jueves, 20 de febrero de 2020

LAS PEQUEÑAS COSAS


Atrapados como estamos, porque lo estamos, y de qué manera, por la rutina, no le prestamos la suficiente atención a esas pequeñas cosas que, en realidad, son tan importantes en nuestras vidas –y que forman parte de nuestra rutina; vaya mareo-. Vamos a ver, un repaso somero: ¿por qué tengo mirar un reloj, todos los días, a las 11 y 11? Sí, todos los días. Si a usted también le ocurre, ya me he encontrado con casos similares, le ruego, por su salud mental, que no busque la explicación en Google. Y es que en Google, según la página que abra, ese pitido en el pecho, esa mancha en la espalda o ese dolor en el costado, pueden ser una insignificancia o un certificado de muerte segura. Pero sigo. ¿Por qué me despierto cinco minutos antes de que comience a sonar a la alarma, por qué? ¿Si dejo sin conectar la alarma un día me despertaré a la misma hora o es la alarma quien envía una especie de onda, o lo que sea, que mi cerebro recibe y me despierta? Pero sigo, porque hay más. ¿Por qué si creo que me he dejado la plancha conectada y vuelvo para comprobarlo, resulta que siempre la he dejado desconectada? Sin embargo, las veces que me la he dejado conectada, nunca he pensado que lo había hecho. ¿Por qué a veces me suceden cosas que ya me han sucedido, bien porque han sucedido de verdad o bien porque las he soñado? Para eso hay una expresión francesa que lo explica, pero en realidad no explica nada, pero queda muy bien. Tal que sí, que esto no ha hecho más que comenzar. Y no ha hecho nada más que comenzar porque si nos metemos en el apartado “intuición” la cosa ya se nos va de madre, pero siete pueblos, nos pasamos Manzanares y acabamos en Valencia, encargando una paella junto a la Malvarrosa, tampoco es tan mal plan.
¿Cuántas veces se ha preguntado: por qué has hecho tal o cual cosa cuando tu intuición te estaba diciendo que hicieras justamente lo contrario? ¿Cuántas veces, eh, cuántas? Yo, todos los días, pero es que con frecuencia varias veces el mismo día. Hay quien llama a eso conciencia, o simplemente pensarse las cosas, también podría ser, claro, pero para mí son claros ejemplos de intuición. Pero ojo, la intuición no es un Nadal ante el punto decisivo del partido, también falla, y más que una escopeta de caña. Cuánto me he gastado yo en combinaciones de Primitiva intuidas que, a la hora de la verdad, no han pasado de un par de aciertos o de un melancólico reintegro, a lo sumo. Llamamos también intuición a esa primera impresión que nos transmite una persona, pero no, eso se llama de otro modo. Prejuicios, así, por generalizar, y por no caer en otras consideraciones, esas que hablan tan mal de nosotros. Otras pequeñas cosas que nos definen son las denominadas manías. Que utilizamos como comodín: dentro del epígrafe manías escriba lo que le dé la gana, lo que quiera, lo que más le convenga. Cualquier rareza, extravagancia, desviación, deformación, superstición y demás se puede considerar como una manía porque así lo hemos decidido y admitido. La banca siempre gana.
Hay manías confesables y otras que jamás compartiremos con nadie, por el temor que nos provocan, hasta el punto de hacernos dudar de nosotros mismos. De hecho, tradicionalmente hemos calificado de maniáticos a quienes, en verdad, estaban de aquella manera, completamente idos. A finales del Siglo XX, lo recordará con toda seguridad, Arundhati Roy, una escritora india, publicó un libro, El dios de las pequeñas cosas, que se convirtió en un fenómeno mundial, pasando a ser un nuevo El perfume o La insoportable levedad del ser, un libro inevitable, de obligada lectura. Recuerdo una frase de aquel libro que hoy viene como anillo al dedo: Sabían que no tenían adonde ir. No tenían nada. Ningún futuro. Así que se aferraron a las pequeñas cosas. Tal vez, nuestras intuiciones, nuestras manías, nuestras obsesiones, algún gesto, ese tic, solo sean eso, nuestro pequeño tesoro, esa luz que mantenemos encendida para mostrarnos y poder decir: oigan, miren, estoy aquí, aunque nadie nos escuche. Como nuestra hambre, son nuestras pequeñas cosas y son nuestras, y por tanto somos nosotros. Tal cual.

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