Atrapados
como estamos, porque lo estamos, y de qué manera, por la rutina, no le
prestamos la suficiente atención a esas pequeñas cosas que, en realidad, son
tan importantes en nuestras vidas –y que forman parte de nuestra rutina; vaya
mareo-. Vamos a ver, un repaso somero: ¿por qué tengo mirar un reloj, todos los
días, a las 11 y 11? Sí, todos los días. Si a usted también le ocurre, ya me he
encontrado con casos similares, le ruego, por su salud mental, que no busque la
explicación en Google. Y es que en Google, según la página que abra, ese pitido
en el pecho, esa mancha en la espalda o ese dolor en el costado, pueden ser una
insignificancia o un certificado de muerte segura. Pero sigo. ¿Por qué me
despierto cinco minutos antes de que comience a sonar a la alarma, por qué? ¿Si
dejo sin conectar la alarma un día me despertaré a la misma hora o es la alarma
quien envía una especie de onda, o lo que sea, que mi cerebro recibe y me
despierta? Pero sigo, porque hay más. ¿Por qué si creo que me he dejado la
plancha conectada y vuelvo para comprobarlo, resulta que siempre la he dejado
desconectada? Sin embargo, las veces que me la he dejado conectada, nunca he
pensado que lo había hecho. ¿Por qué a veces me suceden cosas que ya me han
sucedido, bien porque han sucedido de verdad o bien porque las he soñado? Para
eso hay una expresión francesa que lo explica, pero en realidad no explica
nada, pero queda muy bien. Tal que sí, que esto no ha hecho más que comenzar. Y
no ha hecho nada más que comenzar porque si nos metemos en el apartado
“intuición” la cosa ya se nos va de madre, pero siete pueblos, nos pasamos
Manzanares y acabamos en Valencia, encargando una paella junto a la Malvarrosa,
tampoco es tan mal plan.
¿Cuántas
veces se ha preguntado: por qué has hecho tal o cual cosa cuando tu intuición
te estaba diciendo que hicieras justamente lo contrario? ¿Cuántas veces, eh,
cuántas? Yo, todos los días, pero es que con frecuencia varias veces el mismo
día. Hay quien llama a eso conciencia, o simplemente pensarse las cosas,
también podría ser, claro, pero para mí son claros ejemplos de intuición. Pero
ojo, la intuición no es un Nadal ante el punto decisivo del partido, también
falla, y más que una escopeta de caña. Cuánto me he gastado yo en combinaciones
de Primitiva intuidas que, a la hora de la verdad, no han pasado de un par de
aciertos o de un melancólico reintegro, a lo sumo. Llamamos también intuición a
esa primera impresión que nos transmite una persona, pero no, eso se llama de
otro modo. Prejuicios, así, por generalizar, y por no caer en otras
consideraciones, esas que hablan tan mal de nosotros. Otras pequeñas cosas que
nos definen son las denominadas manías. Que utilizamos como comodín: dentro del
epígrafe manías escriba lo que le dé la gana, lo que quiera, lo que más le
convenga. Cualquier rareza, extravagancia, desviación, deformación,
superstición y demás se puede considerar como una manía porque así lo hemos
decidido y admitido. La banca siempre gana.
Hay
manías confesables y otras que jamás compartiremos con nadie, por el temor que
nos provocan, hasta el punto de hacernos dudar de nosotros mismos. De hecho,
tradicionalmente hemos calificado de maniáticos a quienes, en verdad, estaban
de aquella manera, completamente idos. A finales del Siglo XX, lo recordará con
toda seguridad, Arundhati Roy, una escritora india, publicó un libro, El dios de las pequeñas cosas, que se
convirtió en un fenómeno mundial, pasando a ser un nuevo El perfume o La insoportable
levedad del ser, un libro inevitable, de obligada lectura. Recuerdo una
frase de aquel libro que hoy viene como anillo al dedo: Sabían que
no tenían adonde ir. No tenían nada.
Ningún futuro. Así que se aferraron a las pequeñas cosas. Tal vez, nuestras
intuiciones, nuestras manías, nuestras obsesiones, algún gesto, ese tic, solo
sean eso, nuestro pequeño tesoro, esa luz que mantenemos encendida para
mostrarnos y poder decir: oigan, miren, estoy aquí, aunque nadie nos escuche.
Como nuestra hambre, son nuestras pequeñas cosas y son nuestras, y por tanto
somos nosotros. Tal cual.
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