Suena
el despertador, hoy no es tan desagradable como otros días. No hay rencor en
nuestra reacción, no nos queremos vengar de su exactitud. El amanecer se cuela
por las rendijas de la persiana, prudente y hermoso, anaranjado, cálido. Desde
la ventana, contemplas a los más madrugadores que sacan sus perros a pasear.
Esa mujer de rebeca gris, la del pelo cobrizo, la crees ver cada mañana
haciendo justamente lo mismo, lo firmarías sin dudar, como si se tratara de un dejà
vu milimétrico, inalterable. Esa rutina que te tranquiliza, que confirma tu
lugar en el mundo. Porque todos contamos con ese lugar, el que más se adapta a
nuestra espalda, a nuestras piernas y a nuestros pensamientos. La cafetera
cumple con su función, silba su aliento de olor, y no tarda en invadir toda la
casa, como el gas más delicioso e inofensivo. Se cuela por debajo de la puerta,
por la terraza, por el respiradero, y se funde con el olor procedente de las
casas de los vecinos, y con el del pan tostado, y el de los cacaos recién
hechos, y el de las primeras ollas, y el de los sofritos, y con el de esa carne
en salsa que te entusiasma desde la distancia. No hace tanto, estuviste a punto
de preguntarle la receta a los vecinos, esa pareja mayor que congrega a sus
hijos y nietos con una paella todos los domingos, y por no sé qué no lo
hiciste. Te quedaste con la duda, o tal vez prefiriendo admirarlos desde la
distancia, como a uno de esos ídolos que nunca conocemos para seguir
manteniendo intacta su magia. Algún niño llora, pero por el madrugón, por tener
que abandonar su cuna de sueños y seguridad, y busca con la mirada ese peluche
de vivos colores que se difuminó cuando comenzó a dormirse. Sigue ahí, con su
sonrisa, el peluche, junto a la cuna.
Comienzas
la mañana tomando café, leyendo el periódico en el móvil o leyendo los mensajes
acumulados. No puedes evitar reír al leer las ocurrencias de Paco, es el rey de
los memes. Los compartes con otros amigos, y sonríes al hacerlo. En la radio
suena una canción de David Bowie, que te pone un poco triste, porque ya no
está, pero también te alegra, te traslada a aquella noche en aquel bar. Eras
joven. Tus hijos remolonean pero cumplen con el horario, el trabajo y los
colegios aguardan. En el ascensor, sin saber por qué, recuperas las palabras del
locutor de radio, adelanto de la primavera, y tú mismo lo confirmas
cuando ves el azahar, como una cálida nevada, cubriendo el techo de los coches.
Una buena fotografía para subir a tu Instagram, una acción poética natural e
inesperada. En la panadería están colocando las piezas en los mostradores, en
el quiosco de prensa los fardos de periódicos se alinean en la parte delantera.
Los fines de semana, los domingos, sobre todo, te gusta charlar un rato con
Encarna, cuando vas a comprar el diario. Comentáis las portadas, los hechos más
relevantes. Encarna te recuerda a aquella profesora de Lengua, tan ordenada,
tan pulcra, tan eficiente, que consiguió que la sintaxis o la morfología dejaran
de ser espacios hostiles. Tenía buena mano, sí, doña María, sí, doña María, la
recuerdas con frecuencia, al igual que a aquel chico que hacía el cubo de Rubik
en 14 segundos o a aquella chica con la que bailaste en una fiesta del
instituto.
Cualquier
día puede ser el de la fiesta de la primavera, incluso uno de estos días recientes,
pesados y oscuros, por los que transitamos. Basta con querer, con imaginarlo,
con intuirlo. Todas las enfermedades, se habla especialmente del cáncer, pueden
tener evoluciones muy diferentes dependiendo del estado anímico de la persona
que lo padece. Cuando la enfermedad es colectiva, como la que estamos
padeciendo en este preciso momento, también debe serlo el estado anímico. Un
estado que se construye, alejándonos del catastrofismo, que no de la realidad,
evitando la propagación de las noticias falsas, apartando el fuego de ese
inflamable gas que es la histeria, cuando es colectiva. Es el momento de la
prudencia, de la responsabilidad, y también de ayudar al que peor lo esté
pasando. Pronto, volveremos a disfrutar de la primavera, como una fiesta, como
una alegoría de un tiempo nuevo y bueno. Mejor, sin duda. Querer es poder.
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