nos olvidemos del apocalíptico -de un amarillo canario-, que cada
segundo nos cuenta las bajas, mientras se vuelve a poner el termómetro y a
analizar ese tosido de hace tres semanas. Todos hemos tenido fiebre y tos y 10
coronavirus en los últimos días. Y tenemos al idiota, con sus ejercicios de estilo
a lo Queneau, esperando su
lluvia de retuits, likes y al que le grita “qué bonito” desde el balcón, como
si lo gritara al violinista que ameniza esta espera, para sorpresa de los
vecinos. Es un idiota, a secas, no es Queneau. Con semejante panorama, qué escribir, para qué, si ya lo
han dicho todo, desde la mentira hasta la hipérbole, desde la desvergüenza
hasta el abismo, desde el artificio a la soberbia. La soberbia, sí, tan
presente en estos tiempos de aislamiento y exposición. Un tiempo bipolar, de
reclusión y apertura. Benditas redes sociales, gritó uno, pero algunos no
deberían tener, dijo otro, y puede que los dos tengan razón. Las redes sociales
guardan un cierto paralelismo con las armas de fuego: no todos pueden tener una
pistola en la mano. Habrá quién la utilice, simplemente, para poner a prueba su
puntería. Habrá quien lo entienda como un elemento esencial para su seguridad,
para seguir respirando tranquilo (desconfío de quien se sienta seguro con un
arma cerca). Pero habrá quien la utilice para matar. Allí, a la derecha, mire,
otro francotirador.
Tengo
miedo, sí, mucho miedo, y reconocerlo forma parte de la terapia. Lloro todos
los días, varias veces todos los días. Y eso no me convierte ni en mejor
persona ni en un blandengue. Solo es la representación de un hombre que tiene
miedo, asomado al abismo. Me esfuerzo cada día en aferrarme a una rutina que
actúe como venda o como látigo. Seguir la zanahoria, que la rueda del molino no
deje de girar. Una vez alguien me dijo que lo realmente fundamental es no
bajarse nunca de la noria. A ratos, cerca del cielo, a ratos a ras del suelo,
pero siempre subido en la noria. Tal vez sea esa la definición más exacta de la
vida. O tal vez esa sea la definición que pretendemos aplicar a nuestra vida,
que parece lo mismo y no, tiene sus diferencias. Mantener la cabeza fría, nos
dicen, y yo me repito, y eso que prefiero no comprobar si la tengo fría o
caliente vaya que descubra la temida fiebre. Todos hemos tenido fiebre. Y suena
el despertador, y vuelvo a escribir cafetera y mantra. Un nuevo día, tal vez de
menos, esa es la esperanza.
Unos
días atrás, abominé de los memes y de todos los chistes y gracietas que nos
llegan al móvil. Me arrepiento de aquello, qué confundido estaba: los memes
salvan vidas. Con todo lo que hemos hablado de los límites del humor, que hemos
convertido en un atentado a la libertad de expresión -hasta los mismos de tanta
corrección y tanta patochada-, para acabar siendo todos unos irreverentes,
entregados a reírnos a carcajadas de esta tragedia que nos asola. ¿Hablamos
ahora de los límites del humor? En momentos como los de ahora, debemos
agradecer, y mucho, que el humor no tenga límites. Como tampoco los tiene el
amor, que siempre nos salvará, hasta del abismo más profundo y cercano. Tal vez
sea esa la receta, amor y humor, y luego usted añada los ingredientes que más
le gusten o convengan, como a esos gintónics de moda a los que nos falta
añadirles fideos y un hueso de jamón. Al gusto del consumidor. Un ejercicio de
vida, que no de estilo, aunque nos quedemos sin likes, sin retuits y hasta sin
aplausos desde los balcones.
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