Con
probabilidad, hay varias maneras de medir una buena película. O tal vez haya
varias medidas para calificar una película. O se puede valorar a una película
por muchos factores, habilidades y circunstancias, más allá de las
estrictamente cinematográficas. Aunque las cinematográficas han de contar con
el peso suficiente, o más que suficiente, para calificar a una película como
mala, regular, buena, buenísima u obra maestra. Todo es relativo, o tal vez no
debería serlo. Y, por tal motivo, muchas medidas y consideraciones han de ser
tomadas en virtud de otros conceptos. De otros muchos conceptos, me temo.
Cualquier embarcación actual es mucho mejor que la nao Victoria que emplearon
Magallanes y El Cano para dar la vuelta al mundo hace cinco siglos, sí, pero en
ese momento, aquella embarcación fue la mejor, la obra maestra de las
embarcaciones. Con la cultura, con la música, con la pintura, con el cine,
ocurre lo mismo. Hay películas que, cinematográficamente, no son excepcionales,
pero suponen nuevos caminos, nuevas propuestas, nuevas formas, que posteriormente
otros han mejorado y perfeccionado, pero sin esos primeros pioneros el presente
no existiría. Parásitos, la gran
sorpresa en la última entrega de los Premios Oscar, no es una nueva propuesta,
no ofrece ni pretende una nueva reformulación del cine, tal y como lo
conocemos. Y tampoco es una obra maestra, cinematográficamente hablando. Es
más, me atrevería a asegurar que ateniéndonos a criterios estrictamente
cinematográficos no era la mejor de las películas que competían por el Oscar.
No cuenta con las soberbias interpretaciones de Joker o Historia de un matrimonio, no es un derroche de técnica
como 1917, y no transmite esa
sensación de gran cine, de todo un clásico en este tiempo, de El irlandés. No, es cierto, pero te hace
pensar, te toca, te deja trastocado durante unos días. Interpretas y cuestionas
la película, una vez ha finalizado. Y eso es una virtud a tener en cuenta.
En
resumen, así en plan titular, Parásitos
es una película sobre el capitalismo, sobre la lucha de clases, o sobre la
existencia, simplemente, de las clases. Separadas, tabicadas, delimitadas, por
cemento y concertinas, defendidas a cañonazos, si hace falta. Porque para que
unos cuantos vivan muy bien tiene que haber otros muchos que vivan peor,
incluso mal, muy mal, aunque eso ya lo sabíamos todos. Y para escapar de esa
realidad, una familia que vive casi en la indigencia se inventa toda una serie
de artimañas, algunas son realmente divertidas, con tal de revertir esta
situación. No me cabe duda de que esa es la parte más atractiva y brillante de
la película. Sobre todo, por desconocida, porque nos pilla por sorpresa a la
mayoría. Esa exhibición de picaresca oriental que, para nosotros, occidentales,
con nuestra mentalidad estricta de occidentales, difiere muchísimo de la imagen
oriental, de método, exactitud y casi sumisión, que hemos ido elaborando a lo
largo de los años. Otra virtud de Parásitos,
y nada despreciable, por otra parte. Derrumba estereotipos.
Aviso,
viene spoiler. Acabo con lo que menos me ha gustado de Parásitos: su final. Lo acepto como espectador, sí, simplemente lo
acepto, pero no lo comparto como persona, para nada. Tan poco me gustó que
durante unos días estuve realmente enfadado. Y tengo muy claro que con otro final,
el previo apenas ocurrido unos segundos antes, por ejemplo, la película de Bong
Joon-ho no habría conseguido tal cantidad de Oscar. No soporto el final de Parásitos porque no deja de ser más que el
reconocimiento del gran triunfo del capitalismo y del pesado lastre de las
clases, que nos condicionan de por vida, hasta el punto de limitarnos
vitalmente. No somos lo que queramos o podamos ser, solo aquello que nos
permiten. A los pobres solo se les permite soñar con ser alguna vez ser ricos y
vivir como los ricos. Eso solo pueden soñar, en realidad no es posible. Esa
coletilla, ese giro final, acabó siendo el remate amargo de una película más
hábil que inteligente, divertida por momentos, sorprendente en algún instante, inusual
siempre. Su gran mérito: es interactiva. El debate está servido.
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