El
pasado jueves, 30 de enero, tuve el privilegio, y la gran responsabilidad, no
ha sido una tarea fácil, de guiar un paseo por la Córdoba de Cántico, con una
especial mirada a Pablo García Baena, casi coincidiendo con el segundo
aniversario de su fallecimiento. Una actividad puesta en marcha por el Centro
Andaluz de las Letras, dentro del programa denominado Ciudades Literarias, que
trata de mostrar la vinculación, tanto simbólica como concreta, que han
mantenido las calles por las que transitamos con las obras de los escritores
que las vivieron. Una bella y necesaria iniciativa, puesta en marcha por su
directora, Eva Díaz Pérez, que está demostrando tener talento no solo para lo
literario, también para la gestión. Reflexionar sobre Cántico en Córdoba es asunto
complicado, desde cualquier perspectiva, cuando ya creemos haberlo escuchado
todo y, al mismo tiempo, seguimos con la sensación de que aún nos falta algo,
poco o mucho, por saber. Yo no he querido competir con las tesis, los estudios
y demás información que hay al respecto, tan abundante como dispersa, entendí
que no era mi misión. Acudí, por tanto, a las emociones, a los recuerdos y al
homenaje, sincero y profundo homenaje. Todos esos elementos que empleé para
escribir El sentimiento cautivo, una
novela que es una declaración de admiración por aquel grupo de hombres que
fueron capaces de mostrar sus voces y su sensibilidad, desarrollar su talento
creativo, en un lugar y un tiempo inhóspito para ellos por muchos motivos.
En
los días previos, mientras elaboraba la ruta, poco a poco fui descubriendo las
muchas cosas que me unen a Cántico, y a Pablo García Baena, más concretamente.
Él nació en la Córdoba esencial, la de esos patios que suponían una manera de
vivir y no un reclamo turístico, en la calle Parras, yo a escasos metros, en la
Reja de Don Gome, donde ahora se alza ese espacio nuevo del Palacio de Viana.
Estudiamos en el mismo colegio público, Hermanos López Diéguez, donde también
impartió clases Juan Bernier. Después viví, durante treinta años, frente a la
plaza que lleva su nombre, Poeta Juan Bernier, aún recuerdo su visita, recién
iniciada la obra de construcción, y me pasé muchas horas en el Realejo, sentado
en cualquier escalón, junto a mis amigos, sin saber que allí antes se habían
reunido, en la bodega de Pepe Diéguez, donde celebraron la visita de
Aleixandre, o en cualquiera de las muchas tabernas que existían entonces, todos
los integrantes del Grupo Cántico. Y en otras tabernas, del Potro o de la
Corredera, esos entonces jóvenes poetas, idearon la revista que les dio,
posteriormente, el nombre por el que todos los conocemos. En esas mismas
tabernas, sin serrín en el suelo, yo también contemplé como mis amigos ideaban
sus revistas literarias, Recuento o Reverso, Pablo, Gabriel, Antonio, Eduardo,
Antonio Luis, Alfonso, siguiendo los pasos, sin saberlo, y hasta sin quererlo,
de aquella excepcional generación poética.
Fue
un jueves de bruma y nervios, de emociones, en el que pude sentir, en
determinados momentos, la mano invisible de Pablo García Baena guiando mis
pasos. Fue una cita en la que quise volver a mostrar, una vez más, ese
activismo cultural, esa inquietud eléctrica, que caracterizó a Cántico. Porque
además de unos excepcionales poetas, también fueron un grupo de gestión
cultural y se entregaron a ello con pasión. Creando su conocida revista, que
hicieron con sus propias manos, consiguiendo que el mismísimo Aleixandre
viniera a Córdoba a recitar sus versos en 1949, pero también hablemos de su
implicación en que Córdoba cuente con el Premio Nacional de Flamenco, gracias a
Ricardo Molina, o un excelente primer Catálogo del Patrimonio Arqueológico de
la provincia de Córdoba, donde Juan Bernier fue una piedra angular. Y, sobre
todo, situando a una lánguida Córdoba, lejana y sola, en el mapa cultural
español. Le debemos mucho a Cántico, más de lo que imaginamos, más allá de sus
poemas. Por eso, cualquier homenaje, sin necesidad de excusas en el calendario,
se me antoja pequeño, y no solo nos basta con mantener su legado literario. No
me cabe duda que el mayor homenaje sería mantener viva esa pasión por
prestigiar Córdoba como un reconocible y admirable espacio de Cultura. Ese es
el legado, ese debería ser el reto.
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